Néstor.

En el 2002 yo tenía 17 años y cursaba mi último año de secundaria. Con uno de mis compañeros, un tipo alto que jugaba al básquet, con un padre abogado con libros de política y de la dictadura en su casa, hablábamos de política aunque no sabíamos aún que hablábamos de política. En ese año a caballo, un tanto desdibujado, me decía: “A mí me gusta Kirchner, lo veo como un político polenta, pero para el 2007”. Quién sabe quién elucubrábamos como el candidato con más chances para el año siguiente. A veces me acuerdo de López Murphy. Todo se precipitó y en el 2003, la primera vez que voté, con 18 años flamantes, voté a Néstor Kirchner sin saber muy bien por qué. Me acuerdo de Menem saliendo por el televisor del bar de la facultad diciendo que nunca había perdido una elección y que se retiraba triunfante.

Hoy y ayer fui a la Plaza de Mayo, conmocionado, triste. Había chicas con marcos de anteojos blancos. Viejos con sacos gastados y bigotes gigantes comiendo hamburguesas. Una mujer cambiando los pañales de su hijo sobre un banco. Un morocho todo vestido de azul con pantalones cortos frente de los móviles de la televisión. Una joven vestida de hippie a metros nuestro que saltaba y lloraba y cantaba al mismo tiempo. Mucha, mucha, gente en silla de ruedas, en muletas. Sindicalistas gordos que aplaudían y mostraban los dientes. Una cola de gente increíble, que seguimos durante cuadras, donde las caras mareaban y confundían. Donde se mezclaban trajes, chombas, musculosas, zapatillas y zapatos. Lo que casi todos tenían en común eran sus ojos húmedos, una catarata donde no había vergüenza en sacarse los anteojos y limpiarse con la manga de la remera.

Me encontré el miércoles con mi amigo Fabrizio, al que conocí en mi primer año de Historia, lloraba y decía “Esto es lo lindo, ¿no?”. Con él nos juntábamos en el 2003 y 2004 a fumar porro y hablar de ese gobierno que comenzaba y del que veíamos muchas cosas a ritmo de vertigo. Él no tenía trabajo, yo tampoco, para él el menemismo era algo presente, para mí era un recuerdo difuso, yo no me había dado cuenta de que el país se caía a pedazos hasta el final. Venía de una familia donde la Marcha Peronista sonaba desde chico y yo de una familia donde mi padre se definía peronista pero se sentía en la obligación de defender a Menem, a veces, con dudas, como si siempre se esperase que volviese a ser lo que alguna vez prometió.

En el medio no sé que nos pasó. Bah, puedo saber que me pasó, que creo que es lo que les pasó a varios: nos recibimos, trabajamos precarizadamente, vimos luchas que se perdieron y momentos en los que todo estaba mal y también vimos triunfos fulgurantes, nos pusimos de novios y nos peleamos y aprendimos sobre el compromiso y también sobre ser un poco hijo de puta, escribimos mucho, discutimos con amigos, de pronto comenzamos a ver como nacía algo en nosotros que ni nosotros sabíamos que estaba. Ese mismo agujero que intentábamos cubrir escuchando discos, leyendo comics y novelas, viendo películas producidas por jóvenes llorones de Nueva York.

Para algunos lo importante fue la conmoción inicial de ese presidente que se tiraba al público y se rompía la crisma, que agarraba el bastón al revés. Comenzábamos a leer blogs, aquellos primeros blogs rioplatenses del 2003 y lo veíamos comentado por tipos que oscilaban entre la incredulidad y el cinismo. Otros tantos quedaron indeleblemente shockeados por la obra de gobierno inicial de Néstor, por esos meses y años brillantes donde todos los días parecía haber una nueva decisión. Para otros lo importante vino después, circa 2008 cuándo de golpe todos te puteaban si decías que eras peronista (y mucho menos kirchnerista) cuándo te miraban con cara de suficiencia y cuando todo parecía perdido. Para otros fue la apuesta posterior, el redoble de tambores que de golpe dio vuelta la tortilla. Quizás para unos cuantos muchos fue El Bicentenario.

No importa. Lo que importa es que en el medio este tipo estrábico y su esposa nos metieron un cable de alta tensión en el culo y nos hicieron saltar.

Mariano Canal escribe que “se cierra un ciclo iniciado en 2001: el arco sentimental y político de mi (nuestra) entrada a la adultez”.

Ezequiel, un amigo de Tucumán que en estos años perdió a su madre y tuvo que comprar una casa y aprender a vivir completamente solo, quién fue uno de mis primeros interlocutores a la hora de discutir sobre Néstor y Cristina, me manda un mensaje: “Intente tocar ese cajón, compañero”.

Dario, uno de aquellos con quienes en estos años comencé una de las empresas colectivas más lindas en las que participé, que jamás fue nada que se le pueda achacar K me escribe: “Me emocioné en la plaza, gran consigna Néstor con Perón el pueblo con Cristina”.

Mi novia, a quién la escuche defenestrar la asignación universal por hijo, lloró como nunca todo el miércoles, todo el jueves, no entendía que le pasaba, no podía estar en la plaza más de dos horas porque todo la abrumaba. Se enojaba, me puteaba por cosas que no tenían razón y sin saber por qué.

Yo no había dormido todavía cuándo me llamó mi primo Facundo, un tipo con el que discutí mil veces, un liberal clásico que detesta aquello difuso que se llama peronismo, el primero que me habló, notablemente conmocionado y me dijo “Viejo, sorry que te despierte pero creo que tenés que estar despierto ahora. Se murió Kirchner”. Y yo no lo podía creer.

Y creo que todo se resume en esas palabras de Diego Vecino, que fueron dos twits que casi pasaron desapercibidos y que cada vez que leo me conmueven y me llenan de lágrimas: “Néstor le enseñó muchas cosas a mi generación, compañeros. Casi casi que nos salvó. Hace diez años yo no me hubiese imaginado a mi generación llorando a sus líderes o llorando por nada.”

Es eso, compañeros. De la nada surgió alguien que, de golpe, nos hizo creer que se podía triunfar en algunas cosas, con todos sus defectos, con todas sus limitaciones. Que, quizás, la política podía servir para las mejores aspiraciones humanas, para no tener que caminar por las calles de una ciudad argentina cualquiera y sentirse tan solo, tan abrumado por todo aquello que vemos, ya sea pobreza, tristeza o apatía. El reverso de eso que vivimos, que al fin y al cabo fue ese momento de nuestras vidas donde todo se vive más intensamente que el acero al rojo, son todas esas lágrimas que no pudimos contener.

Nuestra identidad se marcó, se construyó, al mismo ritmo con la política que con el arte o el amor. Y por ello, eternamente agradecidos, Néstor.


La República Posible

Había una época, no tan lejana, en la que las compañías de comics norteamericanas publicaban lo que fuese, esperando que algo pegase entre su audiencia, un tiempo en que el genero superheroico no ejercía una dominación tan completa y las ideas extravagantes se filtraban entre las grietas.
Ese período probablemente llego a su punto mas alto en los años 70, década que ha sido caracterizada por muchos como el momento mas amorfo de la evolución de los comics norteamericanos, en que cualquier cosa podía tener una chance de pegarla y en la que los editores se volvieron hacia géneros que luego virtualmente desaparecerían, como el comic de terror y de artes marciales. Hay una teoría que de esos diez años de experimentos fallidos, el único que nacería y crecería más allá y alcanzaría, finalmente, un éxito insoportable, serian los X-Men. Pero en el camino quedaron muchísimas propuestas que no llegaron a nada.
Y en estos días me encontré leyendo una de las más psicodélicas y extrañas: Prez, de Joe Simon y Jerry Grandinetti. Joe Simon, para los que no saben, es el co-creador del Capitán América, junto con Jack Kirby. Ese es su trabajo mas recordado, pero Simon pertenecía a la época en que la industria se comía a la gente y durante años siguió trabajando, dibujando comics románticos por kilo y creando cosas como Brother Power, The Geek (otra serie maravillosamente demente de los 70 DC). Sigue vivo aun hoy, demostrando una longevidad bastante impresionante y siendo uno de los pocos autores de la Golden Age aun entre nosotros.
Prez, el comic del que hablamos, es un producto surrealista de su época: parte comentario político, parte comedia adolescente, parte serie de aventuras. El protagonista es Prez Rickard, un jovenzuelo de blondos cabellos y sonrisa perfecta, cuya popularidad surge de poner en horario TODOS los relojes de su ciudad natal. Esta popularidad coincide con un decreto del gobierno que disminuye la edad para votar a 18 años y también la edad a la que los congresistas pueden ser elegidos. A raíz de esto, un oscuro personaje llamado “Boss Smiley”, un especie de jefe mafioso intocable, le propone que convertirlo en senador. Prez es un joven impresionable e idealista y dice que si, solo para enterarse luego de las verdaderas intenciones de su sponsor, controlarlo y, a través de el, a la juventud de América (realmente es así, no miento). Finalmente rompe con él y logra llegar al Congreso primero y a la presidencia luego.
Una premisa como esa seria riquísima para enfrentar temas de identidad juvenil y diferencias intergeneracionales, pero Joe Simon lo que hizo fue convertirla en una continua comedia exagerada, surrealista, en la que la acción no se termina de explicar del todo, hay saltos de lógica en la narración que no tienen sentido y por momentos uno no sabe si se están riendo del personaje principal o si están de acuerdo con su positivo e idealista punto de vista. Además, que se puede esperar de una serie en la cual el protagonista principal se enfrenta a VAMPIROS SIN PIERNAS y JUGADORES DE AJEDREZ MALVADOS?.
Sin embargo, y más allá de las deliciosas divergencias de Simon y compañía (que le dan a la serie una sensación de hermosa libertad y despreocupación ausente de la mayoría de los comics mainstream actuales) la serie puede ser leída como un comentario sobre esa quimera: el Sueño Americano. Prez es, básicamente, la representación hecha carne del sueño americano: desde su origen en un pueblito pequeño, de clase media burguesa (no white trash, por favor), lugares que sabemos que en el imaginario norteamericano han sido desde siempre marcados como “la cuna de la democracia” hasta su apariencia (WASP por donde se lo vea) hasta, bueno, obviamente, sus ideales. Prez es el ideal del “político perfecto” que ha perseguido la democracia en general y la norteamericana en particular. El político que en general se imagina la ley, impoluto, creyente, honesto, siempre tomando la decisión que sirve al bien común y el contrato social.
Al mismo tiempo, “Prez” también puede ser leído como un comentario sobre la distancia que media entre esa representación ideal, tan importante para construir la legitimidad de la democracia norteamericana, y su existencia real. El comic fue publicado entre 1973 y 1974 y, en plena debacle de la presidencia Nixon, no es un detalle menor. Por momentos, al leerlo, me parecía ver que lo que querían hacer Simon y Grandinetti era aggiornar a Kennedy, sobre todo por la juventud del protagonista, su presencia, su mística. No es menor tampoco el hecho de que la fuerza social en la que se asienta Prez sean los jóvenes, abanderados de la revolución contracultural de los 60 y cuya combatividad, en el momento en que la serie fue publicada, estaba en descenso, mientras los setentas se asentaban, hedonistas sin conciencia, inevitables. Parecería que hay una nostalgia por tiempos más turbulentos pero esperanzados. Sin embargo, Kennedy es solo la última actualización de este pensamiento “mesiánico-democrático” norteamericano, de su inagotable fe en la democracia perfecta. Kennedy murió en el momento perfecto para convertirse en el mártir de los mejores años de democratismo de post guerra, justo antes de la contracultura.
La historia demostraría que ni el ambiente social ni el mercado editorial estaba listo para una idea tan extraña como la que proponía Prez, para una combinación tan ridícula (y uso este término de la mejor manera posible) entre comentario político light y humor absurdo y la serie terminaría cancelada luego de solo 4 números.

Sin embargo, Prez fue rescatado en dos ocasiones y utilizado mucho más apropiadamente como un vehículo de comentario político.
La primera de ellas se la debemos al maestro supremo del pastiche: Neil Gaiman. En un número auto conclusivo de Sandman se recuenta la historia de Prez, cambiando algunas cosas, agregándole detalles pop, volviéndolo mas contracultural y definiendo mejor sus políticas. En definitiva es una historia simpática, potenciada por el hecho de que en el momento de ser publicada Prez hacia años que no había sido utilizado ni mencionado. Pero hay dos cosas que se destacan: en primer lugar, se revela al final que Prez fue siempre manipulado por Boss Smiley y, en segundo lugar, luego de abandonar el gobierno, Prez languidece, se vuelve un espectro, deambula por las autopistas y las ciudades y finalmente desaparece. ¿Que parecería ejemplificar esto?. En primer lugar, que los escritores de los 90 ya no son tan ingenuos como los de los 70 y que hoy en día, al escribir sobre el gobierno de Estados Unidos no se escribe de política pura (en el sentido de impoluta), porque siempre existe algún tipo de interés oculto por detrás. Los norteamericanos son los padres y obsesos mas grandes de la teoría conspirativa y es obvio que a partir de Watergate y el asesinato de Kennedy, nadie puede creer que su gobierno es inmaculado. En otras palabras: la única manera en que el sueño americano puede sobrevivir, es siendo manipulado por fuerzas oscuras. Boss Smiley es un perfecto ejemplo de esto, tanto por la ubicuidad de su diseño, que se apropia de uno de los símbolos mas repetidos a lo largo del mundo (y signo de los setenta como ninguno), como de la incapacidad de probar que existe. En un momento le dice a Prez: “Como podes ser amenazado por un hombre que no existe?”. Y básicamente es eso: Boss Smiley podría ser los conglomerados de armas, las agencias de seguridad, las empresas petroleras, cualquier cosa que complete nuestra imagen de una fuerza en las sombras y rellene nuestra paranoia.
Pero es el segundo punto el más interesante, porque resuelve el nudo gordiano entre la política real y la política ideal. Prez no puede ser el presidente de los Estados Unidos indefinidamente y no puede moldearlos a su imagen porque continuamente se entromete la realidad mugrosa y sucia de los políticos, las componendas, las transas y la corrupción. Que, parece decirnos Gaiman, es parte integral de la democracia norteamericana. De ese modo, la única manera en que puede sobrevivir la corporización del Sueño Americano, del puro ideal, es como un espectro, un drifter, un extraño que se mueve de pueblo en pueblo. La política mata a Prez antes de que muera efectivamente.

El segundo autor en utilizar a este jovenzuelo es Ed Brubaker, en un especial del 95 que se llama “Prez: Smells Like Teen President” en el que un supuesto hijo de Prez, perteneciente a lo que en algún momento se llamó “Generacion X” se embarca en un road trip con dos amigos para buscar al que cree es su padre.
El especial no es perfecto solo porque tiene un par de bajadas de línea sobre “el cáncer que se esta comiendo a América”, pero tiene demasiadas cosas buenas como para pasarlo. En primer lugar, demuestra que Brubaker es un escritor afinadísimo para captar el pulso y la marcha de ciertas subculturas musicales (como ya lo mostraba “Deadenders”) e incorporarlas en una narrativa sin que en ningún momento aplasten a la historia. En segundo lugar, tiene un timing perfecto: 1995, a solo un año de la muerte de Kurt Cobain y, ex profeso supongo, el muchachito protagonista tiene un parecido muy similar con el cantante de Nirvana. En tercer lugar, la historia abandona hacia el final cualquier ambigüedad que podía contener con ser un mensaje de “gran política” y adopta una postura “lo personal es político”. Al final Prez sigue muerto y el protagonista no es su hijo. Pero en ese viaje iniciático descubre que la enseñanza final es que hay que resolver primero nuestros problemas para luego preocuparse por los del mundo.
De este modo “Prez. Smells Like Teen President” se vuelve epitafio y respuesta para un movimiento musical y social al mismo tiempo que le da una vuelta de tuerca al personaje original. En un momento como el de mitad de los 90, con una juventud como la de la generación X, las únicas soluciones parecían ser la muerte o la apatía. Brubaker toma ese punto de partida y resuelve la situación a favor de un tercer contrincante inesperado: la responsabilidad personal y el optimismo. Y por ello es que Prez es tan funcional a esta tesis, revolucionaria para estar dirigida a la generación a la que estaba dirigida, pero un Prez tomado como un ícono, ya desaparecido, que forma parte de las brumas de los mitos (norte)americanos, capaz de inspirar pero no de guiar. Eliminado por la real politik. Pero, paradójicamente, más efectivo para salvar a una generación.
De este modo el sueño americano retorna al lugar donde descansan las ideologías nacionales, ese territorio difuso e impreciso entre lo intelectual y lo real, ese paraíso de las buenas intenciones y las mejores promesas que por nunca podremos alcanzar.

.Prez (Todo en un cómodo paquete)


Speech de la campaña política de Toyama Koichi, auto-proclamado revolucionario fascista, en la televisión japonesa. Esto fue trasmitido realmente al aire, ya que según una ley, todos los candidatos politicos tienen derecho a un espacio en la TV. Genial, gracioso y aterrador al mismo tiempo – cuando te das cuenta que dice cosas que son ciertas.


«Toma mucho tiempo encontrar una metáfora adecuada”, insistió, «y no tengo dudas que el 11 de Septiembre va a alimentar a las artes y el entretenimiento. Pero no se como, y creo que cualquiera que clama que lo sabe esta jugando a ser Nostradamos».

Frank Miller, citado en Comic Book Nation de Bradford W. Wright.

Frank Miller es un tipo meditabundo y equilibrado. Un artista que se pasó todos estos años buscando penosamente en las oscuridades de su alma la manera de representar los ataques terroristas del 11 de septiembre. Un hombre con conciencia social, que debe haber pasado muchas noches sin dormir intentando imaginar cual seria la mejor metáfora para tan horrible incidente. Y finalmente llegó a una conclusión. Pero claro! ¿Que mejor manera de canalizar esos eventos de una manera poética, sutil y elevada que…ESCRIBIENDO UN COMIC DONDE BATMAN LE PATEA EL CULO A AL-QAEDA?
Oh, comics, how I love thee.


Ideología? Qué Ideología?

a. Donald Duck es un nazi. Una encantadora fábula de parte del Tio Walt. Igual, nunca superará a Roger Myers y su corto «Los Fanáticos Nazis Son Superiores» ;)

b. Los Picapiedras fuman Winston y la pasan bomba!. Y hoy en día hasta a Constantine le hacen comerse un chicle al final de la película (si, TODAVÍA estoy caliente).

c. Y para todos ustedes que están levantándose, sentándose en sus oficinas grises, rodeados de gente que detestan, atendiendo las llamadas de adolescentes imberbes o rellenando formulas que se pierden en la nada, un corto de 1948 llamado «Make Mine Freedom». Aprendan todo lo que el capitalismo les ha regalado y no sean desagradecidos, proletarios!.