Pavement, Putos.
Amadeo:
No sé en qué momento comencé a escuchar Pavement. Tengo recuerdos confusos: la llegada de ese número especial y final de Revolver a mis manos sin tener ninguna idea de que era Pavement y porque valía la pena, todo un lenguaje esotérico que hablaba de una banda que estaba lejísimos de mi universo de referencias; mi padre bajando todos los temas que encontraba en Audiogalaxy y grabándolos en orden alfabético y en algún momento esos cdrs llegando a mis manos; ellos en vivo en Space Ghost Coast To Coast tocando el Space Ghost Jam que es una de sus perlas desconocidas; un amigo alto e inflexiblemente moderno diciéndome «chango, escucha Pavement».
Lo que sí sé es que a lo largo de los años, de una manera mucho menos contundente que Guided By Voices (aquella banda que es su perfecto complemento, de la cual me bajé toda su discografía de una manera obsesiva) aquellas canciones entre insoportablemente pajeras, incompletas, chapuceras y hermosamente pegajosas, comenzaron a alojarse lentamente en mi memoria y mi panorama emocional. Tenían una verdad, esa sensación tan identificatoria de «sabemos que somos más inteligentes pero eso a esta altura de la historia no importa, no nos brinda ningún beneficio, así que bueh, hace demasiado calor para pensar y hacer algo correctamente».
En enero nos encontramos con Ezequiel después de mucho tiempo y una de las cosas de las que hablamos fue de Pavement y llegamos a la conclusión de que su espíritu fundamental era su estilo «Che, grabemos un tema country. / Paaah, que paja, lo hagamos así nomás». E igual les salía genial.
Su inescapable aura perdedora auto infligida. Algo que parece pegárseles como el destino. Dario me contaba que en Coachella todo estaba vacío mientras tocaban. Y todo lo que rodeó a sus shows en Buenos Aires estuvo teñido de ese espíritu. El hecho de que los hayan degradado del Luna Park (¿quién puede creer que Pavement podría llenar, alguna vez, un Luna Park, ese lugar gigante, donde se boxeaba?) a la Trastienda; el hecho de que nunca sentimos que las entradas se iban a agotar (y de hecho no lo hicieron). Los patovas decían que, incluso el domingo, la Trastienda no estaba ni de cerca llena.
Cuando llegamos la pista que para Yo La Tengo no daba más, tenía amplios espacios que permitían llegar muy cerca del escenario. Y ahí nos metimos, desaforadamente felices. Cuando comenzaron con «Silence Kid» no había manera de no saltar y comenzar a gritar hasta arruinar la voz. Todo era espiritualmente correcto: Bob Nastanovich gritando en Unfair, hedonista, tocando percusiones chiquitas, Spiral Stairs pelado y con boina, gordo, demostrando que algunas de las canciones más cristalinas, románticas, le pertenecían por temperamento y actitud, Mark Ibold sonriendo y con actitud de no me importa nada… Tocaron temas de todas sus épocas, tocaron Frontwards esa composición definitiva enterrada en un lado b. Tocaron Father To A Sister Of Thought, canción que cuando descubrí en «Wowee Zowee» no podía creer que sea real, tanta melancolía, tanta emoción, ese homúnculo country superior y desgarbado. Fue un show en donde terminamos con «la remera empapada y las zapatillas sucias«, donde la línea de guitarra de Grounded nos salvó, como nos viene salvando hace años. No parecía una banda a la que le importaba su supuesta estatura mítica, o tocar como profesionales cuarentones que deberían ser.
Algunos dijeron que Malkmus no tenía conexión con el resto de la banda, que estaba amargo, quería que todo termine. Pero eso incluso sumó al ánima Pavement. O sea: ¿qué mejor para una banda perdedora e intencionadamente smart ass y mala onda que haya tensión entre sus miembros? Quizás nosotros somos demasiado fans, justificamos todo, pero ¿no es maravilloso que el alma de la banda, su filosofía estética lo permita? Acaso eso sea el trasfondo que hace que la amemos tanto, que haya significado tanto en nuestras vidas. Pavement es una banda mucho más profunda, mucho más triste, mucho más vanguardista y personal de lo que nunca creímos, y detrás de su ironía que nadie supo prolongar, se ocultaba la más pura sinceridad producto de la experiencia.
Ezequiel:
Me costó bastante entrarle a Pavement de chico. Eso causó que haya visto un show bastante confuso, y raro, allá por el 2002, cuando Malkmus vino a presentar su primer disco solista. El show fue bueno, correcto, adecuado nomás. Esteban – como lo estuvimos llamando cariñosamente todo el domingo y lunes – estaba contento y parecía un niño grande, un payaso que hacía chistes, le metía onda, se frustraba, sonreía todo el tiempo, jugaba al beisbol con su guitarra y los palos que le tiraba el baterista. En ese show toco Here e In The Mouth a Desert, que apenas conocía. Luego de profundizar más en la banda, me lamenté bastante de no poder escuchar esos temas, bien concentrado, conociendo cada línea de la letra, y cada arreglo.
La cuenta de twitter Discographies hizo unos comentarios muy acertados refiriéndose a Pavement. Decía que, por ejemplo, el primer disco era la idea de «una banda». El segundo, la idea de «canciones». El tercero, la idea de «un álbum». Y creo que es bastante así, que toda la banda tiene ese concepto detrás, borroso, de romper un poco las reglas, de intentar hacer algo pero hacerlo de forma tan fracturada, torpe, extraña y encantadora que crean algo nuevo, con personalidad. Por eso me animaría a decir que el show que vimos el domingo también se podría considerar la idea de un «show de rock».
Uno en su vida termina viendo un montón de show chakales, guerrilleros, y desprolijos, pero hubo pocos shows más encantadoramente desastrosos como el que presentaron los muchachitos de Stockton en La Trastienda. Aunque por un lado se veían aceitados y tocaban un tema atrás del otro, los temas se desarmaban, se caían a pedazos, se enchastraban, se borroneaban. Estamos todos de acuerdo con que la setlist fue soberbia, tocando una catarata de hits, y un montón de lados b, o esos temas geniales que muchísimos aman pero que son ninguneados un poco por ser pequeños (Zurich Is Stained).
Sí, Malkmus tenía toda la pinta de que prefería estar leyendo un libro en su sillón mientras su esposa le hacía un buen churrasco, antes que estar tocando sudoroso a miles de kilómetros de su casa. Pero me pareció bien que no la careteaba, como dijo Amadeo, que la banda no funcionara, que nos diéramos cuenta de que lo que veíamos era una reunión, no a Pavement en el 99. En ese momento del show, me parecía que era un excelente ejemplo de lo que era el zeitgeist actual de las bandas, reuniones, y el indie en general, todo se podía resumir en esa mala onda, en ese enojo, en esa energía, en esas melodías pop totalmente geniales tocadas tan toscamente.
Hubo dos momentos que me acuerdo muy bien. Uno, esa versión totalmente inesperada y perturbadora de She Believes (del “Westings By Musket And Sextant”), con su ritmo marcial y siniestro. En ese momento todo el público enloquecido quedó paralizado e incómodo. Era lo más lejos que podían tocar de un hit, y lo primero que pensé cuando terminó el tema fue «El show de Pavement en realidad se trata de ESTO».
El segundo fue el final con Fin, ese tema que siempre me gustó con cierta culpa, debido a que en una entrevista Malkmus había comentado que era un tema que no le gustaba mucho. Pero me pareció perfecto para cerrar el show, esa canción que es algo así como una balada de rock, con ese pseudo-solo de guitarra áspero, atonal, juguetón y triste. Sí, ese final fue totalmente perfecto.
Dario:
La palabra clave para describir el show de Pavement que vi es «vitalidad». Cuando mis amigos (entre ellos algunos compañeros de blog) me cuestionaban cómo podía hablar tan mal de las reuniones de bandas y estar tan emocionado por ver a Pavement más de 10 años después de que se separaran trataba de explicar con mayor o menor dificultad que lo que diferenciaba a esta reunión de otras era algo así de intangible, la vitalidad. Eso era lo que trataba de explicar y lo que el show demostró, a los que estuvieron ahí no tengo que explicarles nada más.
Al contrario que la mayoría de las bandas reunidas, con Pavement vimos una banda de verdad dando un show de verdad, vivo, en proceso, con tensiones y con intensidades, en lugar de ver un museo ambulante de canciones viejas, una reserva natural del indie. Pavement tocó con energía, posiblemente con un poco de mala onda también, en un show que había sido programado en un lugar para 10.000 personas y reubicado a un lugar para 700 (programado junto a un show de nada menos que Smashing Pumpkins quienes no tuvieron que cambiar de lugar y Billy Corgan pudo hacer el imbécil adelante de varios miles de personas) y que aparentemente era el final definitivo de la banda, tocaron temas que nadie esperaba escuchar y no tocaron temas que estábamos seguros que iban a tocar, sonó un poco desprolijo, Malkmus tocó la guitarra tan mal como la tocó siempre, Nastanovich tocaba la pandereta a destiempo y gritaba como un energúmeno desde el borde del escenario. Yo salí con el cuerpo arruinado, las zapatillas sucias, la remera hecha mierda y un golpe en el ojo que todavía tengo.
Pavement fue una celebración de la vitalidad y en contra de la museificación. A los que les pareció mal son los que prefieren el museo y deberíamos aconsejarles que dejen de ir a shows en vivo y se queden en su casa viéndolos en BluRay con audio 5.1 en el living de su casa en el que se escucha bien de todos lados y los músicos no pierden la buena onda ni le fallan a nuestras expectativas. Cuando escribimos un post similar a este sobre Jonathan Richman dije que ese show nos señalaba un camino mejor a seguir y en algún sentido este show también se sintió un poco así, transformador, revelador. Una de las bandas culpables del indie se había juntado para mostrar cómo se hacen las cosas y demostrar que nadie ahora lo puede hacer mejor que ellos. Una última victoria de underdog. Vinieron a clausurar el indie, ya está, acá no hay nada para ver, circulen, una última vez y ya está, nada de girar para siempre robándose la plata de la nostalgia sin un solo tema nuevo. Pavement dijo todo lo que tenían que decir. Y no lo escuchó nadie.
Esteban:
Antes de la música, Pavement fue una fotografía. Recuerdo estar sentado en la computadora de mis abuelos, en algún verano perdido de mi adolescencia, antes de la masificación del P2P, leyendo en AllMusic biografías de bandas que no tenía posibilidades reales de escuchar, bandas que, ahora me doy cuenta, todavía son mi canon personal, aunque no haya sido hasta mucho después que me enteré realmente como sonaban.
Es una fotografía en blanco y negro, enfocada muy cerca de sus rostros. Todos salen muy jóvenes y muy gringos, pelos cortos y felices, excepto por el flaco de cara larga, quien está evidentemente en drogas y mira a la cámara ensimismado. Para alguien cuya imagen de un grupo de rock era casi sinónimo de extravagancia, Pavement se veía normal. Reconfortantemente normal.
Cuando por fin tuve acceso a internet, uno de los primeros grupos que empecé a escuchar, canción por canción, fue Pavement. Es por eso que muchas de mis canciones favoritas (Folk Jam, Zürich Is Stained) no son las más populares dentro de un catálogo hecho precisamente de hits poco probables.
Fue recién durante mi viaje de intercambio en que me enamoré del grupo. Con mi reproductor de MP3 fijo en tres o cuatro discos que no cambié durante seis meses («Lesser Matters» de Radio Dept., «El mundo según» de Sr. Chinarro, «WOWS» de Los Zapping), fueron las letras oblicuas del Crooked Rain Crooked Rain las que más me acompañaron las mañanas frías de invierno en los tranvías. Porque las letras de Pavement son sarcásticas e intelectuales pero, al igual que el payaso del salón que hace reír a todos para no sentirse tan solo, están llenas de una tristeza y un romanticismo que las hace tan queribles.
El concierto fue, de acuerdo a lo esperado, buenísimo. A las pocas canciones de haber comenzado desistí de poguear, casi como homenaje a los amigos que no vinieron, y me paré en medio de un japonés gigante que me atacaba con su melena, un imbécil que se pasó todo el concierto abanicándose con un papel, Lucas, que me golpeaba la espalda cada vez (y era toda vez) que sonaba alguna canción que amamos, y un montón de veinteañeros zarrapastrosos y felices, a escuchar y saltar y sonreír y cantar.
Viendo a Pavement en vivo (y ya se ha dicho acá todo sobre la energía y la actitud que tiene la banda) pensaba en cómo es que, más que como el espíritu de su época, se les puede ver como el contrapunto de la misma. Canciones que resuenan a algo que está por ahí en el momento en que han sido compuestas (Box Elder al twee y al indie-ochentero, Perfume-V al pesimismo alternativo, el hit noventero que debió ser Stereo, los interludios de hard-rock de Rattled By The Rush) pero que tienen algo, adrede la mayoría de las veces, pero también involuntario, que hace que se disparen a los pies y se conviertan en esas pequeñas joyas imperfectas de las que nos enamoramos.
Cuando terminó, temblando de alegría, nos sentamos a ver pasar a la gente, sin comprender como alguien podría quedarse a ver algo más después de esto, sin comprender como es que la gente no entendía que no había nada más que escuchar, que debíamos todos dedicarnos a otras cosas, a la arquitectura o al budismo zen. Total, ya no tenemos ningún apuro.