The Last Boy On Earth.

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(una versión un poco más corta de ésta crítica apareció en la revista Haciendo Cine de enero de 2012)

Tintín es una de esas propiedades cortejadas por Hollywood hace tres décadas, ya que las peripecias del asexuado periodista belga de jopo siempre fueron una fruta apetitosa, con su promesa de atracción para chicos y grandes, sus grandes vistas, sus coloridos personajes y su sentido de la acción amable pero cinético.

Steven Spielberg fue el cineasta que siempre deambulo más cerca del proyecto, Hergé confesó ser su fan a principios de los 80s y Steven se copó con Tintín cuando le recomendaron que lea algunos de sus álbumes porque se parecían bastante a las aventuras de Indiana Jones. Ambos creadores se iban a encontrar en 1983 pero el padre de la ligne claire murió una semana antes. Esta alianza es comprensible: comparten el amor por la aventura, por el descubrimiento, por como funcionan las cosas y una mirada de niño. Durante años la película yació en el limbo con diversas versiones sobre su realización con actores, con animación o (ya en los ‘00s) con una mezcla de las dos. Finalmente en el 2006 se forjó una alianza entre Spielberg, Peter Jackson y Universal. El guión se encargó a Steven Moffat, genial guionista inglés responsable desde hace algunos años de Doctor Who. Un tipo de 100 ideas por minuto. Sin embargo, sus compromisos con Doctor Who, y los problemas de financiamiento, que dictaminaron el ingreso de Paramount en la superproducción, harían que se baje del proyecto y su guión sea re-escrito por Edgar Wright (Scott Pilgrim, Hot Fuzz, Shaun of the Dead) y Joe Cornish (Attack the Block), dos capos de la vida del nuevo cine inglés.

La verdad es que el ensamble encargado del film era una verdadera bala de cañón de talentos, tipos imaginativos pero a la vez amantes de los géneros y personajes clásicos con los cuales trabajan. Las expectativas para la película eran altas. Y nos complace anunciar que “Las Aventuras de Tintín: El Secreto del Unicornio” es casi perfecta. Es una bola de nieve, en la cual Tintín encuentra una pista en la primerísima escena y nunca para, en donde la acción y lo detectivesco se encadenan para crear curiosidad continuamente; de una manera tan fluida como el manejo de la cámara de Spielberg, que atraviesa paredes, alumbra vistas, juega con las perspectivas y el punto de vista de una manera virtuosa. Al lado de ello, los eventos se agrandan, las escenas de acción, que comienzan con la gracia del slapstick, se vuelven verdaderas piezas gigantescas, coreografías a lo largo de ciudades enteras (un amigo me comentó que Spielberg filma sus persecusiones de ese modo incansable porque tiene un trastorno de ansiedad, cosa que tiene bastante sentido).

La animación, esa mezcla de actores y computadoras, funciona muy bien y, al menos para este par de ojos, se escapa muchísimo del famoso “uncanny valley” donde los personajes animados nos asustan porque son parecidos a nosotros (por otro lado: ¿tiene sentido hablar todavía de “uncanny valley” cuando los juegos de videos actuales y masivos tienen gráficos que cada vez se asemejan más a la realidad de la carne?). No son los dibujos de Hergé, por supuesto (y habrá puristas que odiaran que los ojos de Tintín no sean dos puntos) pero tampoco es la dureza de “El Expreso Polar” o “Beowulf”. Es algo intermedio, plástico, expresivo y caricaturesco. Nick Frost y Simon Pegg como Hernandez y Fernandez son un hallazgo y Jamie Bell logra el equilibrio entre entusiasmo, inocencia y determinación que necesita un buen Tintín. Pero Andy Serkis se roba el show con un Haddock con grandes puteadas y que es el verdadero protagonista. Hasta logran un Milú con peso dramático propio, no un prop que de ternura y simpatía a la audiencia.

Es una película que logra rescatar la aventura cinematográfica clásica (no en vano se parece bastante a las buenas Indiana Jones) pero con tecnología moderna. Algo asombroso es que transcurre en un espacio geográfico reducido (Francia-Marruecos). Y en ese pequeño lugar hay de todo, desiertos, ciudades, mares, aviones y barcos; uno jamás se siente aburrido y más de una vez mira con asombro la pantalla. Cuando pensábamos que ya no había nada más que se nos pudiera mostrar, cuando los tanques de verano están editados de tal modo de que cada X cantidad de minutos algo aún más asombroso asoma y eleva las apuestas a niveles estúpidos (una ciudad devastada por robots, cientos de dragones saliendo de un castillo, un Kraken) hasta que nuestro cerebro estalle por sobrecarga, una película como Tintín nos muestra que solo hace falta amor a la búsqueda, a la curiosidad y a los desafíos para que un periodista de jopo (que no es Jimmy Olsen) nos haga sentir como niños de nuevo.