Soldados Desconocidos.

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Quiero muchísimo a Garth Ennis.

Ustedes se preguntarán: ¿Garth Ennis? ¿Pero ese tipo no desapareció después de que terminó Preacher? ¿Y, además, no es un chauvinista insoportable? No, Garth Ennis es uno de los trabajadores más sobrios e incansables del comic norteamericano. Preacher fue la excepción, fue un evento inesperado. Garth Ennis no es un guionista hot destinado a que cada una de sus producciones sea un éxito inmemorial que encienda los charts, es un tipo de cabeza fría y baja tolerancia a la pelotudez que ha construido una carrera sin estrindencias pero casi sin puntos bajos. Es un trabajador. Es un pesimista que espera lo peor de la raza humana pero sin embargo está dispuesto a pulir, en sus historias, los momentos en los que nos elevamos por encima de la mugre. Es un humanista vencido. Es uno de los pocos tipos que tiene en su curriculum el inmenso halago de que Alan Moore quiera jugar en un mundo inventado por él.

Cuando uno se acerca a un comic de Garth Ennis sabe que está en camino a encontrarse con dos tipos de historias. Una de ellas es la comedia de humor negro, desmembramiento corporal y violencia de dibujo animado que está presente en Hitman (y eso no evita que Hitman tenga uno de los finales más conmovedores de cualquier serie de comic DE LA HISTORIA), su primer trabajo con el Punisher y gran parte de The Boys. Este formato presenta una serie de lugares comunes: escatología, puteadas antológicas (Ennis tiene las mejores puteadas de los comics norteamericanos; lo siento mucho Warren Ellis), un humor pueril y básico, a veces hilarante y a veces agotador. Es lo que hace que The Boys sea una obra tan fallida, cubierta de golpes bajos trillados al género superheroico.  Tampoco ayuda que haya sido dibujada por Darrick «Cada día dibujo peor» Robertson y luego por un apenas correcto Russ Braun. En su momento Ennis dijo que The Boys iba a ser mejor que Preacher y creo que esa es su mayor debilidad: intentar narrar una historia que toca muchos de los mismos puntos emotivos de Preacher (que, en un montón de aspectos, es su obra más optimista y equilibrada) con un sentido del humor más básico y apuntado a blancos fáciles. Ese es el costado de su trabajo que parece formar la parte más notoria del mismo post-Preacher. Comedias de sangre y tiros.

El segundo tipo de historia de Ennis es, por lejos, mucho más interesante. Básicamente consiste en exploraciones bélicas con grandes niveles de violencia tomada absolutamente en serio y protagonizadas por hombres y mujeres profundamente dañados. En esta división caen sus one-shots de guerra: las War Stories publicadas en Vertigo y los Battlefields publicados por Dynamite, viñetas de la deshumanización en distintos escenarios históricos, con un énfasis en la Segunda Guerra Mundial. Y, por otro lado, su trabajo con el Punisher a partir de su pasaje al imprint MAX de Marvel y con Nick Fury.

Son obras oscuras, centradas mayormente en soldados y hombres de lucha, porque a Ennis, a pesar de ser un magnífico escritor de personajes femeninos (recuerden a Kit o a Tulip), le interesan los verdaderos hombres y lo que ser un verdadero hombre te cuesta, que dedican sus vidas a la guerra, a la muerte y la destrucción. Son estudios acerca de la futilidad del conflicto bélico envueltos en una romantización de los hombres que lo llevan adelante. Vidas destruidas por amor a Marte. Ennis acepta que hay una forma de masculinidad que es válida y que está irresolublemente ligada a la guerra. El hombre duro, estoico, de pocas palabras, con su propio código de ética, caballeroso con las mujeres, sin paciencia con los blandos, respetuoso del enemigo que asume debe destruir, pero no necesariamente derechista ni fachista. Aquel que debería protegernos. Hombres con una misión en un mundo comprometido moralmente, en el cual ya no existen las guerras justas, en el cual los estados (y principalmente, por supuesto, Estados Unidos) son máquinas de destrucción y quienes llevan adelante sus guerras son solamente asesinos.

En Punisher MAX esta reflexión es llevada hasta los extremos del nihilismo más absoluto porque para Ennis Frank Castle es un agujero negro de aniquilamiento y destrucción, un sujeto cuya pulsión de muerte no surge del asesinato de su familia sino que está ahí casi desde sus inicios y cuya explicación tiene una sola palabra: Vietnam. Frank Castle está condenado desde mucho antes de ponerse la remera de la calavera y lo más trágico de su vida es que, para Ennis, es una fuerza de muerte tan perfecta que nunca perderá, que siempre continuará su sendero apocalíptico dejando cadáveres de ex-marines, gangsters, pandilleros de Europa del Este, sin compañía, sin paz, sin respiro. Frank Castle está armado para no tener solaz. Lo cual dobla como una hermosa metáfora para el propio lugar del Punisher dentro de Marvel Comics y el propio deseo de los lectores de continuar leyendo las aventuras de lo que es, para decirlo de forma directa, un asesino serial.

Luego de realizar lo que, sin lugar a dudas, es la versión definitiva de Frank Castle, Ennis construyó su propio micro universo dentro de Marvel, ampliando sus fronteras para incluir a Nick Fury y a Barracuda, el gargantuesco y carismático negro sanguinario que sirvió como uno de los mejores antagonistas para el Punisher y uno de los mejores villanos de los últimos años en historieta. Y aquí entra la serie de la que extraje las páginas que ilustran este post: Fury: My War Gone By.

Lo que diferencia a Fury de Castle es su primera guerra. En el caso del hombre del parche es la Segunda Guerra Mundial, la «guerra buena», la que se luchó en contra de un enemigo irrefutablemente maligno. En esta miniserie Ennis disloca a Fury del universo Marvel, le arranca toda relación con los superhéroes y lo retrae al rol que cumple mejor: un militar de a pie, un experto en black ops. Construye un reparto de secundarios original y se dedica a trazar la vida de Fury a lo largo de 40 años de Guerra Fría. El resultado es una pequeña obra maestra repleta de melancolía y un inalienable sentido de la derrota y la futilidad. Fury es el buen soldado que quiere que todas sus operaciones clasificadas y sus guerras sucias signifiquen algo, aunque en el fondo simplemente sea un adicto al combate. La crónica de 40 años de batallas perdidas que construye Ennis es un largo camino hacia el infierno en donde todos los personajes que rodean a Fury pagan un precio que pareciera que está marcado desde el inicio, desde el momento en que decidieron darle su alma a un ejército y un gobierno que ya no significan nada y que solo quieren su propia preservación. Ilustrada por el monstruo increíble de Goran Parlov, que por momentos parece Pratt, por momentos parece Moebius, puras líneas claras y narración impecable y una organización como un reloj en cuadritos largos que ocupan todo el espacio horizontal de la página y que solo son punteados por la ocasional splash page que muestra la carnicería de la guerra desde un punto de vista privilegiado. Esta organización construye una historieta teñida de una enorme tristeza y que llama la atención sobre aquello en lo que Ennis es un maestro: los diálogos. La serie está construida alrededor de personajes discutiendo que es la guerra, que es el deber y que es la patria a medida que los sueños constitutivos de esas fantasías se van desangrando.

Ennis es el Eastwood escéptico, irlandés, melancólico y de izquierda. Es la concreción de la promesa de Kurtzman en sus micro-historias de guerra. Es el mejor guionista bélico de los últimos 30 años. Es un tipo que no puede evitar empatizar con la gloria del combate y el peso del deber, a la vez que sabe que en última instancia no significan nada. Es un tipo que sabe combinar crítica a la maquinaria con comprensión de los hombres y pequeños momentos perfectos en donde te duele el corazón por lo que narra en la página.

Ennis es un maestro absoluto de la historieta a quién debiéramos dejar de tomar por sentado.