El Mayor Espectáculo Sobre La Tierra (pt. 2)

New Gods A Go-Go!

(Final Crisis #01-07, Superman Beyond 3d#1-2, Final Crisis: Submit, Batman #682-683, leidos según el orden del autor. Advierto que todo el artículo es un gran spoiler, eh!)

Sorprende el modo en que Final Crisis parece estructurada de manera diametralmente opuesta a Secret Invasion. En primer lugar, porque es prácticamente auto-contenida. Lo único que hace falta para entenderla son los 7 números de la miniserie principal más otros 5 tie-ins escritos por Morrison (Submit, Superman Beyond y los dos números últimos números de su Batman), lo cual le da una longitud muy similar a la de la Crisis original. En segundo lugar, el acercamiento de Morrison a la escritura de la serie podría resumirse en “nada de detalle innecesario”. El escocés lleva la técnica con la que viene trabajando en los últimos años hasta sus últimos extremos en FC, volviéndola una serie completamente densa en la que en ningún momento se toma un segundo para dar una explicación redundante, para explicitar cosas que sus lectores pueden inferir. No existen captions de lugar o tiempo, el diálogo es espartano, reducido a su mínima expresión y las escenas se suceden rápidamente, saltando de un lugar a otro sin dar muchas explicaciones. Es un comic hiper-comprimido que, sin embargo, arranca de manera relativamente sedada para ir aumentando la velocidad de lo que sucede número a número hasta llegar al final, una especie de cacofonía en la que saltamos de escena a escena casi a un ritmo de un cuadrito por vez, donde todos los infinitos conceptos del universo DC chocan y se mezclan en una salsa deliciosa.

Final Crisis es diametralmente opuesta a Secret Invasion desde su inicio, si la de Marvel concluye con el triunfo del mal, Final Crisis parte de esa premisa. Darkseid ganó la guerra contra los New Gods, causando la destrucción del Fourth World y, cayendo hacia atrás en el tiempo luego de la batalla, se instala en la tierra decidido, de una vez y por todas, a unificar a toda la raza humana mediante la ecuación de la anti vida en una sola entidad, Darkseid, eterno e infinito. Vemos, así, que el homenaje que el escocés le viene dando al Rey Kirby en los últimos años aquí se vuelve explícito, y si, es una serie que se aprovecha grandemente de los conceptos que cedio al DCU (y hasta les da su propia tierra!, pero me estoy adelantando), pero intentando coserlos y actualizarlos al universo DC actual.

Los héroes, por una vez, no tienen idea de lo que pasa, se enteran tarde y los primeros 3 números de la serie están empapados de una sensación espantosa de derrota y terror. El Martian Manhunter es asesinado, Batman es capturado por los dioses oscuros, Wonder Woman poseída y Superman tiene que abandonar ese universo en búsqueda de la salvación de Lois Lane. Al mismo tiempo, seguimos la decadencia de los Monitores, esa raza de policías del multiverso que habían aparecido por primera vez (en versión singular) en Crisis On Infinite Earths, y observamos como Nix Uotan, el monitor más joven y progresista, es exiliado a la tierra por fallar en la defensa de su universo. La única esperanza parece estar en un extraño símbolo que le dio Metron, el nuevo dios del conocimiento, al primer hombre.

El otro día le decía a Dario que, para mi, la diferencia fundamental entre Morrison y Moore es que Moore es un formalista, un tipo preocupadísimo por la estructura y porque las historias funcionen, lo cual en general le da un aire más frío y cerebral a sus trabajos, mientras que Morrison es un entusiasta, un tipo preocupado por la emoción y la sensación que transmiten sus trabajos, que adopta estructuras pero muchas veces está dispuesto a tirarlas por la ventana cuando se ponen en el camino de una escena o una sensación que quiere desarrollar. Bueno, los 3 primeros números de Final Crisis son exactamente eso: un momento completamente lóbrego y depresivo, todo fatalidad y terror. Al final del número 3 Darkseid ya ha extendido la ecuación de la anti-vida por toda la tierra, un número que concluye con los Flashes (Wally West y Barry Allen, que retorna y en tres escenas ya es un personaje simpatiquísimo) apareciendo en la tierra un mes luego de esto, para ver esta increíble escena:

Pero detrás de todo esto, Final Crisis es directamente una historia sobre historias, una bestia rarísima y sumamente metaficcional (como todo el trabajo del pelado escocés) que es sorprendente que le hayan dejado publicar de ese modo. Lo novedoso del acercamiento de Morrison al crossover es que concibe al Universo DC como entidad (no como hilo-de-historias-conectadas como en Marvel) como el protagonista, por encima de los personajes individuales. El universo DC como organismo productor de historias infinitas, de diversidad interminable. Y, aún más allá, el Universo DC como Multiverso, como infinitas posibilidades. Lo hermoso es que (con la posible excepción del número siete) siempre esta exploración esta anclada en perfectas escenas que telegrafían en unas pocas líneas lo que es genial de sus habitantes. Green Arrow con su actitud izquierdista de cartón, por primera vez cómica en vez de exasperante (“¡Si alguien se deja seducir por esta basura autoritaria y militarista voy a probar que tenía toda la razón sobre todo!”), Barry Allen como científico ultra genial y encarnación de la Silver Age (cada vez que dice “Flash fact” uno simplemente confía en el tipo), Black Canary como líder súper-eficiente, Supergirl como curiosidad y compasión. Todos tienen su escenita (junto con muchos otros) y el pelado en general acierta totalmente en su caracterización, destilándolos a su más pura esencia.
Y esto se balancea con su concepción sobre la magnitud gigantesca de un crossover que, encima, es de la línea Crisis. Cualquier aproximación que no incluya TODO no esta bien. Esto se pone muy en evidencia en Superman Beyond, que esta diseñado para ingresar en el hueco que se arma entre el número 3 y el 4.
Bellamente ilustrada por Doug Mahnke, Superman Beyond es una de esas aventuras supremas del hombre de azul. El “alien” es reclutado por una Monitor para salvar su civilización y el multiverso mismo de la destrucción de Mandrakk, el monitor oscuro. Lo acompañan, en una nave que parece el Submarino Amarillo, cuatro de sus versiones análogas de otras tierras: el Captain Marvel de Tierra 5; Overman, el Superman nazi; Ultraman, del Crime Syndicate of Amerika; y el Capitán Allen Adam, básicamente el Captain Atom en su versión Dr. Manhattan (y juro que algún día escribiré ese artículo sobre la “ansiedad de la influencia” Moore-Morrison).

En Superman Beyond es donde se revela gran parte del trasfondo metaficcional y de la historia-sobre-historias que esta escribiendo Morrison y es, también, donde se hace uso de la metáfora musical para describir al universo DC. El multiverso “vibra” con la música celestial de cada uno de sus planos en perfecta armonía, cada uno creciendo y multiplicando lo que es posible. Morrison equipara al universo DC con la creatividad y la diversidad. A lo largo de la serie vemos como casi todos los personajes principales expresan una creatividad permanente: Supergirl en su departamento repleto de pinturas y elementos de costura para realizar nuevos trajes, los Green Lanterns con sus anillos de imaginación, el Tattooed Man con sus tatuajes vivos, Nix Uotan, el monitor exiliado, dibujando las visiones del multiverso que aun recuerda, Batman utilizando toda su vida (que es, sobre todo, una vida de creatividad, de los esfuerzos de miles de artistas por contar algo sobre un personaje) como un arma, el Super Young Team, héroes japoneses obsesionados con la fama introducidos en el segundo número, usando su ingenio para volverse superhéroes. Frente a esto está Darkseid, el fin de la diversidad y la elección, el tirano supremo, un Hitler (o, quizás, Stalin) perfecto, que quiere acabar con el disenso, la posibilidad de un ser humano para elegir y pensar por si mismo, de crear su propia vida e historia hasta el punto cósmico de que todo sea él.
Pero detrás de Darkseid hay un villano aún peor, que aparece en Superman Beyond. La idea básica es la siguiente: el universo DC esta “contenido” adentro de una conciencia cósmica interminable que solo se conoce como MONITOR. Esa conciencia, similar a una supercomputadora, no piensa ni decide, solo es, y representa un plano de existencia superior, incomprensible para lo que nosotros conocemos como personajes. Pero MONITOR se encuentra un día con una falla, una “herida”, en su interior: el multiverso, alimentado por The Bleed, ese pasaje entre mundos sangriento creado por Warren Ellis para The Authority. Intrigado por lo que encuentra aquí, envía una sonda, que descubre que el multiverso esta habitado por…historias. Héroes, villanos, principios y finales. La sonda desciende y se divide en dos, el Monitor y el Anti-Monitor de la Crisis original, vive su propia historia dentro del universo DC y luego, shockeado por la significación de lo vivido, retorna a MONITOR. Esta imprevisibilidad narrativa perturba tanto a MONITOR que crea, sobre la “herida” del multiverso, una forma de contenerla, que toma la forma de la Orrery of Worlds, una especie de contenedor cósmico de canicas y de la raza de los Monitores, los cuales se les encarga proteger la herida. Pero los monitores mismos se ven infectados por el universo DC, por la posibilidad del cambio y comienzan a envejecer, a “crear historias que se desarrollan instantáneamente” y a cambiar. Dax Novu, el primer monitor, sonda original, se vuelve adicto a la diversidad del DCU,  crea un arma para resguardarlo que tiene una forma singularmente kriptoniana y se transforma en Mandrakk, el monitor oscuro, una forma de vida cuya única función es chupar la energía de las historias, tomar de la sangre del multiverso como un vampiro cósmico, de modo tal de que, al final, solo quede Mandrakk, “hinchado y solo bajo un cielo de estrellas asesinadas”. Los monitores, horrorizados porque descubren que ellos también son vampiros, deciden encerrarlo en una catacumba. Y luego de mucho tiempo, este bicho esta por despertar y solo Superman puede salvarnos.
Mandrakk (y los monitores por extensión) representan, por un lado, otro comentario sobre lo innecesario que es oscurecer a los superhéroes, sobre el punto ciego evolutivo que significa intentar volverlos más sangrientos o violentos, pero al mismo tiempo es una personaje más complicado: parecería representar, por un lado, a los editores y artistas que “violan” las maravillosas creaciones con las que tienen que trabajar, y a los lectores obsesionados con la continuidad y con la narrativa “ordenada y precisa”, militarista, privilegiada frente a los lados b, los desvíos salvajes, que en gran parte forman parte de lo que es maravilloso de un universo superheroico compartido.

Cuando yo era niño y adolescente, por algún motivo me pasaba que casi cualquier universo de ficción me decepcionaba. Siempre pensaba que no había suficiente variedad, suficientes seres fantásticos que me deslumbraran, que todo era un poco gris y singular. En vez de un monstruo quería cien, en vez de tres razas de seres, quería cuatrocientas, en vez de un solo héroe quería quince. Con el tiempo me di cuenta de que eso sucedía porque los comics de superhéroes (y, ahora que lo pienso, la lectura temprana de Crisis On Infinite Earths) me habían malcriado, me habían mostrado un mundo donde todo estaba multiplicado a la quinta potencia, donde cada rincón parecía ocultar una nueva referencia a ser descubierta, un personaje del cual no sabía nada. Para mi, ese es el encanto de leer comics de superhéroes, la posibilidad de lo fantástico en cada página, la sensación de que te sumergís en un lugar plagado de posibilidades, que no importa que no sepas “quién es ese que aparece en la página 15 y ¿como puede ser que el escritor lo haya puesto ahí sin darnos una explicación antes? ¡es bárbaro! ¡un abuso!” sino que, justamente, podías investigar y descubrir quien era ese. Y eso seguro que te conducía a nuevas historias, nuevas maravillas, nuevos personajes. Obviamente, con el tiempo me doy cuenta de que eso es solo posible en un lugar como el Universo DC o el Universo Marvel, la producción de un millón de manos e imaginaciones a lo largo de los años y esperar que un solo creador (aunque sea muy imaginativo) reproduzca esa melange es bastante difícil. Morrison parece creer en lo mismo y eso hace que lo quiera tanto

Y en Superman Beyond lo demuestra: enfrentado a Mandrakk, el enemigo de toda la vida, el descreador, Superman triunfa porque sencillamente representa una historia mejor, de creación y supervivencia por sobre nihilismo y destrucción, indestructible, que va a durar mucho después de que todos nosotros estemos muertos. De más esta decir que es una serie optimista a la novena potencia, que termina con una de las mejores páginas en una historia de superhéroes, y que Superman triunfa y rescata a Lois Lane. Pero sobre todo pone los ladrillos para el último número de FC, mandando al Capitán Marvel en una búsqueda de ayuda a lo largo del multiverso (“¡Advierte a todos! ¡Como Paul Revere!” le dice Superman), introduciendo a Mandrakk y poniendo sobre el tapete el trasfondo metaficcional del asunto. La falta de puntualidad al momento de salir, más el hecho de que muchos lectores no lo hayan comprado, aumentó la confusión alrededor del final. Es una parte integral de la historia, como era de esperarse al ser uno de los pocos tie-ins escritos por Morrison.

De ahí pasamos a Submit el otro tie-in de Morrison, que muestra el inicio de la redención del Tattooed Man y su odisea para hacer llegar a los héroes el símbolo de Metron, un arma en la forma de una letra, regalo junto con el fuego (o sea= conocimiento+tecnología+invención), que cancela la anti-vida, que es, a su vez, una “palabra-arma capaz de esclavizar a millones”. Es un numerito más bien del montón, al cual no le ayudan en nada los dibujos de Norm Rapmund, un dibujante que hace a todo parecer feo.
Y de ahí pasamos a Final Crisis 4, el punto más bajo de la serie, en términos emocionales. Recuerdo que cuando la leí me pareció un poco gris y árida, demasiado triste, demasiado bajón, pero es porque es el momento en que el espíritu de la raza humana queda derrotado frente a Darkseid, la destrucción de la libertad. Aquí, por otro lado, es donde comienzan los problemas con el arte, con J.G. Jones abandonando su función como artista único (y hay que destacar que sus dibujos, aunque son un poco rígidos, ayudan a vender en gran medida la sensación de terror de la primera mitad), abrumado por el proyecto, y Carlos Pacheco haciendo su aparición, con su estilo límpido y más convencionalmente superheroico. No funciona mal, de hecho, al menos en este número, ya que las escenas están perfectamente divididas entre los dos artistas, con Jones haciéndose cargo de los momentos que involucran a los New Gods y Pacheco dibujando escenas mas tradicionales. A raíz de la lentitud de Jones, la publicación se había estado demorando, y este episodio salió con una tardanza de un mes y medio, lo cual obviamente inflamó las llamas de los fanboys.

Luego de este número se intercalan los dos capitulos finales de la primera parte del run de Morrison en Batman, el 682 y el 683, espejo de Superman Beyond, solo que en vez de estar anclada en el “afuera”, en Superman como una entidad mas allá de la ficción que salva a toda la ficción, esta centrada en el interior, en la psiquis de Batman y en el modo en que encuentra sentido y supervivencia en toda su historia, interminable y caleidoscópica. Afectado por un parásito psíquico, Batman revive toda su existencia, a lo largo de décadas de “vida” ficcional y la utiliza como un arma para liberarse, ya que nadie excepto él puede soportarlas, esa es toda su gracia.
Y el quiebre tonal en el número cuatro tiene mucho sentido luego, cuando uno lee los números 5-7. En este último tirón las cosas comienzan a volverse cada vez mas rápidas, cada vez más caóticas. La técnica que Morrison empleó en Seven Soldiers 1 es amplificada al máximo aquí, y sirve para ilustrar la riqueza y la imposibilidad, para una mente normal, de procesar la cantidad de cosas que pueden llegar a suceder en un universo compartido durante una crisis absoluta. Las escenas saltan de un lugar a otro, de grupo de personajes a grupo de personajes, mostrándonos los distintos planes para salvar al mundo que tienen Checkmate (¡mudarse a otro universo!), Black Canary con el Tattooed Man (¡pintar la tierra con el sigil!), los últimos héroes que quedan en pie atacando la destruida ciudad de Bludhaven (el epicentro de Darkseid), Nix Uotan despertando como el “juez de toda la maldad”, un hiper monitor con la capacidad para observar todo lo que sucede en el multiverso A LA VEZ, el Super Young Team junto con Mister Miracle, retornando de aventuras nunca vistas con el logo de Metron estampado en sus frentes, los Flashes intentando correr más rápido que la muerte… la sensación que transmiten estos números, sobre todo el final del 5 (y el 7) es de caos y sobrecarga de información.

Es extremadamente notorio que este modelo de cortar y pegar que utiliza Morrison sirva para transmitir en el lector, quizás por primera vez, la sensación desorientadora que debería acompañar a un crossover, donde todos las pequeñas partes móviles de un universo se ponen en marcha en direcciones que no siempre son claras o se articulan entre sí. Uno se imagina que si diez grupos de héroes tienen planes para salvar el mundo y están incomunicados, estos planes no siempre van a confluir perfectamente en una sola ofensiva, que hay una gran cantidad de sucesos impredecibles que pueden encontrarse y modificar sus planes, inclusive hacer que funcionen en contra uno del otro, y estos números proveen esa sensación (¡casi como la sensación se genera entre Countdown y Final Crisis!). Por otro lado, según mis cálculos, creo que lo que pasa entre la mitad del 5 y gran parte del 7 sucede en 15 minutos. Y eso sin contarles de la escena del despertar absoluto de Darkseid en el cinco, que provee la perfecta justificación de porque Morrison dijo que Final Crisis era una serie que buscaba ser un “Apocalipsis doom metal para el universo DC” (“LOS VOY A LLEVAR A UN INFIERNO SIN SALIDA NI FINAL. ¡Y AHÍ VOY A MATAR SUS ALMAS!” dice el cara-de-piedra). Y eso no es lo mejor de un número que incluye a Frankenstein montado en una motocicleta, cortando cabezas y citando a Milton.

Final Crisis 5 agrega otro dibujante, el ignoto Marco Rudy, que hace su mejor intento de imitar a Jones, cumpliendo bastante dignamente, pero ya el desfile de dibujantes traicionaba la desesperación de DC por sacar esta serie en algo parecido a una regularidad y el error que habían cometido al centrar toda su línea en una serie que existía en el vació y para la cual habían asignado a un dibujante detallista y meticuloso. A esta altura debían haber estado deseando haberla promocionado como una cosa que se sostenía sola, la continuación de Seven Soldiers, que quizás le hubiese permitido esperarlo a Jones mas tiempo. En fin.
El numero seis es quizás el numero más convencional, el que avanza de punto A a punto B y resuelve algunos de los plots mas importantes que habían quedado colgando, sobre todo: que le pasa a Batman, que sucede con Mary Marvel, la puesta en marcha del plan de los Flashes, que es el Black Gambit. De cualquier modo, es un numero increíblemente denso para un comic de superhéroes contemporáneo (o de cualquier época, para ese caso). Esta sensación más tradicional debe ser porque todo porque gira alrededor de un par de escenas de lucha: Supergirl vs. Mary Marvel y Kalibak, el hijo de Darkseid vs. Tawky Tawny, el tigre místico de la familia Marvel. Esa última escena, sobre todo, vende este capítulo.

Es una escena que nunca habríamos esperado ver y que demuestra la riqueza de un lugar como el DCU. Morrison yuxtapone algo que parecería simplón e infantil como Tawky con la representación de la bestialidad y lo salvaje creada por Kirby como si eso fuera lo normal, como si no hubiese ningún tipo de conflicto o choque tonal entre estas porciones que forman parte del remendado cuerpo del DCU. Y al final, encima, mete un link directo con Kamandi, otro gran trabajo del Rey en DC. Todo puede funcionar en conjunto, todo DEBE funcionar en conjunto, ese es el modo en que un universo superheroico está tejido, y es mucho más amable para los esfuerzos de todos aquellos detrás de esa increíble empresa creativa intentar reconocerlo como el aparato naturalmente inconexo y dispar que es, antes que intentar barrer lo que no nos gusta bajo la alfombra.

Por otra parte, la escena de Batman es perfecta. Cuando murmura el clásico “Hh” que es la marca del personaje bajo Morrison cuando esta pensando uno sabe que ya está buscando una solución a su predicamento y pensando “Malditos tiranos intergalácticos, creyéndose mejores que los demás”.

Pero el punto mas alto de FC vendría dado por el número 7, en el cual ya ni aparece J.G. Jones, reemplazado por Mahnke, el, donde Morrison utiliza un recurso bastante similar al de Bendis en Secret Invasion 8, pero con resultados mucho mejores: básicamente cuenta la historia como en una suerte de flashback, saltando hacia delante y hacia atrás en el tiempo, entre el final de la batalla de Bludhaven, el fracaso o el triunfo de los miles de planes de contingencia ideados por los héroes; y las consecuencias finales de su lucha: una Watchtower compuesta de fragmentos de varios cuarteles generales icónicos del DCU que flota en medio de una nada que se ha vuelto todo Darkseid, quién, con su caída, ha arrastrado al universo hacia un agujero negro de desesperanza y oscuridad. Es un número totalmente comprimido, donde hay fragmentos de historias más grandes (como ese cuadrito de Aquaman, insertado en el medio de la nada) que no se nos muestran enteras, dejando que el lector las imagine en su mente y donde los superhéroes mismos cuentan historias todo el tiempo, como una manera de protegerse contra la oscuridad y de preservar su legado, como si lo único que quedase ante la destrucción absoluta del universo fuese sentarse al lado del fuego y hablar, darse esperanza, reducidos a su condición primaria de seres humanos que cuentan historias, como viejos aborígenes.

Y en el medio de todo Superman, retornado de sus aventuras mas allá del multiverso y de un encuentro con la Legión de Superhéroes para encontrar su mundo destruido, su mejor amigo muerto y a Darkseid extendiendo su “cuerpo” a toda la humanidad. Y el hombre de azul creando una máquina capaz de modificar la realidad que, oh coincidencia, tiene la forma del logo de Metron y es capaz de conceder un solo deseo. Y, finalmente, Superman solo, en el punto en el que tiempo se detiene y no tiene sentido, en una muerte cósmica con Darkseid rodeándolo por completo. Y en ese momento crucial, Supes destruye a Darkseid… entonando la melodía perfecta del multiverso, la canción del infinito (chupala, Minmay!).

Morrison realiza en el clímax de la serie un cambiazo similar al de Bendis, que podría interpretarse como una estafa si no hubiese sido establecido en Superman Beyond. Con Darkseid muerto y el universo también, quién aparece allí, al final de todas las historias, regodeándose del punto muerto al que ha llegado el Universo DC, es Mandrakk. Pero justo cuando todo parece perdido, Superman pone en marcha la máquina y pide un deseo, causando que aparezca el ejercito de analogías de Superman del multiverso conducido por el Captain Marvel, Nix Uotan con su traje hecho de rayos y camaras de seguridad, los ángeles del Pax Dei (introducidos por el escocés en JLA), Captain Carrot And The Zoo Crew (un grupo de animales con superpoderes que durante mucho tiempo fueron una vergüencita para DC), el Super Young Team y un montón de Green Lanterns que estaban intentando entrar a la tierra desde el número 5. Este es el momento en que la narrativa tradicional se quiebra, que ha recibido más quejas de parte de los lectores, porque parece una convención de deus ex machinas dispuestos a salvar el día, lo cual, por otro lado le da a la confrontación final ese sentimiento de “todos juntos ahora” que caracteriza las luchas finales de las crisis.

Pero lo inteligente de Morrison, lo que hace que esa escena y ese número final funcione en el conjunto es que incorpora el subtexto metaficcional a la historia en sí. La aparición de Mandrakk (uno podría decir que su sombra a lo largo de todo el número), al ser su naturaleza la de “comer historias”, es la que le quita el ímpetu a Final Crisis en su desenlace, que la vuelve extraña y que quiebra las reglas de la narración tradicional. Y el deseo que Superman formula es intrínseco a esta estructura porque, en realidad, como dice Nix Uotan, el kriptoniano desea “lo mejor para todos nosotros (…) un final feliz”. Ese deseo al mismo tiempo rebootea el universo, como en todas las crisis, y pone en marcha la historia de nuevo, que se desliza inexorablemente hacia el mejor final posible en un comic de superhéroes. La existencia misma de una historia, de un desenlace es lo que destruye la influencia de Mandrakk. Incluso hay un momento final, entre Mandrakk y Nix Uotan que sirve como un último guiño del pelado al lector. El vampiro le dice “Nix Uotan…¿mi hijo?” y el otro contesta “¿Como podría ser otra cosa?”. Es como si esa relación se instaurase, completa, en ese momento, sin ningún tipo de aviso previo, porque el-padre-contra-el-hijo es, quizás, la figura mitológica y narrativa más antigua, y Morrison sabe que los lectores la identifican y la reconocen, que realmente no podía ser de otro modo.
No puedo dejar de maravillarme con la sencillez de la resolución. Para otros, quizás, sea un engaño, un cop-out. Seguro a muchos les hubiese gustado ver a Superman golpeando cosas o una batalla tradicional, con el destino del multiverso en el balance, pero ¿qué mejor testamento a la capacidad auto-reparadora e inspiradora del universo DC que la imagen Superman reiniciándolo con el más simple y optimista de los pedidos?. En otras palabras: estos personajes están aquí, van a subsistir, el potencial para hacer algo creativo con ellos esta ahí, siempre presente, perenne. Morrison pareciera decir que, en el fondo ni siquiera necesitan de los creadores, más bien los necesitan poco, solo como el conducto a través del cual sus vidas fantásticas se desarrollan y llegan a los lectores. Solo necesitan de la imaginación y de la fe y de nuestra creencia en ellos. O, como dice Nix Uotan: “Este multiverso tiene defensas naturales que ninguno de ustedes se podría haber imaginado”.
Para mi esto no es ningún engaño, ninguna mentira, es una forma mucho más sincera y fundamentalmente imaginativa de expresar lo maravilloso de ese lugar que se llama el DCU. Es hermoso que la despedida de Morrison del DCU sea con la tesis de que ni siquiera lo necesitan. La historia gigantesca que nos cuenta Morrison funciona en dos niveles, por un lado demostrando la energía del universo que contiene a sus personajes, por otro lado mostrándonos la energía inherente en esos personajes que parecen tantas veces gastados.
Es, pareciera, finalmente la plasmación de lo que Morrison había dicho hacía mucho tiempo, de que quería que el universo DC se comportara como un ser vivo. Esto es: una máquina de historias, un jardín de los senderos que se bifurcan, un lugar con una geografía, historia, política, esoterismo que superan con mucho la cantidad de información de nuestras biografías personales. Y al final de Final Crisis casi ni se nos cuenta sobre sus consecuencias, sobre la manera en que cambio el universo, como si no importase, total, es un organismo en continuo cambio solo por el hecho de su publicación mensual. Ya van a inventar algo.

Continuando con la analogía musical, es como si Secret Invasion fuese una especie de canción de hard rock altamente eficiente: aquí están las guitarras (los superhéroes), aquí están las baterías (los skrulls), aquí esta el solo, esto es rock, esto es lo que importa, aquí estamos reafirmando realmente tus certezas sobre lo que te gusta escuchar (o sobre lo que consideras válido de aquello que lees). Mientras tanto, Final Crisis es un poco como el post punk (o quizás el acid house en un buen día, sobre todo por la sensación de comunalidad que despierta, las ganas de leerla y discutirla): un experimento continuo, un intento de expandir lo que se conoce por “evento” a lugares insospechados, una obra que esta llena de fallas o caminos sin salida, pero que es mas valiente y válida por haber tenido los huevos para hacer esos experimentos, que continuamente nos pone en lugares incómodos o extraños para los cuales nuestros hábitos al leer un comic de superhéroes no pueden entrar en automático, que continuamente nos interpela, nos hace preguntas, nos pide que investiguemos, que nos relacionemos con ella.
Y es una de esas pocas obras que me hacen sentir que estoy observando, realmente, una porción minúscula, gloriosamente confusa pero que te deja sin aliento de ese copo de nieve fractal que es un multiverso.


El Mayor Espectáculo Sobre La Tierra (pt. 1).

(Debido a la longitud, decidí cortar mi post sobre Secret Invasion y Final Crisis en dos. Hoy subo la primera parte, centrada en la miniserie de Marvel y en la promoción de ambos eventos. El viernes, la segunda, centrada en Final Crisis.)

Ahhh, nos encontramos una vez mas, al final (muy al final) de la temporada veraniega para las dos editoriales mainstream, o sea, Marvel y DC. Y su temporada veraniega implica, casi sin excepción… ¡crossovers!, ¡enormes y gigantescos crossovers! Donde Spider-Man cambiara sus guantes, esta vez…PARA SIEMPRE. ¡Lo prometemos! O donde un querido héroe del universo DC (seguramente Red Arrow o Geo-Force) realizará ¡¡¡EL ÚLTIMO SACRIFICIO!!! (¡de verdad! ¡lo juramos!).
Si me aproximo a estos eventos con un alto grado de cinismo es porque ello es inevitable. La tendencia a la sinergia en los universos superheroicos ha ido acelerándose durante los últimos 5 o 6 años (así como la cantidad de información que existe se multiplica como conejo) de un modo tal que muchos lectores se ven sobrepasados y agotados por tantas batallas definitivas. Los eventos no serían tan molestos si la cantidad de números que los compusiesen entrasen dentro de algo similar a la “normalidad”, pero con los años también se ha producido la hinchazón, como una pústula violenta, de la cantidad de comics que, cada verano, llevan logos como Moebius Crisis! o Operation: Pancake. Civil War sin dudas fue un pico, con sus ¡107! partes; al igual que el infame Countdown, una inmunda serie semanal de 52 capítulos publicada por DC durante un año, responsable en gran parte de la caída de la imagen de la compañía, que iba acompañada de miles y miles de spin-offs, la mayoría completamente ridículos e innecesarios y unos cuantos (Countdown: Arena, te estoy mirando a vos) directamente ilegibles.
Lo curioso en esta temporada consistió en que, como no sucedía hace bastante tiempo, los eventos de ambas compañías, llamados Secret Invasión en el caso de Marvel y Final Crisis en el caso de DC, largaron directamente en competición entre si. Y, por otro lado, que ambos eran no solo el producto de una estrategia de marketing (aunque, seamos honestos, en estos casos ese es el motor principal) sino también como el resultado del trabajo de años de sus dos arquitectos principales: Brian Michael Bendis en Marvel y Grant Morrison en DC.
En el caso de Bendis, SI era la culminación del trabajo que venía realizando desde el relanzamiento de los Avengers como New Avengers. Según el pelado de Nueva York, esta serie cerraría una serie de argumentos que habían quedado colgados desde la primera historia en ese título, la famosa fuga de la prisión que reunía a los NA. Además, se había tomado gran parte del último año y medio en “set-upearla”. ¿Y cual era su premisa?. Bueno, básicamente, los Skrulls, esos aliens que cambian de forma, verdes y ligeramente ridículos, venían a invadir el universo Marvel, en el cual, de hecho, habían estado infiltrándose durante años. Mejor equipados, con más poderes y armados con la certeza de una profecía que clamaba que la tierra siempre había sido suya y que su conquista sería fácil, que era una parte fundamental del Imperio Skrull. La premisa tenía todos los elementos para convertirse en una sutil exploración de la paranoia, para que haya cambios realmente duraderos (juro que me pase casi toda su publicación seguro de que, al menos, los Skrulls se quedaban con un paisito) y para remozar a estos villanos cuya importancia (nunca demasiado alta) había descendido hasta el ridículo en los últimos años.
Por el lado de Grant Morrison, el épico Final Crisis representaba por un lado la culminación de su trabajo superheroico en DC, yendo hasta la prehistoria de Animal Man. El mismo la llamó un “greatest hits” de su carrera, importando conceptos, estructuras narrativas y un par de personajes y lugares de su arsenal de escritor. Había conexiones, como se ha dicho, con Animal Man, con JLA, con Flash, un poquito con All Star Superman, otro poco con Batman, pero sobre todo con Seven Soldiers. De hecho, esta última serie se podría considerar su preludio, ya que el hilo argumental más importante que queda colgado en esta es la caída (en el sentido cosmológico: a través del tiempo y el espacio) de Darkseid, el tirano cósmico creado por Jack Kirby; la aparente muerte de los New Gods, sus contrapartes buenas; y la resurrección de Mr. Miracle, el espíritu de la libertad y uno de los pocos capaces de detenerlo. Y Final Crisis comienza con Darkseid y sus dioses malvados habiendo poseído cuerpos diversos en el DCU y listos para desatar su reino del mal sin que los superhéroes ni siquiera lo sepan. Por algo la promocionaron con la frase “El Día Que el Mal Ganó”.
Pero las similitudes entre una y otra terminan ahí, porque en composición, temas, desenlace y organización son tan diferentes como la noche del día. Y aquí es donde la cosa se pone compleja, porque si hablamos en términos puramente comerciales y de producción (y en general no se puede evitar, con criaturas tan diabólicamente comerciales como los eventos, hablar en estos términos, así que saquémoslo del camino ya) Secret Invasión fue un éxito enorme comparado con Final Crisis.

¿Porqué? Bueno, en primer lugar, porque los ejecutivos de Marvel hicieron un trabajo mucho mejor vendiendo de que se trataba la serie (aliens contra el planeta tierra difícilmente sea un concepto muy elaborado y difícil de comunicar), porque la serie principal salió a tiempo, porque los creadores destinados a ella la completaron de principio a fin, sin ningún artista de relleno, algo por lo cual habría que bendecir a Leinil Francis Yu, el dibujante de la misma, y porque, sencillamente, vendió mas.
Por otro lado, los ejecutivos de Marvel la vendieron excelentemente como una continuación de la Gran Historia Interminable Del Universo Marvel Bajo Joe Quesada (su editor en jefe). O sea, SI fue visto por los lectores como la continuación de Civil War y House of M, de toda la mega historia que viene desarrollándose en los últimos 3 o 4 años del reinado del gordo Q. Fueron astutos para venderla como fundamental y que los fans lo tomen como algo emocionante y no como una tarea pesadísima que se tenían que imponer para “estar al día”. Y, la verdad, tuvieron suerte de que se entusiasmen porque en adición a la miniserie de 8 números, el evento tenía un total de ¡91! tie-ins (revistas individuales que se conectan a la serie principal), repartidos entre todos los títulos que publicaba Marvel en ese momento.
De ese modo, Secret Invasion era una serie que se vendía por dos bandas: como la conclusión de la tarea de un escritor aclamado y como el siguiente paso, en términos narrativos, del universo.
Mientras tanto, la promoción de Final Crisis, en comparación, parece ser el producto de un choque entre un zeppelín, un submarino y un auto lleno de payasos. Promocionada originalmente como aquello a lo que estaba conduciendo el aborto de Countdown, develaron su título y su equipo creativo, compuesto por Morrison y el dibujante de estilo realista y oscuro J.G. Jones, en Mayo del 2007, un año antes de su fecha de salida, en una maniobra que parecía destinada a levantar al caído semanario, que fue renombrado Countdown To Final Crisis. Más adelante se supo que la serie iba a estar compuesta de siete números más gorditos que un comic regular y que, entre el número tres y el cuatro, iba a haber un hueco de un mes en la publicación que iba a ser rellenado con algunos especiales. Al mismo tiempo, la serie principal iba a estar acompañada por dos mini-series que se enfocaban en historias “paralelas” de igual importancia, Final Crisis: Revelations (sobre el Spectre y The Question y yadda yadda yadda) y Final Crisis: Legion of Three Worlds (intentando desenredar la continuidad de la Legion de Superhéroes). A esta se les agregaría una tercera, Final Crisis: Rogues’ Revenge, sobre los enemigos de Flash, que originalmente iba a ser publicada fuera del evento pero que terminó incorporándose al mismo.
Esta organización parecía una directa consecuencia del desastre de Countdown y del descubrimiento por parte de Dan Didio (editor en jefe de DC) de que los fans iban a comprar solo una cantidad limitada de mierda, no importa cuan atada estuviese a un evento. De ese modo, su expansión era diametralmente opuesta a la de Secret Invasion: en vez de 100 números, Final Crisis se reduce a una treintena y se tomó la decisión de hacer que acontezca en un “vacío” desconectada del resto del universo DC. Es decir, no había ningún numero de las series mensuales que conectara con el evento. Esto es un arma de doble filo, porque los fanáticos iban a preguntar, incesantemente, «¿que tipo de influencia tenía Final Crisis sobre la historia que estaba pasando en Superman 254?».
El problema fue que Countdown había sido desarrollado a partir de los primeros bocetos de Final Crisis, tomando ideas que se iban a desarrollar en la serie de Morrison, con la promesa de dejar ciertos jugadores en lugar para esta. Pero, oh sorpresa, la mayoría de Countdown contradecía enormemente lo que después se vería en FC. Y, por supuesto, los fans comenzaron a quejarse de las discrepancias de la continuidad. Y hasta Morrison salió a decir en una entrevista que “En el 2006 pedí un moratorio sobre los New Gods, así podía crear anticipación para su regreso en una nueva forma… en cambio, los personajes fueron pasados como hepatitis b a prácticamente cada escritor de DC para que jueguen con ellos como quieran, lo cual, sinceramente, me hace muy difícil introducirlos con cualquier sensación de novedad, misterio o grandeza”.

Básicamente, el error colosal de DC fue crear una serie innecesaria que contradecía su futuro evento, solo por codicia y estupidez. Al intentar jugar la carta del “evento como historia del universo” e ignorar que tenía que jugar la carta del “evento como conclusión del trabajo del escritor” se pasaron de la raya y crearon lo que puede ser descrito, caritativamente, como un desconche de continuidad. La gente se quejaba por la dislocación entre Countdown y Final Crisis pero lo que pasaba es que, gracias a la ineptitud de DC, estaban buscando en el lugar equivocado: la respuesta estaba, simplemente, en los comics de Morrison.
Mientras tanto, Bendis agradecía a sus editores por haberle permitido realizar esa historia y decía cosas como “Se que hay un montón de gente que piensa que Joe y yo somos amigos, y que yo puedo hacer lo que quiera, y absolutamente no es el caso. Por eso trabajo ahí. No necesito trabajar con “amigos”. Necesito alguien que me diga que mi trabajo apesta – antes de que se imprima”. O como dijo Warren Ellis hace un tiempo en su Twitter: “No se como Joey Q puede twittear tanto desde las reuniones de escritores de Marvel cuando sostiene tantas pijas en sus manos”.
Y la promoción (y el recibimiento) de Final Crisis terminaría de deshilacharse cuando J.G Jones dejase de cumplir con sus fechas de entrega y se multiplicase, como por un prisma, por una legión de dibujantes. ¡Carlos Pacheco! ¡Marco Rudy! ¡Doug Manhke! ¡Tu hermana!.
Sin embargo, si nos concentramos en términos de historia y contenido y subtexto, Final Crisis es infinitamente superior a Secret Invasión. Ambas son historias sobre historias, historias que en realidad hablan más sobre el universo al que pertenecen que sobre si mismas, pero la manera en que este recurso esta utilizado en cada caso es muy diferente y allí radica el interés y la curiosidad. Así que, sin mas preámbulos, nos sumerjamos en ellas a ver que tienen para decirnos.

Superskrullia!

(Secret Invasion #1-8, New Avengers #40-#47, Mighty Avengers #12-19)

Secret Invasión es una historia sobre historias por dos motivos: en primer lugar, porque los skrulls atacan movidos por una profecía. ¿Y que es una profecía sino una historia del futuro con final pre-determinado?. Pero también lo es porque, en segundo lugar, Bendis decidió utilizar los tie-ins de New Avengers y Mighty Avengers, los únicos escritos por él, para explorar y detallar la historia previa de los skrulls y de algunos personajes importantes antes de la invasión. Como “cada personaje tiene su historia” (o “cada personaje es un mundo”) Bendis se dedicó durante 8 meses a mostrarnos imágenes de la cinta de detrás de escena, intentando darle mayor importancia y personalidad a los invasores.


(Silly Putty)

Estos van a ser los únicos tie-ins que consideraré con respecto a Secret Invasion, a pesar de que existen como 80 más. Este resto (por mis lecturas selectas) parece caer en dos categorías: interesante historia paralela a la acción principal (en este caso se destaca el de Incredible Hercules (del cual hablaremos un poquito más adelante), o héroe-x-se-enfrenta-a-algunos-skrull-al-azar-para-defender-su-porción-de-universo-Marvel. Los del primer tipo son, en general, divertidos. Los del segundo tipo son, en su mayoría, superfluos.
Entonces, los skrulls tienen una profecía, ¿no?. Esta profecía dice que luego de que su imperio y su planeta natal sean destruidos, renacerían en la tierra, el Planeta Prometido. Los humanos debían “abrazar el cambio” que traían, porque era mas beneficioso que cualquier otra cosa. Este ángulo brindaba la muy interesante opción de explorar a los skrulls como nunca antes, de darle forma a su religión y presentarlos como villanos con motivación, no tan malvados. Y esto es algo que Bendis admitió de entrada en entrevistas, que quería hacer de los skrulls villanos con razones con las cuales los lectores puedan identificarse. También abría la incógnita de que los héroes del universo Marvel, siempre propensos a los errores y que venían de tener su propia guerra civil, quizás no eran lo mejor para su propia tierra.
Sin embargo, apenas iniciada la serie todas estas buenas intenciones se van al carajo. La agenda religiosa de los skrulls prácticamente no es tocada en la serie principal, en donde todo se reduce a unos cuantos hippies mugrosos (y obviamente delirantes y sin idea de lo que esta sucediendo) apareciendo en el número seis para intentar abrazar skrulls porque “¡traen el cambio, fascistas!”. De hecho, la mayoría de la religión skrull es detallada en el tie-in de Hercules, una historia divertidísima donde el protagonista y un grupo de dioses se unen en The God Squad para atacar el panteón skrull, compuesto por un dios masculino que no cambia nunca de forma y una diosa femenina que muta continuamente (¡Hola, Dave Sim!), y a los interminables dioses que los skrulls habían dominado al conquistar sus mundos.
Lo otro que queda claro a través de esta analogía religiosa es que los héroes del universo Marvel están completamente dispuestos a aniquilar a cualquier persona que piense diferente a ellos, ya que durante toda la serie lo que sorprende es la tranquilidad con la cual estos héroes matan y mutilan skrulls, como si fuesen no-entidades, sin en ningún momento intentar razonar con ellos o comprender su punto de vista.


(Guarda, Stark!)

Pero dejando esto de lado, volvamos al otro punto novedoso y potencialmente interesante de Secret Invasion: la manera en que Bendis la estructura para lograr un máximo impacto en la mini-serie propiamente dicha y relegar toda el material suplementario necesario para entender la historia de los invasores y su infiltración a los números de los Avengers. Pareciera que Bendis quería corregir algunos de los errores percibidos en el último evento escrito por él, House of M, el cual había sido casi universalmente considerado como lento y aburrido. En este caso, Bendis relegó lo lento y aburrido a los títulos de los Avengers, mientras que la serie principal quería ser una especie de banquete de acción y pirotecnia para el lector con ADD. Así, a lo largo de los números de New Avengers y Mighty Avengers nos enteramos de varias cosas, siendo las más importantes como fue el ascenso de la nueva reina skrull, como reemplazaron a algunos de los héroes (con énfasis en Hank Pym y Spider-Woman), como lograron volverse invisibles a cualquier detección, que hicieron durante los eventos anteriores como House of M y Civil War, y como Nick Fury arma un equipo de superhéroes desconocidos para detenerlos. Además, nos re-cuentan algunas historias de los Avengers de los últimos años, pero metiendo una buena dosis de skrulls para explicar algunas discrepancias.


(Nick Fury y sus Comandos Pijudos)

El problema, básicamente, es que en general estas historias suplementarias son bastante poco interesantes, que sufren del molesto tick bendisiano de estirar escenas y set-ups hasta el infinito, pero ahora de una forma estructural. Uno lee como 20 números de Avengers y no se queda con la sensación de que los skrulls son más interesantes, solo que se tomaron un montón de tiempo hasta lanzar una invasión que seguramente fracase. Los únicos que tienen algo de personalidad son la Reina Veranke y Criti Noll, Spider-Woman Skrull y Hank Pym Skrull respectivamente. Todo el resto quedan como la típica raza de aliens sin diferencia entre uno y otro, un montón de seudo entidades que creen firmemente que van a ganar, pero ninguno de los planes que nos muestran parece ser suficientemente grande o definitivo como para lograr su objetivo. Además, mostrar todo esta preparación es ridículo cuando los planes ya se han visto en marcha en la serie principal. Es una explicación que no hemos pedido. Los tie ins parecen querer funcionar al mismo tiempo como exploración psicológica de los aliens y como mecanismo para hacernos sentir que ahora los héroes están jodidos, y fallan en ambos sentidos porque nunca los eventos que se muestran en ellos parecen emanar de la voluntad de un personaje, si no de una lista de ítems que había que rellenar: “¿Cómo hacen para ocultarse los skrulls? ¡Cubierto! ¿Qué hacía Nick Fury? ¡Cubierto!”. All filler, no killer.
El otro problema en contra de este material suplementario proviene de la serie en sí. Secret Invasion es, básicamente, un conjunto de escenas de pelea que suceden en un período de tiempo muy corto. En primer lugar, los Avengers en la Tierra Salvaje durante la mayor parte de seis números, dando vueltas como estúpidos y encontrándose con duplicados que portan su apariencia en los años setenta (p.ej: Luke Cage con afro exclamando “Sweet Christmas!”), diseñados para generarles paranoia. En segundo lugar, una lucha en Nueva York contra las fuerzas invasoras skrull, afrontada por héroes secundarios y los nuevos soldaditos de Fury. En tercer lugar, la batalla final en Central Park. El problema es que, como los skrulls casi ni tienen personalidad no nos importa que a) los asesinen o b) pierdan.

Bendis, por otro lado, (a quien no detesto particularmente, Alias y Daredevil son bastante buenas) no sabe escribir escenas de lucha “tradicionales”. Más bien se diría que se especializa en escenas de lucha anti-climáticas. Nunca he visto una que se sienta grandiosa o coreografiada, todas parecen chatas y sin vida, porque el caos y la diversión de una escena de lucha en un comic de superhéroes, con su sensación de mil-cosas-por-segundo, su movimiento, no se presta bien al gran talento de Bendis, que es la utilización del diálogo para generar un ritmo en imágenes generalmente estáticas. Es algo que siempre me fastidió leyendo sus New Avengers y está continuamente presente en esta miniserie. Los personajes parecen trancados, envueltos en melaza, inclusive cuando en su primer número estallan mil cosas en el horizonte. Los grandes momentos de acción tienen solo eso a su favor: que son grandes. Pero también parecen una mezcolanza de juguetes sin real consecuencia. De cualquier modo, Francis Yu hace lo mejor que puede, y debo decir que la limpieza de trazo de esta mini serie la hace uno de sus mejores trabajos.

Sin embargo, el mayor problema estructural es que al final de Secret Invasion los skrulls no ganan. De hecho no llegan ni de cerca a ganar. Todo el supuesto poder e inexorabilidad que se suponía que portaban, los miles de planes y estrategias que tenían (algunos de los cuales son buenos, como la infiltración total de La Iniciativa, el campo de entrenamiento para superhéroes producto de Civil War) al fin y al cabo no sirven para nada. De hecho, Bendis realiza un cambiazo tremendo, porque al final quien se beneficia de la invasión es Norman Osborn, el enemigo de Spider-Man psicotico y con pelo raro, que mata a Veranke y reemplaza a Tony Stark como súper policía del mundo. Mientras tanto, Stark, gracias a su completa falla para prevenir la invasión, se vuelve el enemigo público número uno. De algún modo yo me había creído (y quizás la broma me la están jugando a mí) que los skrulls iban a tener una presencia continua en el universo Marvel. No quieran venderme la doctrina de las grandes consecuencias y la continuidad estrecha si estas, cuando se producen, vienen de la nada y no han sido previamente establecidas en la historia. Al final, los skrulls terminan siendo personajes secundarios de su propia historia, que parece mas bien centrada en avanzar un casillero más adelante en la Gran Historia de los Estados Unidos Represivos del Universo Marvel. Es una serie sobre cerrar definitivamente Civil War, sobre como, si pensabas que ese resultado era malo, ahora todo es mucho peor. A diferencia de esta, que tampoco aprecié demasiado pero que tenía la virtud de cambiar radicalmente las reglas de juego del universo Marvel, Secret Invasion parece una profundización de su tristeza.


(Norman Osborn Wins The Invasion!)

Bendis abandona (o demuestra una ignorancia completa de) el subtexto político o religioso, o inclusive paranoide (los skrulls reemplazan a un montón de héroes de segunda, vamos, ¿a quién le importan un comino Spider-Woman o Hank Pym?, pero un cambio de peso, como Luke Cage, hubiese invalidado años de historias más decentes) en función de una pieza de continuidad que, en el fondo, solo habla del Universo Marvel como lugar continua y progresivamente más oscuro que ama poner a sus héroes en situaciones difíciles. Y eso ya lo sabíamos. Ya lo dijo Kurt Busiek, en muchas menos páginas y con más gracia, en la magnífica JLA / Avengers. Lo único que pone en evidencia es que su viraje en los últimos años a un zeitgeist “realista”, profundamente influido por el estilo Ultimate, con historias centradas en manipulaciones políticas, en juegos de poder y en personajes más “al nivel de la calle”, también lo ha conducido más bien hacia una derecha aburrida y simplona, hacia un espíritu más bien opresivo.
Esto me descorazona y me aburre, quizás porque ese es un universo en el que no tengo demasiadas ganas de participar. Un universo superheroico donde todos son soldados o agentes encubiertos, donde las decisiones se toman y los momentos definitivos pasan por grupos de personas sentadas alrededor de una mesa, donde nadie confía en nadie y todos son traidores. ¿Donde esta el sentido del asombro, la riqueza, la imaginación y el infinito?. ¿Acaso pueden perdonarme por pedir que mis comics de superhéroes no consistan en un arreglo anti-climático tras arreglo anti-climático en una ridícula pantomima de cómo Bendis (o Millar) creen que se comportan las facciones en pugna alrededor del poder?. Se siente gris, depresivo y, sobre todo, cansador.
No estamos hablando acá de una serie con sustancioso comentario político y subtexto que se apropia de algunos tropos del género superheroico, como Winter Men o el Black Panther de Priest, estamos hablando de una serie en la que un tipo cree que por yuxtaponer explosiones y un cambiazo completamente superficial de figura de poder (que parece traído directamente del único lenguaje que maneja, el del noir: “ahora yo soy el rey de la pandilla”) representan un cambio sísmico por el que nos tenemos que preocupar o una especie de inteligente comentario político sobre quien domina el universo Marvel.
No tiene ninguna profundidad, no me deslumbra con sus fuegos artificiales, es como que solo “esta ahí”, una pieza más en el interminable y perfectamente aceitado mecanismo irreal que es el universo Marvel, arrastrándolo hacia delante. Y uno se siente como uno de esos esclavos que remaban en galeotes en el siglo XVI, doloroso, monótono, rutinario, interminable.