Piensen En Los Niños!

El tipo de aquí arriba que ven tan preocupado leyendo un Crime SuspenseStories es Fredric Wertham.
Fredric Wertham era un psiquiatra alemán que se marchó a Estados Unidos en 1932 y dedicó gran parte de su carrera a argumentar que la cultura de masas en general, y los comics en particular, eran perjudiciales para los niños y la sociedad. Wertham era un alemán iluminado, en línea con la Escuela de Frankfurt, un tipo serio que temía por el lugar de la alta cultura en un mundo de producción capitalista. Como opositor de la deshumanización y vulgarización del capitalismo, contaba con una veta socialista y abrió una de las primeras clínicas de atención psiquiátrica gratuita destinada a la población negra (la Clínica Lafargue, llamada así por el yerno de Marx, Paul Lafargue).
Pero Wertham, para cualquier lector de comics norteamericanos de los últimos 50 años, es el demonio. El buen hombre de Nuremberg fue uno de los líderes y encargados de la caza de brujas realizada en los 50 contra los comics de terror, ciencia ficción y crimen de la E.C., posiblemente los mas imaginativos e importantes de su momento, los que tenían guiones de Ray Bradbury y dibujos de Wally Wood y Bernie Krigstein; los de las historias de guerra de Harvey Kurtzman, asfixiantes, repetitivas, nihilistas; los de la ciencia ficción política y sensible y el crimen brutal y explícito. La misma editorial que dio a luz a la revista Mad, el abrevadero cómico de donde todos (y me refiero a TODOS: los cómicos de SNL, Matt Groening, Trey Parker y Matt Stone, los hermanos Farrelly, Dan Clowes, los Hermanos Hernández y más y más y más) robarían o pedirían prestado.
Y el buen Dr. Wertham publicó un libro, llamado “Seduction Of The Innocent”, en 1954, donde realiza acusaciones graves, amplias y (según la visión tradicional del fandom) sin base. Básicamente el buen doctor había realizada entrevistas en su clínica, descubriendo que casi todos los jóvenes que cometían crímenes leían comics, por lo tanto los comics contribuían a la delincuencia juvenil. Esto en una época en que la industria del comic vendía entre 80 y 100 millones de copias por semana y casi todo niño del país los leía.
Al mismo tiempo, el senador Estes Kefauver presidía el Subcomité del Senado sobre la Delincuencia Juvenil, y la fama de Wertham luego de la publicación de su libro hizo inevitable que se lo llame a testificar. Simultáneamente su libro le había dado excusas a miles de organizaciones católicas y de derecha norteamericanas para realizar quemas de comic books, ocasiones festivamente aterradoras (pero hay que recordar algo: a pesar de que la caza de brujas comiquera coincidió y le dio fuego al ambiente represor de los 50, no es específicamente McCarthista, ya que no estaba preocupada específicamente con los asquerosos y ateos comunistas, sino más bien con ciertos valores morales y la contaminación “desde dentro”).


(Bill Gaines y Al Feldstein)

La leyenda negra pinta a Wertham en el estrado, un estreñido intelectual alemán vituperando contra los comics de terror que los adolescentes tanto amaban, comparándolos con Hitler. Y también pinta a Bill Gaines, el editor en jefe de la E.C., un gordo con cara de bonachón, anteojos y pajarita, decidido a testificar, bajo el efecto de las anfetaminas, desarmándose en el estrado, incapaz de contestar coherentemente.
Y luego, la muerte, el Comics Code Authority, el código de censura que (no tan paradójicamente) introdujeron las propias editoriales, asustadas por la caza de brujas y por el éxito de la E.C. El golpe de gracia que llevaría a que cierren todas sus colecciones, excepto Mad, que se transformaría en revista.
Y, también, el colapso: el cierre de la American News Company, la distribuidora mas grande del negocio, que llevó a la desaparición de casi la mitad de las editoriales que florecían a principios de los 50. Y luego la televisión y las chicas y los video juegos y la internet y las drogas y la industria del comic nunca sería la misma.
Pero a lo largo de toda esta historia, los lectores de comics han seguido culpando a Wertham, a ese reptil traidor, ese kraut malagradecido que no supo ver la pasión de las ametralladoras, los gangsters y los monstruos.

O por lo menos así fue hasta hace unos pocos años, cuando ciertos autores, entre los cuales el más importante es Bart Beaty, un teórico de la comunicación y la cultura de masas canadiense, comenzaron a defenderlo. Beaty apoya su tesis en el carácter progresista de la práctica psiquiátrica de Wertham y sus posturas políticas liberales. Defiende su argumento enmarcándolo en las discusiones de entreguerras sobre la validez de la cultura de masas y argumentando que tenía preocupaciones reales sobre el impacto de esos comics en los jóvenes.
Este año el periodista David Hadju publica su libro “The Ten Cent Plague. The Great Comic Book Scare And How It Changed America” (aquí hay una crítica de Louis Menand) en el cual reproduce mayormente la leyenda negra de Wertham y compara a la caza de brujas de los comics con una purga que precede a las luchas por el rock y la cultura joven de los 60.
Lo interesante del asunto es la polémica que suscitó y la fascinación (para mí al menos) de verla desarrollarse en tiempo real en la pantalla de tu computadora. En primer lugar, Bart Beaty no se lo tomó muy bien y escribió una reseña en The Comics Reporter (parte uno, dos y tres) en la que destrozaba muy educadamente al libro y clamaba que la E.C. se había aproximado a Wertham para que interceda en su favor e, incluso, para que se ponga a la cabeza del Comics Code.
Al mismo tiempo, se enzarza en una mini discusión con Jeet Heer, otro estudioso del comic que provee ensayos históricos para colecciones de tiras clásicas de principios de siglo como Gasoline Alley, a raíz de su primera evaluación del libro, discusión que se encuentra mayormente resumida en este artículo de Slate.
Pero lo realmente fascinante sucedió esta semana en Thought Balloonists, uno de los mejores blogs de teoría y critica de comics, en donde le preguntaron a Al Feldstein, el guionista y editor de la mayoría de los comics de terror y crimen, que opinaba de los comentarios de Beaty, a lo cual respondió negando todo conocimiento de los encuentros entre E.C. y Wertham y clamando que el canadiense estaba equivocado.
Pero, dos días después, Beaty contestó pelando, como la pistola mas rápida del oeste, un par de cartas firmadas por Feldstein y enviadas a Wertham que apoyan completamente su investigación, causando que Feldstein se disculpe y agregue nuevos datos a la discusión.
Es un ejemplo totalmente hermoso de discusión histórica e ideológica, de lucha historiográfica de gran significancia, tomando lugar en este mismo momento, frente a nuestros ojos. Es algo raro de ver, que contradice todo lo que a uno le enseñan en la facultad, al ser tan vital, tan apasionante y tan fresca que parece chisporrotear con el impactante color de la sangre.


Comic Books Are Turning Our Children Into Lousy Capitalists!

Digámoslo mal y pronto: en el último mes, los dos acontecimientos que han sacudido al comic norteamericano han sido políticos en naturaleza. Estamos hablando, claramente, de La Muerte Del Capitán América (porque así le gusta a Marvel que lo digamos, con énfasis y mayúsculas, después de todo es un COMIC SERIO!) y del estreno de “300”.
Ahora bien, obviamente son fenómenos de naturaleza distinta. La muerte del Capi es un evento / historia difícil de encarar: por un lado la manera en que Ed Brubaker, el guionista del Capitán, logro encajar este golpe bajo en la historia que venia contando es admirable y demuestra que al menos el tipo que esta al frente de todo esto es un escritor con talento y que tiene cierto plan en la cabeza. Por otro lado, todo el revuelo mediático y la atención que ha depositado Marvel en ella la vuelve un evento que produce cierto escozor y rechazo. ¿Por qué? En primer lugar, porque es muy difícil que no veamos al Capi volver entre los vivos en los próximos años. Si hay algo en lo que los comics de superhéroes no se destacan, es en las consecuencias duraderas de la muerte. Y mucho menos de un personaje tan importante como el Capitán. La insistencia de Marvel para que creamos que esta muerte es definitiva e importante es irritante porque nos piden que desechemos todo nuestro conocimiento del género y sus reglas. Las reglas pueden ser malas o podemos no estar de acuerdo con ellas pero cualquier lector medianamente regular de comics de superhéroes sabe que la posibilidad de que un personaje retorne de la muerte es directamente proporcional a su popularidad. Y estamos hablando del condenado Capitán América, por dios!.
De cualquier modo, la estrategia de Marvel esta muy a tono con su discurso publico en los últimos años, en el cual afirman cosas que luego son negadas de una manera categórica (a los pocos meses) con una expresión de indignación y la frase “nosotros NUNCA dijimos eso”. Básicamente, nos toman por idiotas.
Pero, por otro lado, produce un cierto rechazo porque, a raíz del revuelo generado en los medios “serios”, Marvel nos quiere vender este sucio acontecimiento como una parábola política en la cual el Capitán es un especie de abanderado de las libertades individuales, cuyo asesinato es una consecuencia de su postura libertaria (aunque el autor intelectual sea un ex científico nazi con el cráneo deformado, rojo y a la vista). Y, en general, los comics de superhéroes nunca han sido buenos en el tema de las metáforas políticas. En general la política se revela problemática, demasiado sutil, apegada a los grises y los tonos intermedios, a la hora de transferirla con cierta fidelidad a los códigos y las improbabilidades del genero, causando que esta sea o aguada y simplificada para que funcione en un mundo donde los tipos vuelan en calzas o que el mensaje político se vuelva demasiado pesado y todo termine como una lección en solemnidad y aburrimiento.


El caso de 300 ilustra lo opuesto: la lectura obligadamente ideológica de un comic de la forma más superficial posible. Las tesis son dos: en primer lugar, que es un comic pro-imperialismo norteamericano, con su fábula de un rey belicoso de occidente contra un imperio oriental; en segundo lugar que los espartanos son presentados como heterosexuales contra los homosexuales persas.
Este tipo de lecturas son las que yo llamo “la epidemia Mattelart”. Recordemos: en los años 60 y 70, cuando lo que hoy se llaman “estudios culturales” estaban en su infancia y no se podía ni soñar con estudiar los comics desde una perspectiva académica, las primeras salvas las dispararon dos libros cuya influencia nefasta dictaminó la manera en que se iban a analizar los comics durante años (en especial en Latinoamérica): uno es el conocidísimo “Apocalípticos e Integrados” de Eco, con su lectura de Superman como icono del status quo y el otro es el un tanto menos conocido “Para Leer Al Pato Donald” de Armand Mattelart y Ariel Dorfman, que intentaba descubrir en el palmípedo los tentáculos de la dominación imperialista (existió un tercero, mucho mas interesante y con una visión de los comics menos prejuiciosa: “La historieta en el mundo moderno” de Oscar Masotta, pero como suele pasar en estos casos, es la línea a la que menos pelota se le dio).
Durante años su estela iba a impregnar la manera en que se analizaba a los comics y productos culturales norteamericanos: de la manera mas ideológicamente reduccionista posible, sin tener en cuenta la lógica propia del medio y su funcionamiento interno, sus propias contradicciones e ignorando gran parte de su evolución posterior a 1970. La relación entre comics y política es muchísimo mas complicada que la simple “causa – efecto” y no se puede obviar la existencia de un lenguaje propio en los comics que adapta, rechaza y reestructura muchas de las influencias externas.
Y ese es el tipo de lectura craso que se le impone a “300”. Lectura que además deforma el significado del evento original y que impone una anulación tanto de los deseos del propio Miller al concebir su obra como de la distancia que existe desde el momento que fue publicada. Es cierto que en los últimos años (mas precisamente después del 9/11) Miller se esta volviendo una especie de derechista caricaturesco y salvaje y que sus trabajos adquieren un tinte cada vez mas en tono con el individualismo fascista y el militarismo norteamericano, pero “300” es una obra de un periodo anterior y responde mas a las obsesiones constantes del loco Miller que a una ideología explicita. Nuestro hombre siempre estuvo obsesionado con la masculinidad, con el honor, la violencia estilizada y el tono seco y duro de los pulps y “300” es una de las obras que mejor canaliza esas fijaciones. La anécdota ya es brillante, pero a Miller le interesa tan poco la precisión histórica como la propaganda. Lo que él busca es la aventura, el drama, la exageración de las pasiones hasta el absurdo. Al menos en esta etapa, es una especie de individualista romántico, al que le interesa Leonidas más porque iría hacia la muerte solo y NO porque puede guiar a 300 hombres a la muerte.
Y sobre la homosexualidad…bueno, en el comic es algo mas bien implícito o que denota un toque de exotismo en los orientales, pero, por favor!, la camaradería, orgullo viril y vestimenta de los espartanos es mucho mas homo erótica que la coloración o modales de los orientales!. Solo anotemos que la obsesión de Miller por lo macho se esta volviendo cada vez más una marca de estilo ineludible en sus obras, que lo hace risible y que por momentos remite a la imagen de “rugbista que se coge travestis”.
Bueno, en definitiva, la reproducción de lugares comunes, análisis prejuiciosos y visiones ridículamente simplificadas por gente que no entiende de lo que esta hablando también es una deformación profesional y no por eso impide vender diarios o libros y publicitarse como una gran eminencia en el campo de los estudios culturales.