I Grew Up Too Fast.

1) No sé si tengo mucho que decir sobre el último disco de Art Brut. Es difícil decir cosas nuevas sobre una banda que, en realidad, no esta tan interesada en hacer avanzar su música o influencias sino en trabajar sobre variaciones de los mismos sonidos que sirven vehículo para un front-man carismático.

2) Con el tiempo, en realidad, me he dado cuenta de que en realidad lo que más me gusta de Art Brut (por si queda alguna duda) es Eddie Argos. No hay mucho misterio en el porqué: parece un tipo divertido, alguien de quien me gustaría ser amigo, es ingenioso en sus letras y nunca se toma demasiado en serio a sí mismo, es un nerd al que le gusta la música y esa clase de gente es justamente la que debería estar haciendo música, le gusta el punk y el garage y la música que básicamente dice «fiesta!» y «diversión!», le gusta beber y escribe canciones sobre ello y, sobre todo, pareciera ser optimista y no dejar que nada lo ponga de mal humor.

3) “Art Brut Vs. Satan”, su último disco, es quizás aún menos inmediato que sus dos discos anteriores, no tiene ningún “Started A Band”, casi que ni tiene un “Pump Up The Volume”. Es un disco de más bajo perfil, como aceptando finalmente que no van a tener ningún hit, felices en su condición de underdogs. No demuestra la interminable ansiedad y hambre de fama de sus primeros singles. Es, definitivamente, un “grower”, que revela sorpresivamente cierta maduración.

4) Desde la tapa (dibujada por Jeff Lemire, cartoonist indie de cierta reputación, sobre todo por su trilogía “Essex County”) parece plantearse una dicotomía entre la ciudad y el campo, la vida tranquila y sin aspiraciones y los sueños de fama y de rock. O quizás es una representación del hecho de que uno puede “lograrlo” (sacar un disco, salir en revistas, cantar frente a gente) y sin embargo eso no quita que pueda seguir siendo un borracho imbécil, un faux-casanova que no llega a cumplir con las expectativas o un nerd demasiado entusiasta que no consigue que entiendan que es lo que hace. Eddie Argos se mudó a L.A. y no solo no se codea con las estrellas, sino que también tiene que tomar demasiados colectivos y todo el dinero aún se lo gasta en el fin de semana.

5) Frente a esta situación, Argos decide la inmersión en el mundo obsesivo que siempre le ha dado un hogar: los discos. La tendencia a ponerle nombres famosos a las canciones continua en este lp, igual que las referencias continuas a la música como algo que empapa todo momento de la vida (“You like the Beatles and I Like the Stones / But those are just records our parents owned”, “How can you sleep at night when nobody likes the music we like?”) y las pequeños detournements de frases de canciones famosas (“I fought the floor and the floor won”) pero todo transportado a un ambiente de la más pura normalidad, de los combates cotidianos de todo pobre palurdo, alejadísimo de la connotación inmediata que tienen esos referentes como parte de la historia del rock y sus sueños. Es totalmente amable y totalmente idealista, como diciéndole al chico que va al lado suyo en el colectivo, que acaba de salir de un trabajo espantoso de 8 horas y que está molido hasta los huesos que si, la música si tiene la capacidad para salvar algún pequeño pedacito de tu alma, aún cuando él venga de grabar un disco que quizás no se venda.

6) La producción de Frank Black es probablemente lo que más me entusiasmo del disco en un principio y lo que me hacía esperar cosas que al final el disco no entregó (como, no sé, su propia versión de “Debaser”, una canción que arrase con todo lo conocido en tu cerebro en ese preciso momento, obligándote solo a pensar en ella mientras la escuchas con puños levantados y a ponerla de nuevo, inmediatamente, cuando termina). En realidad la producción de Black resalta cierta limpieza de las guitarras, un mayor protagonismo de los coros en ciertos momentos (“Summer Job”, “What A Rush”) y bajos mucho más al frente. Les da cierto brillo que no viene mal, pero hubiese estado bueno una sinergia un tanto más avasalladora.

7) Pero todo esto es solo un preámbulo para lo que realmente importa. Si hay un motivo por el cual ahora lo quiero más a Eddie Argos es por su confesado y vocal fanatismo por los comics. Desde mitades del año pasado tiene una columna en el sitio web Playback donde habla de sus recientes lecturas, pero el golpe maestro lo dio en este álbum, donde incluye una canción llamada “DC Comics And Chocolate Milkshake”, en la que en vez de sumergirse en la nostalgia de la infancia la traslada al presente, sin culpa ni vergüenza, apuntalando la filosofía de que hay cosas que son demasiado buenas para dejarse en la niñez y que los comics son escapismo, si, pero escapismo de la mejor clase, en este mundo de oficinas, ordenes, sistemas y arreglos.
A raíz de esa canción, los muchachos de Art Brut consiguieron una invitación a visitar las oficinas de DC Comics, que se puede apreciar en toda su magnifica nerdidad en este set de Flickr.
En él se puede notar la cara de asombro y timidez de Argos, su postura ligeramente extraña, la intimación de su panza, su sonrisa de niño en tienda de golosinas. Dios quiera que pronto le pidan guionar algo. ¿Cómo podría no gustarme esta banda?

Art Brut – Art Brut Vs. Satan


El Mayor Espectáculo Sobre La Tierra (pt. 2)

New Gods A Go-Go!

(Final Crisis #01-07, Superman Beyond 3d#1-2, Final Crisis: Submit, Batman #682-683, leidos según el orden del autor. Advierto que todo el artículo es un gran spoiler, eh!)

Sorprende el modo en que Final Crisis parece estructurada de manera diametralmente opuesta a Secret Invasion. En primer lugar, porque es prácticamente auto-contenida. Lo único que hace falta para entenderla son los 7 números de la miniserie principal más otros 5 tie-ins escritos por Morrison (Submit, Superman Beyond y los dos números últimos números de su Batman), lo cual le da una longitud muy similar a la de la Crisis original. En segundo lugar, el acercamiento de Morrison a la escritura de la serie podría resumirse en “nada de detalle innecesario”. El escocés lleva la técnica con la que viene trabajando en los últimos años hasta sus últimos extremos en FC, volviéndola una serie completamente densa en la que en ningún momento se toma un segundo para dar una explicación redundante, para explicitar cosas que sus lectores pueden inferir. No existen captions de lugar o tiempo, el diálogo es espartano, reducido a su mínima expresión y las escenas se suceden rápidamente, saltando de un lugar a otro sin dar muchas explicaciones. Es un comic hiper-comprimido que, sin embargo, arranca de manera relativamente sedada para ir aumentando la velocidad de lo que sucede número a número hasta llegar al final, una especie de cacofonía en la que saltamos de escena a escena casi a un ritmo de un cuadrito por vez, donde todos los infinitos conceptos del universo DC chocan y se mezclan en una salsa deliciosa.

Final Crisis es diametralmente opuesta a Secret Invasion desde su inicio, si la de Marvel concluye con el triunfo del mal, Final Crisis parte de esa premisa. Darkseid ganó la guerra contra los New Gods, causando la destrucción del Fourth World y, cayendo hacia atrás en el tiempo luego de la batalla, se instala en la tierra decidido, de una vez y por todas, a unificar a toda la raza humana mediante la ecuación de la anti vida en una sola entidad, Darkseid, eterno e infinito. Vemos, así, que el homenaje que el escocés le viene dando al Rey Kirby en los últimos años aquí se vuelve explícito, y si, es una serie que se aprovecha grandemente de los conceptos que cedio al DCU (y hasta les da su propia tierra!, pero me estoy adelantando), pero intentando coserlos y actualizarlos al universo DC actual.

Los héroes, por una vez, no tienen idea de lo que pasa, se enteran tarde y los primeros 3 números de la serie están empapados de una sensación espantosa de derrota y terror. El Martian Manhunter es asesinado, Batman es capturado por los dioses oscuros, Wonder Woman poseída y Superman tiene que abandonar ese universo en búsqueda de la salvación de Lois Lane. Al mismo tiempo, seguimos la decadencia de los Monitores, esa raza de policías del multiverso que habían aparecido por primera vez (en versión singular) en Crisis On Infinite Earths, y observamos como Nix Uotan, el monitor más joven y progresista, es exiliado a la tierra por fallar en la defensa de su universo. La única esperanza parece estar en un extraño símbolo que le dio Metron, el nuevo dios del conocimiento, al primer hombre.

El otro día le decía a Dario que, para mi, la diferencia fundamental entre Morrison y Moore es que Moore es un formalista, un tipo preocupadísimo por la estructura y porque las historias funcionen, lo cual en general le da un aire más frío y cerebral a sus trabajos, mientras que Morrison es un entusiasta, un tipo preocupado por la emoción y la sensación que transmiten sus trabajos, que adopta estructuras pero muchas veces está dispuesto a tirarlas por la ventana cuando se ponen en el camino de una escena o una sensación que quiere desarrollar. Bueno, los 3 primeros números de Final Crisis son exactamente eso: un momento completamente lóbrego y depresivo, todo fatalidad y terror. Al final del número 3 Darkseid ya ha extendido la ecuación de la anti-vida por toda la tierra, un número que concluye con los Flashes (Wally West y Barry Allen, que retorna y en tres escenas ya es un personaje simpatiquísimo) apareciendo en la tierra un mes luego de esto, para ver esta increíble escena:

Pero detrás de todo esto, Final Crisis es directamente una historia sobre historias, una bestia rarísima y sumamente metaficcional (como todo el trabajo del pelado escocés) que es sorprendente que le hayan dejado publicar de ese modo. Lo novedoso del acercamiento de Morrison al crossover es que concibe al Universo DC como entidad (no como hilo-de-historias-conectadas como en Marvel) como el protagonista, por encima de los personajes individuales. El universo DC como organismo productor de historias infinitas, de diversidad interminable. Y, aún más allá, el Universo DC como Multiverso, como infinitas posibilidades. Lo hermoso es que (con la posible excepción del número siete) siempre esta exploración esta anclada en perfectas escenas que telegrafían en unas pocas líneas lo que es genial de sus habitantes. Green Arrow con su actitud izquierdista de cartón, por primera vez cómica en vez de exasperante (“¡Si alguien se deja seducir por esta basura autoritaria y militarista voy a probar que tenía toda la razón sobre todo!”), Barry Allen como científico ultra genial y encarnación de la Silver Age (cada vez que dice “Flash fact” uno simplemente confía en el tipo), Black Canary como líder súper-eficiente, Supergirl como curiosidad y compasión. Todos tienen su escenita (junto con muchos otros) y el pelado en general acierta totalmente en su caracterización, destilándolos a su más pura esencia.
Y esto se balancea con su concepción sobre la magnitud gigantesca de un crossover que, encima, es de la línea Crisis. Cualquier aproximación que no incluya TODO no esta bien. Esto se pone muy en evidencia en Superman Beyond, que esta diseñado para ingresar en el hueco que se arma entre el número 3 y el 4.
Bellamente ilustrada por Doug Mahnke, Superman Beyond es una de esas aventuras supremas del hombre de azul. El “alien” es reclutado por una Monitor para salvar su civilización y el multiverso mismo de la destrucción de Mandrakk, el monitor oscuro. Lo acompañan, en una nave que parece el Submarino Amarillo, cuatro de sus versiones análogas de otras tierras: el Captain Marvel de Tierra 5; Overman, el Superman nazi; Ultraman, del Crime Syndicate of Amerika; y el Capitán Allen Adam, básicamente el Captain Atom en su versión Dr. Manhattan (y juro que algún día escribiré ese artículo sobre la “ansiedad de la influencia” Moore-Morrison).

En Superman Beyond es donde se revela gran parte del trasfondo metaficcional y de la historia-sobre-historias que esta escribiendo Morrison y es, también, donde se hace uso de la metáfora musical para describir al universo DC. El multiverso “vibra” con la música celestial de cada uno de sus planos en perfecta armonía, cada uno creciendo y multiplicando lo que es posible. Morrison equipara al universo DC con la creatividad y la diversidad. A lo largo de la serie vemos como casi todos los personajes principales expresan una creatividad permanente: Supergirl en su departamento repleto de pinturas y elementos de costura para realizar nuevos trajes, los Green Lanterns con sus anillos de imaginación, el Tattooed Man con sus tatuajes vivos, Nix Uotan, el monitor exiliado, dibujando las visiones del multiverso que aun recuerda, Batman utilizando toda su vida (que es, sobre todo, una vida de creatividad, de los esfuerzos de miles de artistas por contar algo sobre un personaje) como un arma, el Super Young Team, héroes japoneses obsesionados con la fama introducidos en el segundo número, usando su ingenio para volverse superhéroes. Frente a esto está Darkseid, el fin de la diversidad y la elección, el tirano supremo, un Hitler (o, quizás, Stalin) perfecto, que quiere acabar con el disenso, la posibilidad de un ser humano para elegir y pensar por si mismo, de crear su propia vida e historia hasta el punto cósmico de que todo sea él.
Pero detrás de Darkseid hay un villano aún peor, que aparece en Superman Beyond. La idea básica es la siguiente: el universo DC esta “contenido” adentro de una conciencia cósmica interminable que solo se conoce como MONITOR. Esa conciencia, similar a una supercomputadora, no piensa ni decide, solo es, y representa un plano de existencia superior, incomprensible para lo que nosotros conocemos como personajes. Pero MONITOR se encuentra un día con una falla, una “herida”, en su interior: el multiverso, alimentado por The Bleed, ese pasaje entre mundos sangriento creado por Warren Ellis para The Authority. Intrigado por lo que encuentra aquí, envía una sonda, que descubre que el multiverso esta habitado por…historias. Héroes, villanos, principios y finales. La sonda desciende y se divide en dos, el Monitor y el Anti-Monitor de la Crisis original, vive su propia historia dentro del universo DC y luego, shockeado por la significación de lo vivido, retorna a MONITOR. Esta imprevisibilidad narrativa perturba tanto a MONITOR que crea, sobre la “herida” del multiverso, una forma de contenerla, que toma la forma de la Orrery of Worlds, una especie de contenedor cósmico de canicas y de la raza de los Monitores, los cuales se les encarga proteger la herida. Pero los monitores mismos se ven infectados por el universo DC, por la posibilidad del cambio y comienzan a envejecer, a “crear historias que se desarrollan instantáneamente” y a cambiar. Dax Novu, el primer monitor, sonda original, se vuelve adicto a la diversidad del DCU,  crea un arma para resguardarlo que tiene una forma singularmente kriptoniana y se transforma en Mandrakk, el monitor oscuro, una forma de vida cuya única función es chupar la energía de las historias, tomar de la sangre del multiverso como un vampiro cósmico, de modo tal de que, al final, solo quede Mandrakk, “hinchado y solo bajo un cielo de estrellas asesinadas”. Los monitores, horrorizados porque descubren que ellos también son vampiros, deciden encerrarlo en una catacumba. Y luego de mucho tiempo, este bicho esta por despertar y solo Superman puede salvarnos.
Mandrakk (y los monitores por extensión) representan, por un lado, otro comentario sobre lo innecesario que es oscurecer a los superhéroes, sobre el punto ciego evolutivo que significa intentar volverlos más sangrientos o violentos, pero al mismo tiempo es una personaje más complicado: parecería representar, por un lado, a los editores y artistas que “violan” las maravillosas creaciones con las que tienen que trabajar, y a los lectores obsesionados con la continuidad y con la narrativa “ordenada y precisa”, militarista, privilegiada frente a los lados b, los desvíos salvajes, que en gran parte forman parte de lo que es maravilloso de un universo superheroico compartido.

Cuando yo era niño y adolescente, por algún motivo me pasaba que casi cualquier universo de ficción me decepcionaba. Siempre pensaba que no había suficiente variedad, suficientes seres fantásticos que me deslumbraran, que todo era un poco gris y singular. En vez de un monstruo quería cien, en vez de tres razas de seres, quería cuatrocientas, en vez de un solo héroe quería quince. Con el tiempo me di cuenta de que eso sucedía porque los comics de superhéroes (y, ahora que lo pienso, la lectura temprana de Crisis On Infinite Earths) me habían malcriado, me habían mostrado un mundo donde todo estaba multiplicado a la quinta potencia, donde cada rincón parecía ocultar una nueva referencia a ser descubierta, un personaje del cual no sabía nada. Para mi, ese es el encanto de leer comics de superhéroes, la posibilidad de lo fantástico en cada página, la sensación de que te sumergís en un lugar plagado de posibilidades, que no importa que no sepas “quién es ese que aparece en la página 15 y ¿como puede ser que el escritor lo haya puesto ahí sin darnos una explicación antes? ¡es bárbaro! ¡un abuso!” sino que, justamente, podías investigar y descubrir quien era ese. Y eso seguro que te conducía a nuevas historias, nuevas maravillas, nuevos personajes. Obviamente, con el tiempo me doy cuenta de que eso es solo posible en un lugar como el Universo DC o el Universo Marvel, la producción de un millón de manos e imaginaciones a lo largo de los años y esperar que un solo creador (aunque sea muy imaginativo) reproduzca esa melange es bastante difícil. Morrison parece creer en lo mismo y eso hace que lo quiera tanto

Y en Superman Beyond lo demuestra: enfrentado a Mandrakk, el enemigo de toda la vida, el descreador, Superman triunfa porque sencillamente representa una historia mejor, de creación y supervivencia por sobre nihilismo y destrucción, indestructible, que va a durar mucho después de que todos nosotros estemos muertos. De más esta decir que es una serie optimista a la novena potencia, que termina con una de las mejores páginas en una historia de superhéroes, y que Superman triunfa y rescata a Lois Lane. Pero sobre todo pone los ladrillos para el último número de FC, mandando al Capitán Marvel en una búsqueda de ayuda a lo largo del multiverso (“¡Advierte a todos! ¡Como Paul Revere!” le dice Superman), introduciendo a Mandrakk y poniendo sobre el tapete el trasfondo metaficcional del asunto. La falta de puntualidad al momento de salir, más el hecho de que muchos lectores no lo hayan comprado, aumentó la confusión alrededor del final. Es una parte integral de la historia, como era de esperarse al ser uno de los pocos tie-ins escritos por Morrison.

De ahí pasamos a Submit el otro tie-in de Morrison, que muestra el inicio de la redención del Tattooed Man y su odisea para hacer llegar a los héroes el símbolo de Metron, un arma en la forma de una letra, regalo junto con el fuego (o sea= conocimiento+tecnología+invención), que cancela la anti-vida, que es, a su vez, una “palabra-arma capaz de esclavizar a millones”. Es un numerito más bien del montón, al cual no le ayudan en nada los dibujos de Norm Rapmund, un dibujante que hace a todo parecer feo.
Y de ahí pasamos a Final Crisis 4, el punto más bajo de la serie, en términos emocionales. Recuerdo que cuando la leí me pareció un poco gris y árida, demasiado triste, demasiado bajón, pero es porque es el momento en que el espíritu de la raza humana queda derrotado frente a Darkseid, la destrucción de la libertad. Aquí, por otro lado, es donde comienzan los problemas con el arte, con J.G. Jones abandonando su función como artista único (y hay que destacar que sus dibujos, aunque son un poco rígidos, ayudan a vender en gran medida la sensación de terror de la primera mitad), abrumado por el proyecto, y Carlos Pacheco haciendo su aparición, con su estilo límpido y más convencionalmente superheroico. No funciona mal, de hecho, al menos en este número, ya que las escenas están perfectamente divididas entre los dos artistas, con Jones haciéndose cargo de los momentos que involucran a los New Gods y Pacheco dibujando escenas mas tradicionales. A raíz de la lentitud de Jones, la publicación se había estado demorando, y este episodio salió con una tardanza de un mes y medio, lo cual obviamente inflamó las llamas de los fanboys.

Luego de este número se intercalan los dos capitulos finales de la primera parte del run de Morrison en Batman, el 682 y el 683, espejo de Superman Beyond, solo que en vez de estar anclada en el “afuera”, en Superman como una entidad mas allá de la ficción que salva a toda la ficción, esta centrada en el interior, en la psiquis de Batman y en el modo en que encuentra sentido y supervivencia en toda su historia, interminable y caleidoscópica. Afectado por un parásito psíquico, Batman revive toda su existencia, a lo largo de décadas de “vida” ficcional y la utiliza como un arma para liberarse, ya que nadie excepto él puede soportarlas, esa es toda su gracia.
Y el quiebre tonal en el número cuatro tiene mucho sentido luego, cuando uno lee los números 5-7. En este último tirón las cosas comienzan a volverse cada vez mas rápidas, cada vez más caóticas. La técnica que Morrison empleó en Seven Soldiers 1 es amplificada al máximo aquí, y sirve para ilustrar la riqueza y la imposibilidad, para una mente normal, de procesar la cantidad de cosas que pueden llegar a suceder en un universo compartido durante una crisis absoluta. Las escenas saltan de un lugar a otro, de grupo de personajes a grupo de personajes, mostrándonos los distintos planes para salvar al mundo que tienen Checkmate (¡mudarse a otro universo!), Black Canary con el Tattooed Man (¡pintar la tierra con el sigil!), los últimos héroes que quedan en pie atacando la destruida ciudad de Bludhaven (el epicentro de Darkseid), Nix Uotan despertando como el “juez de toda la maldad”, un hiper monitor con la capacidad para observar todo lo que sucede en el multiverso A LA VEZ, el Super Young Team junto con Mister Miracle, retornando de aventuras nunca vistas con el logo de Metron estampado en sus frentes, los Flashes intentando correr más rápido que la muerte… la sensación que transmiten estos números, sobre todo el final del 5 (y el 7) es de caos y sobrecarga de información.

Es extremadamente notorio que este modelo de cortar y pegar que utiliza Morrison sirva para transmitir en el lector, quizás por primera vez, la sensación desorientadora que debería acompañar a un crossover, donde todos las pequeñas partes móviles de un universo se ponen en marcha en direcciones que no siempre son claras o se articulan entre sí. Uno se imagina que si diez grupos de héroes tienen planes para salvar el mundo y están incomunicados, estos planes no siempre van a confluir perfectamente en una sola ofensiva, que hay una gran cantidad de sucesos impredecibles que pueden encontrarse y modificar sus planes, inclusive hacer que funcionen en contra uno del otro, y estos números proveen esa sensación (¡casi como la sensación se genera entre Countdown y Final Crisis!). Por otro lado, según mis cálculos, creo que lo que pasa entre la mitad del 5 y gran parte del 7 sucede en 15 minutos. Y eso sin contarles de la escena del despertar absoluto de Darkseid en el cinco, que provee la perfecta justificación de porque Morrison dijo que Final Crisis era una serie que buscaba ser un “Apocalipsis doom metal para el universo DC” (“LOS VOY A LLEVAR A UN INFIERNO SIN SALIDA NI FINAL. ¡Y AHÍ VOY A MATAR SUS ALMAS!” dice el cara-de-piedra). Y eso no es lo mejor de un número que incluye a Frankenstein montado en una motocicleta, cortando cabezas y citando a Milton.

Final Crisis 5 agrega otro dibujante, el ignoto Marco Rudy, que hace su mejor intento de imitar a Jones, cumpliendo bastante dignamente, pero ya el desfile de dibujantes traicionaba la desesperación de DC por sacar esta serie en algo parecido a una regularidad y el error que habían cometido al centrar toda su línea en una serie que existía en el vació y para la cual habían asignado a un dibujante detallista y meticuloso. A esta altura debían haber estado deseando haberla promocionado como una cosa que se sostenía sola, la continuación de Seven Soldiers, que quizás le hubiese permitido esperarlo a Jones mas tiempo. En fin.
El numero seis es quizás el numero más convencional, el que avanza de punto A a punto B y resuelve algunos de los plots mas importantes que habían quedado colgando, sobre todo: que le pasa a Batman, que sucede con Mary Marvel, la puesta en marcha del plan de los Flashes, que es el Black Gambit. De cualquier modo, es un numero increíblemente denso para un comic de superhéroes contemporáneo (o de cualquier época, para ese caso). Esta sensación más tradicional debe ser porque todo porque gira alrededor de un par de escenas de lucha: Supergirl vs. Mary Marvel y Kalibak, el hijo de Darkseid vs. Tawky Tawny, el tigre místico de la familia Marvel. Esa última escena, sobre todo, vende este capítulo.

Es una escena que nunca habríamos esperado ver y que demuestra la riqueza de un lugar como el DCU. Morrison yuxtapone algo que parecería simplón e infantil como Tawky con la representación de la bestialidad y lo salvaje creada por Kirby como si eso fuera lo normal, como si no hubiese ningún tipo de conflicto o choque tonal entre estas porciones que forman parte del remendado cuerpo del DCU. Y al final, encima, mete un link directo con Kamandi, otro gran trabajo del Rey en DC. Todo puede funcionar en conjunto, todo DEBE funcionar en conjunto, ese es el modo en que un universo superheroico está tejido, y es mucho más amable para los esfuerzos de todos aquellos detrás de esa increíble empresa creativa intentar reconocerlo como el aparato naturalmente inconexo y dispar que es, antes que intentar barrer lo que no nos gusta bajo la alfombra.

Por otra parte, la escena de Batman es perfecta. Cuando murmura el clásico “Hh” que es la marca del personaje bajo Morrison cuando esta pensando uno sabe que ya está buscando una solución a su predicamento y pensando “Malditos tiranos intergalácticos, creyéndose mejores que los demás”.

Pero el punto mas alto de FC vendría dado por el número 7, en el cual ya ni aparece J.G. Jones, reemplazado por Mahnke, el, donde Morrison utiliza un recurso bastante similar al de Bendis en Secret Invasion 8, pero con resultados mucho mejores: básicamente cuenta la historia como en una suerte de flashback, saltando hacia delante y hacia atrás en el tiempo, entre el final de la batalla de Bludhaven, el fracaso o el triunfo de los miles de planes de contingencia ideados por los héroes; y las consecuencias finales de su lucha: una Watchtower compuesta de fragmentos de varios cuarteles generales icónicos del DCU que flota en medio de una nada que se ha vuelto todo Darkseid, quién, con su caída, ha arrastrado al universo hacia un agujero negro de desesperanza y oscuridad. Es un número totalmente comprimido, donde hay fragmentos de historias más grandes (como ese cuadrito de Aquaman, insertado en el medio de la nada) que no se nos muestran enteras, dejando que el lector las imagine en su mente y donde los superhéroes mismos cuentan historias todo el tiempo, como una manera de protegerse contra la oscuridad y de preservar su legado, como si lo único que quedase ante la destrucción absoluta del universo fuese sentarse al lado del fuego y hablar, darse esperanza, reducidos a su condición primaria de seres humanos que cuentan historias, como viejos aborígenes.

Y en el medio de todo Superman, retornado de sus aventuras mas allá del multiverso y de un encuentro con la Legión de Superhéroes para encontrar su mundo destruido, su mejor amigo muerto y a Darkseid extendiendo su “cuerpo” a toda la humanidad. Y el hombre de azul creando una máquina capaz de modificar la realidad que, oh coincidencia, tiene la forma del logo de Metron y es capaz de conceder un solo deseo. Y, finalmente, Superman solo, en el punto en el que tiempo se detiene y no tiene sentido, en una muerte cósmica con Darkseid rodeándolo por completo. Y en ese momento crucial, Supes destruye a Darkseid… entonando la melodía perfecta del multiverso, la canción del infinito (chupala, Minmay!).

Morrison realiza en el clímax de la serie un cambiazo similar al de Bendis, que podría interpretarse como una estafa si no hubiese sido establecido en Superman Beyond. Con Darkseid muerto y el universo también, quién aparece allí, al final de todas las historias, regodeándose del punto muerto al que ha llegado el Universo DC, es Mandrakk. Pero justo cuando todo parece perdido, Superman pone en marcha la máquina y pide un deseo, causando que aparezca el ejercito de analogías de Superman del multiverso conducido por el Captain Marvel, Nix Uotan con su traje hecho de rayos y camaras de seguridad, los ángeles del Pax Dei (introducidos por el escocés en JLA), Captain Carrot And The Zoo Crew (un grupo de animales con superpoderes que durante mucho tiempo fueron una vergüencita para DC), el Super Young Team y un montón de Green Lanterns que estaban intentando entrar a la tierra desde el número 5. Este es el momento en que la narrativa tradicional se quiebra, que ha recibido más quejas de parte de los lectores, porque parece una convención de deus ex machinas dispuestos a salvar el día, lo cual, por otro lado le da a la confrontación final ese sentimiento de “todos juntos ahora” que caracteriza las luchas finales de las crisis.

Pero lo inteligente de Morrison, lo que hace que esa escena y ese número final funcione en el conjunto es que incorpora el subtexto metaficcional a la historia en sí. La aparición de Mandrakk (uno podría decir que su sombra a lo largo de todo el número), al ser su naturaleza la de “comer historias”, es la que le quita el ímpetu a Final Crisis en su desenlace, que la vuelve extraña y que quiebra las reglas de la narración tradicional. Y el deseo que Superman formula es intrínseco a esta estructura porque, en realidad, como dice Nix Uotan, el kriptoniano desea “lo mejor para todos nosotros (…) un final feliz”. Ese deseo al mismo tiempo rebootea el universo, como en todas las crisis, y pone en marcha la historia de nuevo, que se desliza inexorablemente hacia el mejor final posible en un comic de superhéroes. La existencia misma de una historia, de un desenlace es lo que destruye la influencia de Mandrakk. Incluso hay un momento final, entre Mandrakk y Nix Uotan que sirve como un último guiño del pelado al lector. El vampiro le dice “Nix Uotan…¿mi hijo?” y el otro contesta “¿Como podría ser otra cosa?”. Es como si esa relación se instaurase, completa, en ese momento, sin ningún tipo de aviso previo, porque el-padre-contra-el-hijo es, quizás, la figura mitológica y narrativa más antigua, y Morrison sabe que los lectores la identifican y la reconocen, que realmente no podía ser de otro modo.
No puedo dejar de maravillarme con la sencillez de la resolución. Para otros, quizás, sea un engaño, un cop-out. Seguro a muchos les hubiese gustado ver a Superman golpeando cosas o una batalla tradicional, con el destino del multiverso en el balance, pero ¿qué mejor testamento a la capacidad auto-reparadora e inspiradora del universo DC que la imagen Superman reiniciándolo con el más simple y optimista de los pedidos?. En otras palabras: estos personajes están aquí, van a subsistir, el potencial para hacer algo creativo con ellos esta ahí, siempre presente, perenne. Morrison pareciera decir que, en el fondo ni siquiera necesitan de los creadores, más bien los necesitan poco, solo como el conducto a través del cual sus vidas fantásticas se desarrollan y llegan a los lectores. Solo necesitan de la imaginación y de la fe y de nuestra creencia en ellos. O, como dice Nix Uotan: “Este multiverso tiene defensas naturales que ninguno de ustedes se podría haber imaginado”.
Para mi esto no es ningún engaño, ninguna mentira, es una forma mucho más sincera y fundamentalmente imaginativa de expresar lo maravilloso de ese lugar que se llama el DCU. Es hermoso que la despedida de Morrison del DCU sea con la tesis de que ni siquiera lo necesitan. La historia gigantesca que nos cuenta Morrison funciona en dos niveles, por un lado demostrando la energía del universo que contiene a sus personajes, por otro lado mostrándonos la energía inherente en esos personajes que parecen tantas veces gastados.
Es, pareciera, finalmente la plasmación de lo que Morrison había dicho hacía mucho tiempo, de que quería que el universo DC se comportara como un ser vivo. Esto es: una máquina de historias, un jardín de los senderos que se bifurcan, un lugar con una geografía, historia, política, esoterismo que superan con mucho la cantidad de información de nuestras biografías personales. Y al final de Final Crisis casi ni se nos cuenta sobre sus consecuencias, sobre la manera en que cambio el universo, como si no importase, total, es un organismo en continuo cambio solo por el hecho de su publicación mensual. Ya van a inventar algo.

Continuando con la analogía musical, es como si Secret Invasion fuese una especie de canción de hard rock altamente eficiente: aquí están las guitarras (los superhéroes), aquí están las baterías (los skrulls), aquí esta el solo, esto es rock, esto es lo que importa, aquí estamos reafirmando realmente tus certezas sobre lo que te gusta escuchar (o sobre lo que consideras válido de aquello que lees). Mientras tanto, Final Crisis es un poco como el post punk (o quizás el acid house en un buen día, sobre todo por la sensación de comunalidad que despierta, las ganas de leerla y discutirla): un experimento continuo, un intento de expandir lo que se conoce por “evento” a lugares insospechados, una obra que esta llena de fallas o caminos sin salida, pero que es mas valiente y válida por haber tenido los huevos para hacer esos experimentos, que continuamente nos pone en lugares incómodos o extraños para los cuales nuestros hábitos al leer un comic de superhéroes no pueden entrar en automático, que continuamente nos interpela, nos hace preguntas, nos pide que investiguemos, que nos relacionemos con ella.
Y es una de esas pocas obras que me hacen sentir que estoy observando, realmente, una porción minúscula, gloriosamente confusa pero que te deja sin aliento de ese copo de nieve fractal que es un multiverso.