Modernistas 08: Gustavo Sala

(La foto la robé de acá)

Gustavo Sala es, probablemente, una de las personas más macanudas que conocí en esto del comic. Un gordo simpático, encantador, que parece que nació para hablar en público, contestar preguntas y hacer reír. Es tan afable y buena onda (su firma en mi «Bola Triste» ocupa toda la contratapa) que dan ganas de que sea tu amigo e invitarlo a tomar unos buenos porrones helados.
A principios del pasado noviembre le pedí una entrevista aprovechándome de un encuentro fortuito en una convención en la cual las restricciones del tiempo le impidieron garabatearme algo en mi ejemplar de «Bife Angosto», motivo por el cual me dio simplemente su mail, como para que charlemos.
Contestó bastante rápidamente, pero la colgación veraniega y las vacaciones lograron que recién ahora, a principios de febrero, postee el resultado. Con uds, un grande de la historieta nacional, Gustavo Sala.

Vos comenzaste en la escena fanzinera e independiente de los 90. ¿Qué fue lo que aprendiste y recordas de esos años?

Fueron años de formación, de investigar, de hacer amigos, de intentar llenar huecos, de generar movida. Era un momento raro, efervescente. Se respiraba algo parecido a un recambio. De autores, de temas, de propuestas. Hablo del período que va aproximadamente del 96 al 2000 , donde circulaban todos esos fanzines y eventos de historieta independiente con muchos autores (muchos de ellos hoy rompiéndola acá y en Europa). Personalmente aprendí a desarrollar un estilo y fundamentalmente hice buenos amigos.

¿A quienes considerarías como tus influencias más significativas?

Pablo Fayó, El Niño Rodriguez, Mortadelo y Filemón, Carlos Nine, Crumb, Dany The O, la revista MAD y muchos más.

Viendo tu obra a lo largo de los años, se nota que siempre te has movido por el lado de la caricatura humorística. ¿Por qué esa decantación?

Supongo que por dos motivos: uno, porque me sentí más cómodo y me interesó más la temática humorística; y otro, porque mi dibujo no da mucho para otra cosa.

Tus comics siempre han partido de premisas completamente delirantes, ¿qué es lo que te gusta del absurdismo más extremo?

Me gusta que las historietas seas divertidas, que tengan ideas graciosas. Que me diviertan un poquito a mí en lo posible. A veces trabajo sobre ideas más «normales» y a veces más deformes o sicodélicas, no importa demasiado si me parece a mí que está bien y me parece que funciona. La vida…¿es bella?

¿Alguna vez te planteaste hacer algo que se aleje completamente del humor?

Sí, viajar a África y cortarles el pelo a algunos leones. Aunque eso quizás pueda llegar a ser gracioso.

Al mismo tiempo, se nota que en los últimos años estas experimentando lejos del formato con el que se te tiene más asociado, el de la tira o historia corta. ¿Qué libertades y restricciones te impone el formato de la tira?

La tira es un formato muy lindo, pero a veces se puede convertir en una especie de prisión, porque estas bastante acotado en cuanto al espacio del que dispones. A veces uno se encapricha en resolver una idea en una tira cuando iría mucho mejor en una página completa o en dos o en tres. La tira exige una síntesis y una economía de recursos, que lo que uno dibuje y cuente se entienda y se lea claramente y no quede todo apretado y metido a lo bestia. Pero a las tiras…las quiero.

¿Cómo te sentís con respecto a las historias más largas? ¿Te gustaría hacer una «novela gráfica»? ¿Qué crees que tendría que cambiar de tu estilo para hacerlo?

Sí, me gustaría. Tendría que trabajar en muchos dibujos previos para tener claro el estilo, los personajes y demás elementos que irían apareciendo en la serie para tener todo eso ya resuelto al empezar a trabajar en las páginas. Pero soy muy ansioso y me cuesta trabajar de esa manera, digamos, «profesional». Pero ojalá lo haga pronto.

¿De qué modo crees que cambio tu estilo de dibujo a lo largo de tu carrera? ¿Crees que has aprendido algo?

Espero que haya mejorado. Creo que ganó en volumen, en intensidad. O eso trato, al menos. De perder el miedo y tener cada vez más seguridad. Pero estoy aprendiendo todos los días un poco. Ahí vamos.

Yo me acuerdo de tus «Historietipos» en Comiqueando y tienen algo que esta muy presente en «Bife Angosto» también, que es la capacidad de burlarse de una caricatura de una subcultura y sus participantes perfectamente. ¿A qué crees que se debe este don tuyo?

Lo de observar, como decís vos, integrantes de diferentes «subculturas» como pueden ser los comiqueros, los rolingas, los ricoteros, etc etc tiene que ver con estar cerca de todo eso. Ir a recitales, a eventos de historieta, en fin, a lugares donde esas «subculturas» se mueven y aparean libremente por ahí. Además trabajo en medios con bastante de rock así que puedo meter todas esas referencias al comic, las bandas, la tele y demás.

¿De qué modo crees que el rock influye en tu actividad como historietista? ¿Cómo pensás que esos dos mundos se entrecruzan?

Bueno, en la tira que hago para el suple NO de Página 12 suelen aparecer músicos y situaciones basadas en recitales de rock. De hecho cada vez que veo un shou presto atención al contexto para pensar ideas para futuras tiras. así que el rock siempre está presente. también podría decir que hay cierto parecido entra una tira y una canción. Ambas cosas hay que resolverlas en poco tiempo o/y espacio. Una tira en aproximadamente 4 cuadros y una canción en aproximadamente 4 minutos. Hay tiras que son mas punks, otras que son mas colgadas, otras mas souleras, en fin… son lenguajes diferentes que creo que se llevan bien uno con otro. Eso además de escuchar música mientras uno dibuja, ¿no? Preferiblemente bien fuerte.

¿Quién ganaría en una pelea (a puño limpio), Crumb o Bagge?

Peter Bagge me parece que es mas grandote y además es más joven así que supongo que ganaría Bagge. Pero Crumb tiene anteojos y dicen que a los que tiene anteojos no se les puede pegar. Pero Bagge podría sacárselos amablemente antes de cagarlo a trompadas. Pero ahora que lo pienso Bagge es deudor de la obra de Crumb y uno de sus continuadores y discípulos en la historieta underground norteamericana, así que seguramente se dejaría pegar por Crumb, su maestro. Así que…gana Crumb.

¿Hay algún personaje famoso al que te gustaría remixar?

A ver…nunca la pensé creo… ¿Fabian Gianola vale?

¿No te da miedo a veces de que tus dibujos se vuelvan dulces y cariñosos, sin nada de amenazante o salvaje?

Me cuesta bastante hacer dibujos dulces y cariñosos. No sé si lo logre alguna vez. Así que no temo demasiado que pase eso. Igual no es necesariamente choto un dibujo porque sea dulce y cariñoso. Puede ser salvaje y loco y ser una garcha y cariñoso y dulce y ser un buen dibujo. Pero lo mío por ahora sigue siendo salvaje y choto.

sala6


Apostillas Porno.

(una versión ligeramente recortada de este artículo salió/saldrá en la revista tucumana Trompetas Completas)

1) Me piden que escriba sobre el erotismo en el comic. A mí la palabra erotismo no me gusta tanto. Es una denominación blanda, poco comprometida. Prefiero la palabra pornografía. Porque, en definitiva, eso es, ¿no? El arte de hacer que se nos ponga tiesa.

2) Para mí la pornografía en el comic es tremendamente efectiva en un nivel e intensamente frustrante en otro. Efectiva porque el congelamiento del tiempo en el espacio propio del comic permite el aislamiento de los momentos fugaces que nos vuelven perros en celo: el sudor cayendo por una frente, una mujer mordiéndose el labio inferior, las curvas hermosamente inclinadas, el momento de la primera penetración. Pero es frustrante también porque no se ve el movimiento, no se escucha la voz de esa mujer, todo está suspendido en una secuencia infinita.

3) Quizás la verdadera mugre sucede en lo que Scott McCloud llamó sugestivamente el “gutter” (basurero, tiradero), el espacio entre los cuadritos.

4) Más allá de eso, para mí la definición de pornografía en el comic es Robert Crumb. Esas mujerotas de culos gigantes y piernas gruesas, altísimas, esas negras mulatas terriblemente ofensivas pero también excitantes, esas imágenes de él palmeando culos o colgado en unas piernas gargantuescas, esas son las cosas que me dan ganas de agotar mi reserva proteica. ¿Qué es ofensivo y objetificante? Seguro, pero toda la pornografía lo es, y hay que alabar a un tipo que logró plasmar tan completamente toda su obsesión en una obra dura como la roca.

5) En el otro extremo está la serie “Black Hole”, de Charles Burns. No hay nada de gracioso en esta obra en la que los jóvenes de una pequeña ciudad norteamericana se ven lenta y terroríficamente invadidos por un “bicho” que se transmite sexualmente y produce horribles mutaciones en su cuerpo. Es una serie que combina en dosis iguales horror y lujuria y que entra en este breve listado por un motivo: Eliza, una joven que se vuelve el interés sexual del protagonista y tiene una cola. Una pequeña cola que se mueve debajo de su ropa y que es profundamente sexual. Dibujada por Burns como una mujer que sabe de que está hablando, con rasgos suaves pero que dejan vislumbrar un interior endurecido, que sabe que es sexo y que es amor, cada vez que la penetran. Probablemente uno de mis amores platónicos de cuatro colores.

6) La niñez / juventud de todo joven pajero también está caracterizada por esos momentos en que caen en sus manos libros o revistas de sus padres donde se encuentran las primeras imágenes de minas en pelotas que uno verá en su vida. Mi encuentro iniciático estuvo dado por un fascículo de la famosa “Historia de los Comics” de Javier Coma. En él se hablaba del renovado comic europeo erótico de los 60 y 70. En la práctica esto significaba muchas imágenes de Barbarella (la tapa la muestra durmiendo desnuda con expresión satisfecha al lado de un robot), Valentina y Pravda, entre otras heroínas del onanismo. Mi favorita, sin lugar a dudas, era Valentina, de Guido Crepax. Esos trazos de tinta lustrosos en el pelo y las curvas, esos labios apenas insinuados, esos pechos pequeños y esos culos apretados, siempre enfundados en mallas, en shorts y en lencería. Un niño podía darse un festín con esa belleza de pelo corto.

7) El otro descubrimiento de esa época fue Little Annie Fanny. Una hermosa y neumática cabeza de chorlito rubia, creada por Harvey Kurtzman y Will Elder, protagonista de una de las tiras más celebradas de Playboy. Tetas gigantes, culo redondeado y cara de estupefacción, Annie es un magneto sexual para todos los hombres que se cruza, a los cuales vuelve estúpidos balbuceantes en el momento en que comienza a desnudarse con completa inocencia. Puro cheesecake, nunca se ve una pija ni una penetración. Pero su figura, su gigantismo mamario, abundante cabello rubio e increíble expresión me arruinaron la vida, predisponiéndome a las pornstars de dimensiones generosas y sabrosos pezones.

8) La adolescencia me la pase viendo hentai; esto es, comic japonés pornográfico. Durante horas me sentaba frente a sitios web, con una maldita conexión dial-up, esperando que se bajaran paquetes zip con imágenes e historietas.
Cosas que vi en ese periodo: mucho incesto, bestialidad, violación por tentáculos, violación a secas, mujeres con penes, acabadas muy generosas, sadomasoquismo, penetraciones dobles, triples, cuadruples, púberes en situaciones comprometidas, colegialas, infinitas colegialas, vampiros porongudos, hombres con dos penes, mujeres en posiciones realmente curiosas y hadas que cogen con insectos. Los japoneses, por si a alguien le cabían dudas, están majaretas, y sus comics porno lo reflejan. Además, es una industria gigantesca y millonaria (como toda la industria del comic en Japón) donde miles de muchachos dibujan páginas con lo más sucio de sus pútridas mentes para que miles de muchachos se alivianen pelando la mazorca. Y que tiene leyes ridículas como la imposibilidad de mostrar desnudez en personas adultas, lo cual explica las miles y miles de colegialas.

9) En cuanto a la Argentina, para mí las mujeres del comic en este país son dos: las de Altuna y las de Divito. Las chicas de Divito, el equivalente local y particular del pin-up estadounidense, son la belleza icónica misma. Piernas laaaaargas, nariz inexistente, cara sonriente, busto importante, tobillos y cinturita de avispa. El estúpido de Dante Quinterno les estiraba las minifaldas y por eso Divito decidió irse de Patoruzu. Hoy parecen una inocentada bárbara, pero su gracilidad, su estilo, su hermosura, siguen intocables. Su autor fue un dandy tremendo que jamás se casó y murió en un accidente de auto en 1969.

Altuna, por su parte, tiene esos mujerones que acompañaron al Loco Chavez y luego aparecieron en tantas historias eróticas. Esas pecosas y morochas que parecen ser la evolución de la chica Divito, puro labio y cabellera, pero mucha, mucha más carne. Dan ganas de hundirse en su cuerpo y perder la cabeza en esas maravillosas montañas de piel.

10) Pero quizás he sido injusto. También hay mucho y muy buen comic pornográfico gay, desde las comedias altamente explícitas de Ralf Konig hasta los retratos autobiográficos de Howard Cruse, pasando por las pilas de yaoi, comic japonés erótico gay. Mi favorito, aunque no es exactamente comic, es Tom Of Finland, con sus motoqueros y marineros perfectamente contorneados y de vergas enhiestas. Pero, probablemente, eso sea tema para otra ocasión.

11) (Edit: Cuando releí esto muchas semanas después me di cuenta que había obviado uno de los más grandes fetiches: Gilbert Hernandez. Todos dicen que Jaime es el que realmente dibuja mujeres bonitas y es cierto. De las mujeres de Jaime querríamos ser novios, querríamos quedarnos contemplándolas durante horas, tan cute y suaves y sutiles son. Las mujeres de Gilbert (aquellas que decide infundir de plusvalía sexual, al menos, sobre todo Luba) son gigantescas tetonas que parecen capaces de asfixiarnos, con un interior o de bimbo cabeza hueca o de fuerte y resistente acero. Pero la manera en que dibuja sus curvas, en que se refocila con la pura cantidad de piel que sus trazos simples apenas sugieren, las vuelven de las más apetitosas de la ficción. Y a él, uno de los grandes dibujantes sexuales. Y si no, vean su comic pornográfico Birdland y díganme si no es material masturbatorio de primera calidad)


Shintaro Kago, ingeniero meta-anatómico


Shintaro Kago es una de esas cosas que son tan únicas que después de conocerlas uno no puede imaginar un mundo sin ellas, porque requieren que adaptes tu mente a ellas, y eso no se puede volver atrás. Sí, estoy diciendo que leer la obra de Shintaro Kago es equivalente a daño psicológico irreversible. Me pueden decir que eso es cierto para el guro en general, pero no, nadie hace lo que Kago hace. Lo que los demás hacen visualmente, Kago lo hace conceptualmente.

Varios de ustedes deben tener una idea de a lo que se llama guro hoy en día, lo asociarán con una variedad de hentai llena de gore, escatología, mutilaciones. Kago no tiene nada que ver con eso, tiene todos esos elementos, no voy a decir que no, pero es otra cosa. El truco es simple. Kago no cuenta historias sino que toma un concepto simple, como un laberinto, o duplicar en cada página la cantidad de cuadros, o una fístula anal, empieza a partir de eso y lo explora, lo hace crecer, lo deja tomar control, lo deja salirse de control y explotar en todas las direcciones hasta los límites más hiperbólicos.

Kago articula esta tecnica principalmente alrededor de dos temas, el cuerpo y el medio mismo del comic. En sus comics más que «meta» hay un juego de movimientos inversos. Junto a la explosión del concepto central hay un movimiento inverso en el que el medio implosiona y se repliega sobre sí mismo. En el que el comic pasa a tratarse del comic en el que está explorando el primer concepto. Un comic tan autoconsciente que no puede ser sobre otra cosa que sobre sus propios mecanismos.

El cuerpo es el tema del guro en general, pero Kago no lo usa sólo como una marioneta sobre la que poner mutilaciones y abusos sexuales como (casi) todos los demás artistas del género. No, Kago tiene una fascinación con el cuerpo y su funcionamiento a mitad de camino entre la inocencia del niño tratando de entender sus funciones corporales y la técnica de alguna imposible ingeniería anatómica. Los cuerpos son al mismo tiempo juguetes y herramientas, llenos de funciones y partes y formas de encastrarse unos con otros y con los que se puede hacer cualquier cosa. El cuerpo como máquina.

También todo este balbuceo trasnochado podría ser un montón de mierda, pero aún así deberían intentar leer a Kago y pueden hacerlo bajándolo de acá, donde yo mismo lo subí junto con unos cuantos de Suehiro Maruo, sobre quien no escribí ni creo que vaya a escribir pero podrían leer igual.


Yo, Tú, Él, Ella, Nosotros, Vosotros, Ellos.

Bodyworld, Dash Shaw.

Miren, si les dijese que un comic protagonizado por un “profesor” drogadicto que mezcla trazos de romance adolescente, ciencia ficción, terror, erotismo y buenas dosis de experimentación formal que en ningún momento entorpecen la narrativa sino que ayudan a aumentarla y hacerla más bella, es uno de los mejores comics del siglo XXI, ¿me creerían?

Todo eso es Bodyworld, de Dash Shaw. El joven Shaw (25 añitos) es uno de esos autores prodigio, que pasa de amateur a promesa a artista consumado en un puñado de años, su primer obra importante data del 2004, la novela gráfica “Love Eats Brains”, una variación zombie construida alrededor del romance (como “The Living And The Dead”, de Jason). Luego de eso publicaría “The Mother’s Mouth”, un libro que caería dentro del género “cáncer comics” (aunque trata del alzhéimer). Pero en realidad, su año de ingreso en la selección del comic alternativo seria el 2008, en el cual publicaría su gigantesco magnum opus (si se puede hablar de algo así a los 25 años) The Bottomless Belly Button, 720 páginas sobre la ficticia familia Loony y su desintegración. Pero a la sombra de este trabajo de enormidad legendaria crecería un pequeño arbusto llamado Bodyworld que sería cultivado por Shaw desde su sitio web, semanalmente.

Bodyworld tiene por protagonista al profesor Pauly Panther, un adicto que ha logrado convertir su vicio en profesión, viajando por los rincones del globo y describiendo las diferentes variedades vegetales que encuentra para una enciclopedia psicodélica. Un día, como cualquier otra asignación, lo mandan a Boney Borough, un pequeño poblado creado luego de “la Guerra Civil” para que documente una nueva planta de usos desconocidos. Bodyworld esta situado en el futuro impreciso de los Estados Unidos, un futuro sobre el que se nos dice bastante poco, pero que es utilizado por Shaw a la vez como elemento de fondo y como habilitador de la situación particular del lugar donde sucede la acción. O sea, sobre la Guerra Civil no nos dicen nada, pero Boney Borough es un poblado experimental, un intento de recuperar el ideal de los pequeños pueblos “donde todos conocen tu nombre”. Un lugar rodeado de bosques, con una población de jóvenes que no conocen los rascacielos y que viven en un continuo comic de Archie. Solo que con toda la ansiedad y frustración que uno nunca ve en las aventuras del pelirrojo y con la tentación continua del afuera: “el perímetro”, al que solo dejan entrar a los mayores de edad, es una galaxia de moteles de mala muerte, tiendas abiertas toda la noche y prostitutas. Panther comenzara a enredarse con los habitantes del poblado, dando rienda suelta a su capacidad para ser antisocial e infame hasta que se revele el verdadero origen de la nueva droga que está investigando.

Shaw realmente extiende el rango de lo que se considera comic alternativo o indie norteamericano. Pertenece definitivamente a una nueva generación de aquellas eminencias grises de los 90 (Ware, Seth, Brown, Clowes): no mira hacia el pasado sino hacia el futuro, no cultiva la autobiografía, tiene un particular interés (en esta obra) por un elemento más bien soslayado por estos, el color, utilizado de maneras más bien expresionistas y novedosas, desprolijas, trabaja el formato de la historia larga antes que la antología de un solo hombre en la cual entra de todo, publicando en internet. En “Bodyworld”, sobre todo, se observa una preocupación por la verdadera mezcla de géneros, en un caldero, de modo tal que fragmentos de la historia se leen como ensayos para una comedia romántica, para una película de terror, para un comic de superhéroes. Lo genial es la manera perfecta en que Shaw introduce esos elementos sin jamás resaltar su condición genérica, sin llamar atención a sí mismos (exceptuando, quizás, los toques en el origen de Johnny Scarhead, la “parte superheroica”, que sin embargo son superados y dejados en ridículo cuando muestra a los aliens que le dieron sus poderes, un conjunto de manchones de color parecidos a aquellos que uno produce cuando desparrama pintura en una página y luego la dobla en dos), como parte de un infinito lienzo en el que se encuentran todos los comics del mundo y de los cuales el toma lo que más le conviene.

Lo que unifica a la historia y los diferentes momentos es Pauly Panther, uno de esos personajes encantadores, tan imbécil y egoísta que es completamente querible. Piensen en John Constantine o Jimmy McNulty, perdedores perpetuos, incapaces de detenerse y darse cuenta del daño que causan, de su propio egocentrismo, de sus respectivas adicciones que los conducen a la tumba “alone, unloved and unmourned”. Panther pertenece a esa estirpe, y al igual que ellos, debajo de ese exterior que deja novias, mata perros con cocaína y, en general, es descortés y horrible con todos los que lo rodean, uno solo puede pensar que en algún lado de nuestra persona también nos gustaría ser como él, sin una preocupación en el mundo más allá de su propia obsesión, tan intransigente, individualista y carismático. Es aparentemente incapaz de notar conscientemente el mecanismo de su destrucción, pero debajo de esa despreocupación alberga un enorme desprecio por sí mismo. Toda su carrera puede verse como un larguísimo death-drive que reemplaza al suicidio que jamás podrá llegar a cometer porque es demasiado parecido a nosotros: demasiado cobarde, demasiado apegado a la vida, demasiado gracioso para morir.

Shaw realiza una buena elección en Panther, porque si Bodyworld trata de algo es sobre aquello que nos hace quienes somos, únicos e individuales, y la manera en que eso puede ser modificado de manera tenue o drástica por nuestra exposición a ese poderoso modificador de la conducta: los otros seres humanos. Por algo los personajes que se ven más afectados por Panther son dos adolescentes que se están graduando, dos seres en el preciso momento en que uno comienza a decidir quién será. Y su contraparte femenina es una profesora que esta tan dañada como él, fijada en el miedo y la pequeñez que heredó de su juventud.

Shaw meramente literaliza el efecto abrumador en nuestra personalidad de nuestras relaciones mediante la extraña planta que Panther tiene que investigar. Porque, chiquilines, lo que esa nueva droga produce es la sensación de ser la persona que se encuentra más cerca a nosotros en ese momento. Lo cual brinda a Shaw un dispositivo narrativo excelente, tanto para mostrar las interacciones entre los personajes de una manera completamente nueva como para ir contando sus “orígenes secretos” en el marco de diversos viajes de drogas completamente psicodélicos. Lo interesante, además, de esta literalizacion es que Shaw accede de manera subrepticia a uno de los deseos últimos del consumidor de drogas (cercano objetivo de aquellos adeptos a las drogas psicodélicas): perder la cabeza, ser otro, modificar la percepción de manera tan brutal y abstracta que uno desaparezca y su relación con el mundo real quede definitivamente cortada. La diferencia es que en cualquier viaje de drogas extremo al otro lado siempre espera una cierta cuota de autoconocimiento, y la planta presentada en Bodyworld corta esta salida con la continua y profunda inmersión en el otro, para siempre. Es el sueño de la generación de los 60, de los jóvenes del amor, la comunidad y el utopismo socialista llevada a sus últimos extremos: Hey, vengan a unirse a la colmena. O, como le dijo Jay Lynch a Art Spiegelman una vez: “Por supuesto que somos todos uno, pero no lo divulgues”. Y Panther es lo más opuesto a esto que pueda existir, es un individuo tan increíblemente nocivo para la comunidad que casi es un virus, una bacteria, en el “mundo-cuerpo”.

Como mencione anteriormente, Shaw si les debe a sus antecesores el gusto por la experimentación. Pero mientras estos estaban preocupados por la manera de narrar, el orden de los paneles y el modo en que estos cuentan una historia, la elipsis en la narrativa y la diagramación del espacio físico de la historia para producir un efecto en el lector (además de por el espinoso asunto de la relación entre la autobiografía y su representación en el arte), Shaw está preocupado por el color y su potencialidad para comunicar emoción, por un elemento a primera vista superficial y muchas veces ignorado. Mientras mantiene una cuadrícula casi continua de 3 cuadros por tira, Shaw se vuelve loco e imprime una paleta diferente para cada situación. La llegada a Boney Borough esta bañada en un azul profundo que transmite la sensación de quietud y frio. Los bosques son una maraña de formas sobreimpresas en verde y marrón (esa es otra cosa interesantísima del uso del color: muchas veces Shaw deja que los manchones definan los espacios y los cuerpos, sin necesidad de usar contornos), los recuerdos de Paul se encuentran enmarcados en blanco y un solo color, apagado y escaso. Pero lo que hace que el uso del color en este comic vaya mas allá de unos cuantos acentos emocionales apropiados es la manera en que gran parte de la maleabilidad de este mundo, de su atractivo, su sexualidad (“Bodyworld” es un comic en el cual la posibilidad de “meterse en el otro” conduce a algunas exploraciones del sexo que se concentran en la intimidad del acto antes que en el acto en sí y que son extremadamente intensas) reside en ese color. En los momentos cruciales, mientras que los cuadros se mantienen estáticos, las onomatopeyas y los fondos, las líneas cinéticas y las manchas, todos de un color exuberante, construyen y despliegan la tensión y el ritmo narrativo. Y al mismo tiempo Shaw parece llamarnos la atención a la carnalidad o anormalidad de ciertos elementos: las manchas en las paredes parecen verdaderos manchones improlijos de Photoshop, la sangre gotea como chorros de pintura de los personajes, las cenizas son rayones que parecen de crayón.

Pero, en definitiva, este es un comic sobre las relaciones que construimos, sobre la manera en que afectamos a quienes nos rodean (y ellos nos afectan a nosotros), sobre los asuntos sin resolver y los remordimientos del pasado, sobre los errores que cometemos y, sobre todo, sobre la manera en que quedamos abiertos a cualquier cosa al confiar en otra persona. Los momentos más significativos en los que la grilla se rompe es cuando dos personas están bajo la influencia de la droga, y entonces fragmentos de diversos cuadritos, imágenes aisladas o abstractas se superponen de manera confusa, como una sobrecarga de información emocional. La droga reduce el largo momento de conocimiento a un segundo pero no puede evitar que sea complicado, incoherente y doloroso. Sin embargo, el proceso de la droga implica un paso más que solo vemos al final de la historia y que da sentido al término súper-organismo. ¿Si pudieses vivir en un mundo en donde nadie te ocultase nada ni te decepcionase, a cambio de ceder tu individualidad y el concepto del otro, lo harías?.

Shaw no parece favorecer completamente ninguna respuesta, pero quizás nos diga algo con dos imágenes que se encuentran al final: una inmensa e increíble vista de Nueva York que adorna el último capitulo, el único momento en que el lienzo se vuelve realmente infinito y en el que vemos el mundo futurista de Bodyworld, oculto durante tanto tiempo detrás de la “normalidad” de Boney Borough, una panorámica descendiente que parte de las alturas para llegar a la calle y a las personas que caminan por ella. La otra imagen es el estallido de un cilindro dentro del cual hay cenizas en el espacio, esparciendo su contenido al infinito, las pequeñas partículas de ceniza como futuras estrellas. Todos formamos parte de esto y todos vamos a disolvernos en la nada y siempre será difícil vivir juntos. Quizás deberíamos hacernos cargo de ello.