Chipmunk Rock #7
Muchas veces nuestra imagen de la música electrónica (al menos la mía) evoca algo equiparable a la imagen del científico loco, encerrado en su laboratorio repleto de máquinas con antenas y pequeños paneles, ganchos y tornillos; trabajando en una monstruosidad mecánica sin nada de presupuesto y con los materiales disponibles. O con el presupuesto que obtiene del CRIMEN. Y el resultado final es un autómata chatarrero, steampunk, el producto de su fetiche por los viejos sintetizadores. Es una imagen fantástica e irreal, la del científico loco, una herencia de Tesla, quizás, y de sus sueños siempre truncados.
Por el contrario, si el diseño y la tecnología nos enseñan algo, es que los objetos electrónicos tienden a la suavidad, a la simplicidad, que las curvas y el blanco, lo homogéneo y tranquilizador, es el futuro del diseño industrial. Que estos productos son justamente eso, productos, hijos de sesiones de mercadeo y de estudios demográficos y de ingentes cantidades de dinero inyectadas en costosos proyectos realizados por empresas que se dedican a manufacturar nuestros sueños tecnológicos. Que no hay nada de individual en ellas. Que las cosas se achican hasta caber el universo en tu bolsillo e imitan las partes blandas del cuerpo, no la incongruencia de Frankenstein.
Me gusta “Warm Leatherette” porque en su simpleza, en su estructura de beats repetitivos y cortantes, en su escasez de recursos, en su atmósfera de dormitorio y computadora personal, en su letra que evoca a la vez la velocidad aerodinámica de un automóvil y su retorcida estructura después de un choque, es a la vez limpio y sencillo, lacerante y chirriante. Como el producto perfecto de la última época en que se podía añorar un pasado industrial, anguloso y pesado y ansiar un futuro digital, curvilíneo y microscópico a la vez e intentar combinarlos. Como el espectro (y la utopía) que aún nos persigue de tanto en tanto de la tecnología y la música electrónica, una y la misma, realizada por genios locos y no por Djs internacionales de beats blandos.
Chipmunk Rock #06
(horrible imagen, pero no existen otras)
Fat Truckers – I Love Computers
Fat Truckers ha sido una obsesión que me ha perseguido los últimos cinco años, preguntándome como seria un mundo (una Tierra-X o Tierra-5) donde hubiesen seguido juntos, sacando más discos hechos con amor de gepetto. Fugaces, cromáticos y jocosos, su único disco (The First Fat Truckers Album Is For Sale) brilla como una estrella extraña en un universo donde las bandas de su estilo son confinadas al basurero municipal, como robots diseñados para parecer niños considerados obsoletos.
Los FT tenían esa personalidad tan propia de Sheffield, su cuna y orgullo, esa división psicótica entre el (deseo de) estrellato y la atracción del icono pop y un costado áspero, crudo y disonante.
La atracción de este tema reside en la manera en que la letra transmite una sensación bien palpable de alienación, soledad y espanto en el narrador que jamás es subrayada. Al contrario, los Fat Truckers envuelven esta mini historia de un hombre y sus computadoras en los sonidos nostálgicos y confortantes de las maquinas de 8-bit y en una voz tan suave y tranquila (pero nunca gozosa) que la verdadera tristeza del narrador pasa desapercibida.
Es un tema para escuchar en cubículos, creyendo que es encantador, sin darnos cuenta de que la relación de amor no correspondida más grande del siglo XXI nos esta siendo vendida en forma de canción pop.
Chipmunk Rock #05
Crystal Castles es uno de los hypes del momento, un dúo de chico y chica de Toronto que hacen música de 8 bits lo suficientemente bailable (en oposición a “que te hace mover como un epiléptico”) como para que le guste a los niños indie. Y debo decir que a mi también me sedujeron y que su primer disco es muy muy bueno, electro punk nerd pero con suficiente amplitud sónica como para incluir canciones que suenan como caminar muy tarde por una ciudad iluminada por neon al ritmo de soul alienígena (“Knights”) o como el hit de alguna extraña película adolescente japonesa (“Good Time”).
Esta canción fue mi favorita desde el principio. Con una primera parte de beat instantáneamente pegadizo y teclado grave, casi funky, que da lugar a un interludio idéntico a beeps de radar y un final épico y casi extático, me recuerda a un anime de mechas, con adolescentes subiendo a robots gigantes y luchando en guerras contra razas alienígenas como si todo ello fuese una ocasión gozosa, un descubrimiento de uno mismo. Y sobre todo ayuda el hecho de que las voces sean sampleos distorsionados y cortados, como si fuesen transmisiones de radio entre Valkirias o Gundams, gritos de ayuda de sus compañeros que son eliminados por rayos láser mientras el héroe de nuestra historia, siendo el mejor de todos, se eleva y destruye a la Nave Madre.
Chipmunk Rock #04
Lo último que yo sabía de los Matmos estaba en su álbum “The Civil War”. Ahí los había dejado disfrazados de peregrinos, soldados confederados e indios, utilizando sonidos de baterías que parecían tambores de guerra y sampleando flautas, en una batalla de Gettysburg moderna como un juguete a cuerda.
Luego sacaron un disco en el que dedicaban canciones a diversos héroes personales, desde Wittgenstein hasta Darby Crash. De que modo me salteé completamente ese disco aún me es desconocido, quizás pensé que por su temática era denso e insoportable (lo mas probable, conociéndome).
Y ahora vuelven con “Supreme Balloon”, un aparente descanso, un disco de teclados y ruiditos, muchos de los cuales asemejan los sonidos de un globo cuando uno lo frota con fuerza. Como esos magos de los “ruidos especiales” en las películas de Hollywood, que agitan planchas de metal y golpean cocos (una visión un tanto anacrónica pero encantadora, lo admito), pero esta vez destinado a la banda de sonido de de un videojuego.
Todo el disco tiene esa tónica, pero “Mister Mouth” me encanta por lo que sugiere. Parece dar nombre a un enano cruza entre Mario y un personaje de “Yellow Submarine”. Redondo y con bigotes, una boca enorme que cubre casi todo el frente de su cuerpo, vestido de tirolés (no me pregunten porque) me lo imagino superando escarabajos dientones y pequeñas alimañas, nadando en aguas infestadas de pirañas, saltando entre nubes de malvavisco que se disuelven solo con su apoyo, lanzando bolas de queso por su boca para aniquilar a sus enemigos y, finalmente, superando el nivel mientras adquiere un power up y gana una vida.
Chipmunk Rock #03
Al principio me acerqué a Neon Hunk porque en algún lado había leído que eran parecidos a Grabba Grabba Tape. Y si bien las similitudes son bastantes (son dos, utilizan sintetizador y batería, les gusta salir al escenario disfrazados con mascaras de plástico y de animales y retazos de ropa) en el fondo son dos bestias bastante diferentes. Los GGT tienen una veta pop (o melódica) mucho más marcada, un deseo de reconfigurar el espíritu mas primitivo del rock de manera digital.
Neon Hunk, en cambio, son más puramente noise, preocupados por reducir una composición (decirles canción es demasiado) a una constelación de chillidos, gritos, uñas sobre el pizarrón, graznidos, bocinas en medio de la noche, ardillas peleando entre sí, grillos tomando cocaína. Y, justamente, lo que me agrada muchísimo de su estilo es la manera en que logran despertar en el oyente una sensación de molestia física muy particular, no dolorosa, más bien incomoda.
Por ejemplo: “to nibble” significa mordisquear, y cuando uno escucha esta canción siente algo como eso, como si hubiese una especie de duende negro y maléfico mordiéndote la punta de los pies antes de entrar en un frenesí de garras y furia y huir por la ventana abierta tan rápido como llegó.
+Myspace
+Página en el sitio de su discográfica.