George Carlin (1937-2008)

«There are two ways to think about this existence we have. One of them is that it’s Wednesday and it’s three fifteen and we’re talking here in my home, and at four o’clock I have to leave for another meeting. Now, that’s a reality. But there’s another reality. We’re in the solar system of a second-rate star, three quarters of the way out on a spiral arm of an average galaxy in a thing called the Local Group. And ours is only one of billions of galaxies, each of which has billions of stars. Some star systems are binary, and there could be a planet that revolves around a center of gravity between two binary stars. So you’d have two sunrises and two sunsets every day. One could be a red giant, the other a white dwarf; two different-sized, -shaped, and -colored suns in the sky. And there might be other planets and comets. In other words, fuck Wednesday, fuck three fifteen, fuck four o’clock, fuck the United States, fuck the earth. It’s all temporal bullshit. I like thinking about being out there and not thinking about the corporate structure, not worrying about freedom, and not worrying about guns. I chose a life of ideas. That entertains me. That nourishes me.»



No hace a la violencia; la violencia es un noticiero que pone en pantalla un tipo destripado. Lo de los gallos no tiene absolutamente nada que ver con eso. Son formas de buscar la estética, tal vez la estética de la muerte en algún aspecto. Está mostrado como ha sido mi intención: los gallos de riña conforman una especie de pintura clásica japonesa. Ver a su gallo El Cautivo pelear le desgarra el corazón a Aniceto, el gallero ama a su gallo y ama la estética del gallo, cómo se mueve. Todo lo demás, la muerte del personaje, es intentar copiar las grandes muertes de la historia teatral. Pero es eso, nada más. Cuando yo quiero mostrar algo lo muestro, no hago vericuetos.

Vayan y lean esta entrevista al más grande autor del cine argentino, que hasta cuando habla filma bellísimo.


Piensen En Los Niños!

El tipo de aquí arriba que ven tan preocupado leyendo un Crime SuspenseStories es Fredric Wertham.
Fredric Wertham era un psiquiatra alemán que se marchó a Estados Unidos en 1932 y dedicó gran parte de su carrera a argumentar que la cultura de masas en general, y los comics en particular, eran perjudiciales para los niños y la sociedad. Wertham era un alemán iluminado, en línea con la Escuela de Frankfurt, un tipo serio que temía por el lugar de la alta cultura en un mundo de producción capitalista. Como opositor de la deshumanización y vulgarización del capitalismo, contaba con una veta socialista y abrió una de las primeras clínicas de atención psiquiátrica gratuita destinada a la población negra (la Clínica Lafargue, llamada así por el yerno de Marx, Paul Lafargue).
Pero Wertham, para cualquier lector de comics norteamericanos de los últimos 50 años, es el demonio. El buen hombre de Nuremberg fue uno de los líderes y encargados de la caza de brujas realizada en los 50 contra los comics de terror, ciencia ficción y crimen de la E.C., posiblemente los mas imaginativos e importantes de su momento, los que tenían guiones de Ray Bradbury y dibujos de Wally Wood y Bernie Krigstein; los de las historias de guerra de Harvey Kurtzman, asfixiantes, repetitivas, nihilistas; los de la ciencia ficción política y sensible y el crimen brutal y explícito. La misma editorial que dio a luz a la revista Mad, el abrevadero cómico de donde todos (y me refiero a TODOS: los cómicos de SNL, Matt Groening, Trey Parker y Matt Stone, los hermanos Farrelly, Dan Clowes, los Hermanos Hernández y más y más y más) robarían o pedirían prestado.
Y el buen Dr. Wertham publicó un libro, llamado “Seduction Of The Innocent”, en 1954, donde realiza acusaciones graves, amplias y (según la visión tradicional del fandom) sin base. Básicamente el buen doctor había realizada entrevistas en su clínica, descubriendo que casi todos los jóvenes que cometían crímenes leían comics, por lo tanto los comics contribuían a la delincuencia juvenil. Esto en una época en que la industria del comic vendía entre 80 y 100 millones de copias por semana y casi todo niño del país los leía.
Al mismo tiempo, el senador Estes Kefauver presidía el Subcomité del Senado sobre la Delincuencia Juvenil, y la fama de Wertham luego de la publicación de su libro hizo inevitable que se lo llame a testificar. Simultáneamente su libro le había dado excusas a miles de organizaciones católicas y de derecha norteamericanas para realizar quemas de comic books, ocasiones festivamente aterradoras (pero hay que recordar algo: a pesar de que la caza de brujas comiquera coincidió y le dio fuego al ambiente represor de los 50, no es específicamente McCarthista, ya que no estaba preocupada específicamente con los asquerosos y ateos comunistas, sino más bien con ciertos valores morales y la contaminación “desde dentro”).


(Bill Gaines y Al Feldstein)

La leyenda negra pinta a Wertham en el estrado, un estreñido intelectual alemán vituperando contra los comics de terror que los adolescentes tanto amaban, comparándolos con Hitler. Y también pinta a Bill Gaines, el editor en jefe de la E.C., un gordo con cara de bonachón, anteojos y pajarita, decidido a testificar, bajo el efecto de las anfetaminas, desarmándose en el estrado, incapaz de contestar coherentemente.
Y luego, la muerte, el Comics Code Authority, el código de censura que (no tan paradójicamente) introdujeron las propias editoriales, asustadas por la caza de brujas y por el éxito de la E.C. El golpe de gracia que llevaría a que cierren todas sus colecciones, excepto Mad, que se transformaría en revista.
Y, también, el colapso: el cierre de la American News Company, la distribuidora mas grande del negocio, que llevó a la desaparición de casi la mitad de las editoriales que florecían a principios de los 50. Y luego la televisión y las chicas y los video juegos y la internet y las drogas y la industria del comic nunca sería la misma.
Pero a lo largo de toda esta historia, los lectores de comics han seguido culpando a Wertham, a ese reptil traidor, ese kraut malagradecido que no supo ver la pasión de las ametralladoras, los gangsters y los monstruos.

O por lo menos así fue hasta hace unos pocos años, cuando ciertos autores, entre los cuales el más importante es Bart Beaty, un teórico de la comunicación y la cultura de masas canadiense, comenzaron a defenderlo. Beaty apoya su tesis en el carácter progresista de la práctica psiquiátrica de Wertham y sus posturas políticas liberales. Defiende su argumento enmarcándolo en las discusiones de entreguerras sobre la validez de la cultura de masas y argumentando que tenía preocupaciones reales sobre el impacto de esos comics en los jóvenes.
Este año el periodista David Hadju publica su libro “The Ten Cent Plague. The Great Comic Book Scare And How It Changed America” (aquí hay una crítica de Louis Menand) en el cual reproduce mayormente la leyenda negra de Wertham y compara a la caza de brujas de los comics con una purga que precede a las luchas por el rock y la cultura joven de los 60.
Lo interesante del asunto es la polémica que suscitó y la fascinación (para mí al menos) de verla desarrollarse en tiempo real en la pantalla de tu computadora. En primer lugar, Bart Beaty no se lo tomó muy bien y escribió una reseña en The Comics Reporter (parte uno, dos y tres) en la que destrozaba muy educadamente al libro y clamaba que la E.C. se había aproximado a Wertham para que interceda en su favor e, incluso, para que se ponga a la cabeza del Comics Code.
Al mismo tiempo, se enzarza en una mini discusión con Jeet Heer, otro estudioso del comic que provee ensayos históricos para colecciones de tiras clásicas de principios de siglo como Gasoline Alley, a raíz de su primera evaluación del libro, discusión que se encuentra mayormente resumida en este artículo de Slate.
Pero lo realmente fascinante sucedió esta semana en Thought Balloonists, uno de los mejores blogs de teoría y critica de comics, en donde le preguntaron a Al Feldstein, el guionista y editor de la mayoría de los comics de terror y crimen, que opinaba de los comentarios de Beaty, a lo cual respondió negando todo conocimiento de los encuentros entre E.C. y Wertham y clamando que el canadiense estaba equivocado.
Pero, dos días después, Beaty contestó pelando, como la pistola mas rápida del oeste, un par de cartas firmadas por Feldstein y enviadas a Wertham que apoyan completamente su investigación, causando que Feldstein se disculpe y agregue nuevos datos a la discusión.
Es un ejemplo totalmente hermoso de discusión histórica e ideológica, de lucha historiográfica de gran significancia, tomando lugar en este mismo momento, frente a nuestros ojos. Es algo raro de ver, que contradice todo lo que a uno le enseñan en la facultad, al ser tan vital, tan apasionante y tan fresca que parece chisporrotear con el impactante color de la sangre.


Chipmunk Rock #01

(una serie semi-regular en la que posteo sobre bandas disímiles pero relacionadas, unidas por su amor a los instrumentos electrónicos, el vocoder y cierto espíritu punk y juguetón, aunado a todo el color y la capacidad de atención de alguien que creció mirando píxeles)

Dat Politics – Roll.

Lo que realmente me atrae de esta canción es la manera en que la voz ha sido recortada, reeditada y distorsionada hasta el punto en cualquier sentido que intentemos desglosar es deliberadamente destruido. Suena como la rabieta de un dibujo animado, como Mr. Mxyzptlk gritándole a Superman en lengua de la quinta dimensión luego de la undécima vez que le hace decir su nombre al revés, como lo mas cercano a una puteada que uno profiere al perder una vida más en un nivel de nubes de Mario Bros.
Y la música, que en los primeros beats parece una digitalizada versión de algún ritmo caribeño, degenera rápidamente en una acumulación de cajas de ritmo, en lo que podría ser el incesante machacar de una ciudad de personajes de videojuegos, con sus bipidos, chillidos y zumbidos cada vez que saltan, extienden la mano, corren, toman helado, andan en bicicleta, comen ítems, ganan vidas o las pierden. Y en medio de todo eso un anónimo electricista o plomero tiene un día particularmente difícil y no puede deslizarse para superar el obstáculo que le impide llegar a la casa de su cliente.