Greil Marcus con Alpargatas

A esta altura ya estoy acostumbrado a no esperar nada de la crítica de rock argentina y debo ser muy inocente si todavía alguna me sorprende, pero la reseña de Ortelli del disco de Banda de Turistas para la Rolling Stone es demasiado.

Si hubiese salido en el de Clarín me habría molestado menos, porque a nadie realmente le importa lo que digan ahí y porque con los años la conclusión inevitable a la que llegué es que es un nido de ratas sin ningún interés por la música ni conocimiento al respecto que están ahí porque queda bien decir que escribís de música cuando te querés levantar minitas, entrás gratis a lugares y es mejor que tener un trabajo de verdad. En cambio la Rolling Stone, aunque en promedio no es mucho mejor, es tomada en serio por un montón de gente que necesita su cuota mensual de coolness envasada y predigerida para sentirse un poco más in porque saben quienes son los Klaxons o porque pueden hablar de alguna nueva (o que lo era hace 5 meses) tendencia de internet. Rolling Stone es el manual de música y cultura pop para el que no está interesado ni en la música ni en la cultura pop pero no quiere admitirlo públicamente. Y eso lo sabemos todos, así que podría dejar pasar esta porquería de reseña sin decir nada, pero no, tengo derecho a expresar mi indignación, sobre todo si alguien tiene derecho a cobrar por escribir esto, así que pasemos a los highlights de la reseña (y aclaro que esto no es sobre la banda ni sobre el disco, sobre los que no tengo nada para decir).

Antes de que termine siquiera la primer oración ya vemos que empezó todo mal (y eso que estoy pasando por alto que empiece hablando del productor) cuando Ortelli nos dice,

Mágico corazón radiofónico suena distinto de todo.

Las reseñas, especialmente las malas, suelen decir más del que reseña que del objeto reseñado y teniendo eso en cuenta hay que ser muy caradura para decir esto porque si hay algo que es seguro es que ese disco no suena distinto de todo, ni las canciones ni la producción. Claro que cuando los únicos discos que tenés es un greatest hits de Creedence, el último de Cerati y el del último hype de la NME cualquier cosa te parece el descubrimiento del fuego. Pero el mismo Ortelli parece no estar seguro de que lo que acaba de escribir sea cierto y dos líneas después (y sigo dejando pasar que está hablando de la producción de Mario Caldato como si fuera Phil Spector y Jack Nitzsche en su mejor época) dice que Banda de Turistas

no son ni emos ni floggers ni indies. Son como Los Gatos con zapatillas Pony.

Después de hacer un chequeo obligatorio de términos cool (me pregunto si esas tres cosas son para Ortelli el «todo» al que BDT se diferencia, si todo se termina en ser emo, flogger o indie y estoy bastante seguro de que podríamos sin mucho miedo calificar a BDT de indie), dice que «son como Los Gatos». Momento, ¿hace dos líneas no decía que sonaban distinto a todo? Igual señalar esa contradicción es distraerse de la verdadera joya de la reseña: no dice simplemente que son como Los Gatos, no, dice que son como Los Gatos con zapatillas Pony. ¿Qué carajo, en nombre de lo que más quieran, significa ser como Los Gatos con zapatillas Pony? Nada, absolutamente nada. Eso significa.

En el siguiente párrafo sigue hablando de la producción, de lo diferente que sería si lo hubiese producido Manza o Juanchi Baleirón, de como tendría más hits de haber sido así (¿evitar que la banda tenga hits es haber hecho un buen trabajo como productor?) y vuelve a decir que este es un disco diferente porque «las voces son instrumentos de la canción«. Sí, Ortelli, es cierto. Es cierto porque salvo en algunas tradiciones particulares (como las baladas folk donde la música solo es un acompañamiento rítmico para la historia), en casi toda la música, especialmente en la música pop, la voz es un instrumento de la canción. Doy por sentado que nunca escuchó a Ella Fitzgerald haciendo scat.

Después de eso se siente obligado a citar una letra del disco aunque en el contexto no se note la relevancia y sutilmente nos deja claro que la verdadera validación de la banda es esta misma reseña que está escribiendo.

No es casual que éste sea el primer grupo (¡en diez años!) que consigue la apertura de la sección Críticas de esta revista con un disco debut.

Después de ese breve intermezzo para autofelarse y demostrar que McLuhan tenía razón tira un par de nombres más para dejar claro que él está reactualizado (MySpace, Pitchfork.tv) y la contradicción ataca de nuevo.

El Tucán trae su canción envuelta en un beat estilo Mandioca que reivindica a Kay Galiffi y al Nebbia de la época de El extraño de pelo largo, muy efectivo en su connotación psicodélica, cultural, argentina. Luis Balcarce, la primera guitarra, discute la herencia babasónica («El canto») como un buen aprendiz de Mariano Roger, y también de Tom Verlaine.

Al menos ahora sabemos que también escuchó el Marquee Moon y alguno de Babasónicos, probablemente Infame, y tengo que preguntarme si ya se olvidó de lo que decía unas pocas líneas más arriba sobre sonar diferente a todo y si le parece que en este momenteo comparar a una banda con Babasónicos es de alguna manera halagador.

Un fallido arranque posmoderno después («las canciones son como un happening, sobre la marcha se estiran hasta completar la estructura«) aparece la segunda joya de la reseña, mucho más sutil que la anterior pero no menos jugosa.

Los BDT quizá no sepan cómo ejecutar sus instrumentos a la perfección (todavía), pero conocen perfectamente las formas de una canción.

Es fácil dejar pasar esta frase a primera vista, pero con más detenimiento debe ser la frase más clave de toda la reseña. Primero porque nos deja bien claro desde que concepción arcaica de la música habla Ortelli que hace que le parezca necesario mencionar el desempeño técnico de la banda pensando que un instrumento que suena bien y es funcional a la canción podría estar mal tocado (espero por el bien de su salud mental que nunca escuche a las Shaggs o Half Japanese). Pero la palabra clave acá es «todavía«. Todavía tocan mal, porque esta es una banda a la que Ortelli le ve futuro y para él la evolución es aprender a tocar a la perfección. Creo que esto nos deja unas cuantas cosas claras.

A lo largo de la relativamente corta historia de la música pop hay apenas un puñado de críticos que realmente aportaron ideas interesantes mientras que la gran mayoría es un grupo heterogéneo compuesto de fanboys, acólitos, epígonos, hipsters, nostálgicos, snobs, bananas, «amigos de», vendedores de pescado podrido, cazadores de modas y pronosticadores del tiempo unido únicamente por el (en mayor o menor grado) desinterés general que todos ellos realmente sienten por la música. El principal problema de todos ellos es que fallan en ver que lo que un crítico debería ser capaz de hacer es ofrecer diferentes formas de pensar y entender la obra, diversas formas de acercarse a ella y al contexto cultural del cual surgió antes que decirnos que deberíamos escuchar, que es lo que se viene o simplemente aclararnos si vale la pena o no que compremos un disco (el famoso crítico pronosticador del tiempo). Hasta que puedan ver esto me alcanza con que por lo menos no hypeen bandas usando metáforas con marcas de zapatillas.


Sed De Mal.


Muerto, adj.: Dícese de lo que ha concluido el trabajo de respirar; de lo que ha acabado para todo el mundo; de lo que ha llevado hasta el fin una enloquecida carrera; y de lo que al alcanzar la meta de oro, ha descubierto que era un simple agujero.

(Ambrose Bierce, Diccionario del Diablo)

El punk esta tan muerto que incluso preguntarse por su descendencia es una ridiculez. Porque además cuando yo me pregunto, en aquellas noches tristes, que es fue de su espíritu, lo que me imagino es algo que jamás ha existido: algo que tiene la inflexibilidad ética de Fugazi, la amplitud creativa de The Clash, la furia justificada de Sex Pistols, el intelectualismo de Wire. Algo que tenga lo mejor de todos los mundos, una fuerza vital llegada a la tierra para poner orden en ese sucio negocio lleno de ratas y mercaderes que es la industria discográfica, en nombre del Arte. Lo cual explica, probablemente, mis constantes depresiones al intentar encontrar algo en el arte que, evidentemente, solo existe en un mundo más feliz.
Pero de vez en cuando aparece un disco como el de Los Punsetes, un disco propiamente punk, que tiene la energía correcta, el espíritu de la historia de su lado, que sin embargo se las ingenia para sonar contemporáneo, inclasificable, como si fuese un médium canalizando el alma muerta de un movimiento, pero con interferencia de radio que lo obliga a inventar palabras en el medio de su discurso. Un disco que da fe. A primera vista puede parecer un conjunto de guitarras, con voz de adolescente aniñado y algunas frases memorables. Pero su personalidad es única y acarrea una oscuridad cínica e implacable, en una época en que la música parece hecha solo para los días soleados en gigantescos complejos de diversión de silicona y plástico.
En primer lugar, Los Punsetes están morbosamente obsesionados con la muerte. Pero sin temerle ni causarles angustia, sino con desdén, con resignación, con absoluta falta de respeto, con profundo asco por la gente que hace que todo esto sea más parecido a la muerte. Parecen verse rodeados de ella, ya sea en los comerciales, en los relatos de asesinos seriales, en los policías que arruinan el fin de semana con toda la fuerza represiva del Estado (tan mala como la de los delincuentes, pero aprobada), en los accidentes morbosos.
Y frente a ello reaccionan de dos maneras: por un lado con una non-chalance extraordinaria, un sentimiento que podría traducirse en el grito de guerra de “vamos a divertirnos acá en la pila de cadáveres, en los restos de la civilización aniquilada, se lo merecían de cualquier manera”. Y por otro lado con una fuerza sombría espeluznante. Su música esta teñida por el ambiente depresivo y cansino de una ciudad en la que la luz del sol no se filtra, en la que las calles están cubiertas de polvo, en la que los dos estados de ánimo posibles son la rabia y la tristeza.
Lo asombroso, lo que hace que valga la pena prestarle atención a estos chicos, es la manera en que logran hacer de estos temas el centro de su disco, de sus preocupaciones líricas, sin que este sea triste o depresivo, sino vibrante y liberador. No es una obra neurótica, enrollada en sí misma, sino preocupada sobre todo con la liberación del cuerpo, con las pocas oportunidades que nos presenta este mundo, con divertirse a pesar de que todo esté jodido y parezca que va a estarlo hasta el fin de los tiempos. Es un disco gozoso que de vez en cuando se ve abrumado por el peso de los muertos, por el deseo de robar/dejarse influir por un ideal rancio y por el mero hecho de vivir en estos tiempos.
Todo conspira en su contra: es un lp influido por un género muerto, por una misantropía importante y una tristeza existencial profunda. Y, sin embargo, tiene canciones que se pueden bailar o, por lo menos, que se sienten emocionantes y llenas de vida cuando se escuchan en las calles repletas de automóviles. Es, en otras palabras, un gran triunfo en estos tiempos que parecen de final de milenio.

Dos Policías.

Lo que me gusta de esta canción es la manera en que comunica, de un modo sintético y completamente realista lo que se siente vivir bajo la mirada de las fuerzas de la ley. Todos los que tenemos comportamientos que no son criminales pero tampoco son aceptados por la sociedad y las fuerzas del estado lo hemos sentido alguna vez, la paranoia de caminar con porro encima, de haber bebido un par de cervezas de más, el miedo y los intentos de comportarnos “normal” al pasar frente a una pareja de policías.
Y entronca bastante con mi estado de animo reciente, desde que tuve un encontronazo con los controles de alcoholemia y desde que nuestro gobernador parece empeñado en poner la mayor cantidad de uniformados en la calle, de hacer circular camionetas y autos de policía flamantes y colocar controles con gendarmería insospechados en calles céntricas. Un estado policial que no parece, que nos arruina el fin de semana con su sola presencia.

Pinta de Tarao.

Esta canción, por su parte, me encanta porque se podría ver como la contraparte de la anterior, al revelar la amenaza que se esconde no solo en las agencias de control, sino en cualquier persona. La letra es sencilla: un chico (en realidad la voz de Los Punsetes es chica, pero mantengámoslo así porque pareciera cantar desde el punto de vista de un hombre) se ofrece a llevar a una chica a su casa y ante su (real o prevista) negativa se escuda clamando que no es un asesino serial, describiendo con lujo de detalles lo que NO va a hacerle, afirmando que es un buen pibe que solo quiere hacer una acción caritativa, pero sugiriendo, también, una corriente de interés en ella y exudando una ligera amenaza porque, bueno, si puede imaginarse esas cosas, ¿quién dice que no es capaz de hacerlas?.
Es esa corriente casi imperceptible de seudo-lujuria, la que vuelve a esta canción irresistible (además del crescendo continuo que construyen las guitarras y la batería en versión marcial). Nos obliga a escucharla desde el punto de vista de él y desde la vulnerabilidad de ella, simultáneamente. Lo sexual esta latente, aunque el tipo no sea un “tarao”. De este modo todo el mundo es una amenaza, todos los hombres, en última instancia, tienen malas intenciones, la sociedad esta podrida. Es, en otros términos, una canción que explicita muy bien lo que es ser mujer y sentirse expuesta ante los ojos de un hombre o, como dicen nuestras madres de nuestras hermanas, “Es diferente, ella es una chica”.

(El disco de Los Punsetes, en una actitud admirablemente punk, se encuentra disponible para bajar en su página).


Material de Estudio.


Hace mas de 20 años (en 1982, precisamente) Josep Toutain se mando la quijotada (para ese momento) de publicar una historia de los comics en español, en fascículos que se distribuían en los kioskos de revistas y que cubría casi todo el comic mundial, con millones de colaboradores y, lo mas deslumbrante para un niño de 10 años, reproducciones de fragmentos de comics importantes en sus páginas centrales.
Esa colección estaba en mi casa mientras crecía, menos unos cuantos números que mi padre perdió, y recuerdo la manera obsesiva en que me lancé a su lectura (aunque, seamos sinceros, mas bien leía los comics en el medio antes que los artículos) descubriendo desde Krazy Kat hasta Akira, con todo en el medio. El lugar donde leí por primera vez a Kurtzman, Eisner y Kirby. Su diseño de tapa, simple, icónico, colorido (cada portada da para hacer pequeños cuadros) sigue pareciéndome hermoso.
Y hoy, dando vueltas por la internet (Grande y Gloriosa) encontré este magnífico link a toda la colección escaneada. Recomendadísimo perder una tarde bajándolos y darse cuenta cuan ecuménica, concisa e informativa sigue siendo.