Una brevísima charla con Mr. Solo

(Por Arturo, nuestro crédito en Monterrey)

Pensado como un texto que aparecería en el próximo fanzine Vuélvete Underground, esta breve entrevista con Mike Georgeson mejor conocido como Mr. Solo, me pone de buen humor cada que me pongo a leerla. Fue justo hace un año y mi emoción se fue a mil luego de encontrar los discos de David Devant and His Spirit Wife -que me pasó nuestro querido amigo Amadeo- y luego, también, de conocer completamente su primer disco «All Will Be Revealed». A dos años de ese gran disco que es «Wonders Never Cease», es el timing perfecto, creo yo, para destapar un poco más a ese duendecillo lunático que es Mr Solo. Aquí la entrevista:

¿Cómo fue el proceso de Mister Solo desde su génesis o cuáles fueron las herramientas que usaste para poner el proyecto en forma y hacer All will be revealed, tu primer disco con este personaje. ¿Nos podrías dar un tour rápido?

Hice All Will Be Revealed con el productor y guitarrista de David Devant and His Spirit Wife, Jon Klein. Tiene instalado un estudio de grabación en su casa al que hemos llamado, por una fotografía colgada en su pared, Duck Pool Farm. Es un pequeño apartamento en King Cross, cerca de Londres. Jon tocaba con The Banshees y también es conocido por haber producido a Samantha Fox. Sin embargo, hay dos canciones en el disco, Genius y Bar At The Folie Berger que fueron grabadas en el estudio de Keith Top of The PoPs, con Steve Fisherman en el bajo y Sean Lee en la batería, dos amigos americanos bastante talentosos. Una vez terminada la grabación de AWBR, mi carrera como solista ha sido deliberadamente rudimentaria y neurótica, pero siempre he intentado sacar discos con canciones pop en él.

Hay una gran diferencia en el sonido del primer disco en comparación al segundo. All Will Be Revealed se inclina más a la memorabilia del brit pop cuando Wonders Never Cease es un viaje por el estilo cuidado de Kevin Ayers y Cat Stevens. ¿Esto representó para tí cierta evolución?

¡Por supuesto! El estilo de la producción de All Will Be Revealed es un reflejo de cómo aprendí a hacer un disco de pop en los noventas. Quería jugar en un principio con la manufactura de un disco más acústico, pero esa idea la tiramos inmediatamente por la ventana. Nos dejamos llevar pero cuidando siempre en no sobrecargar el sonido.

De verdad me sorprende qué tan bien describes cómo me siento en el segundo disco. Hay dos ideas de sonido en mi mente. Ambas son Kevin Ayers y Cat Stevens. Siempre he pensado que hubo un tiempo en que el pop tuvo esa tangible inventiva mágica y estos dos artista lo tenían. ¡Adoro a Kevin Ayers!

Wonders Never Cease fue producido por Rob Jones quien es también conocido como The Voluntary Butler Scheme. Pasamos un tiempo grandioso grabando en su lap top – editando cualquier cosa a voluntad. Casi todo el disco fue grabado en un pequeño sótano en Stockwell, al sur de Londres, debajo de una Vulcanizadora. Estuvimos de acuerdo en crear un disco con un sonido real que no tuviera loop alguno, etc. Por suerte, Rob es también un baterista excepcional. Los pianos fueron grabados en mi casa y el resto de los instrumentos fueron grabados cinco tonos abajo para que pudieran entrar en las canciones.

En un blog, no recuerdo cuál, el autor comentaba que acostumbrabas a ser bastante extravagante en la “puesta en escena” de David Devant and His Spirit Wife. ¿Haces algo similar en los conciertos de Mr Solo?

Mr Solo empezó simplemente como yo. Mi disfraz se volvió más extravagante el día en que un amigo, quien fue mi promotor, me puso en un concierto en Brighton. Había olvidado mi camisa brillante en casa y él se acercó a mí y me dijo: no te preocupes; sacó un traje negro tipo gatúbela apretado y más brillante que la camisa que había olvidado. Desde entonces uso eso y mi capa, la cual me quito cuando toco Home Sick Home haciéndolo de una manera muy burlesca. Soy naturalmente introvertido, así que es bueno dejar que mi sombra sea el centro de la fiesta. ¿Sabías que una vez salí disparado de un cañón?

¿Y qué hay de Secret Garden?, ese vídeo que está en tu canal de youtube ¿de qué se trató todo eso?

Fue parte de un evento organizado por Pop Art en el jardín de un pub, en Londres (no puedo recordar el nombre); fui encargado de llevar al público a escribir una obra de teatro imaginando que el arte pop era una persona con diferentes personalidades. Tenían ellos qué escribir varios diálogos entre dichos personajes y yo tuve qué pintar varias escenografías. Al final, actuamos los resultados de dichos diálogos con una canción de Mister Solo para que quedara robusto. Estos “happenings” han sido para mí como una búsqueda de mi propia individualidad. La separación de La Madre y El Crecimiento. Como “San Jorge y El Dragón”, lo de Mister Solo trata el tema de ser individual y universal al mismo tiempo.

Yellow Jelly Babies es un momento bastante dulce y triste para terminar el disco. ¿Estuvo pensado desde un inicio terminar con ese tema?

No… Pusimos todas las canciones en orden alfabético y obviamente Yellow Jelly Babies resultó ser la última. Es un poco melancólica, la verdad. En una reseña fue tomada como ejemplo y nunca se menciona que el resto del disco es bastante feliz por todos lados.

¿Cómo toman el projecto de Mister Solo los otros miembros de DDAHSW? ¿Estás en contacto con ellos todavía?

Me agrada que hayamos evitado hablar del trabajo de David Devant comparándolo con el trabajo de Mr Solo. David Devant no fue concebido como una banda de apariencia meramente colectiva. Creo que ahora su leyenda ha crecido bastante fuerte a base de lo que cada uno hace individualmente. Aparte del rock, suelo exhibir pinturas y esculturas. También estoy con Eddie Argos en la banda Glam Chops.

Por último, ¿qué has escuchado recientemente y cuáles son tus artistas favoritos?

Recientemente descubrí a la banda Sountrack of our lives. Adoro a Devendra Banhart, también. Siempre me tomo un tiempo para escuchar a Andy Williams. Constantemente regreso a los discos de Kevin Ayers y Syd Barret. Sin olvidar al Bowie de la época “Love Till Tuesday/ There is A Happy Land”.


If you must write…

Hace poco me volvieron las jaquecas. Recurrentes durante los últimos años del colegio, y durante toda la universidad, eran ya tres años, el mismo tiempo que llevo viviendo fuera de la ciudad donde crecí, que no me venían con esta intensidad, si es que llegaban a venir.

Ahora, han vuelto. Es extraño que, a pesar de que los últimos meses fueron de mucha tensión laboral y personal, el dolor haya vuelto recién cuando el golpe emocional y la carga laboral han disminuido considerablemente, como si, cuando lo necesitaba, mi cuerpo se hubiera mantenido estable, firme en sus líneas, para que una vez seguro que no iba a perder la batalla, se relajara un poco, dejando a la luz sus debilidades estructurales.

El dolor es muy concreto: está centrado en mi ojo derecho. Comienza siempre igual, un ligero malestar, un pequeño cosquilleo, me avisa que va a venir. Y sin embargo, es inevitable. En poco tiempo estoy inmovilizado, con una fuerte presión en el globo ocular, y los músculos de la cara tensos, y los dientes apretados. Sentado, mirando el vacío, trato de controlar las corrientes de dolor como si fueran un líquido canalizable, o el ki de todos los animes que he visto. Por lo general, no lo consigo.

Hoy, mientras esperaba que me pase el dolor, me acordé de un cuento de Cortázar. En mi memoria, el cuento describía muchos tipos diferentes de dolores de cabeza, explayándose durante páginas y páginas con las maneras más fantásticas de tratarlos. No es así. El cuento es más bien pequeño, y los dolores de cabeza están contenidos en un párrafo o dos, mientras que la mayor parte de la narración está centrada en un criadero de manscupias, en la rutina necesaria para mantenerlas vivas. Aún así, no creo que el título (Cefalea) sea casual.

Nunca fui fan de Cortázar. Tal vez sea porque nunca fui fan de los cuentos en general, ni de los fantásticos en particular. Tal vez sea, también, porque leí Rayuela (futuro libro oficial de EBM, propuesto por Darío) muy chico, antes de poder sentirme identificado, siquiera parcialmente, con los personajes (¿y si cambiamos las discusiones sobre grabaciones perdidas de jazz y filosofía por joyas post-punk y cultura pop, estaríamos de verdad tan alejados?), antes de entender porque alguien podría enamorarse de Maga (aunque, por lo que recuerdo, dudo mucho que ahora podría hacerlo, a esa mujer le faltan dientes). Antes de entender cuál era el chiste de las referencias.

Un par de semanas atrás, conversaba con Agustín sobre las referencias al escribir. Me dijo, y estoy de acuerdo con él, que habría que usarlas lo menos posible, con mucho cuidado. Tiene razón: las referencias mal usadas, las que se explicitan en demasía, o aquellas a las que se les nota las costuras, no son más que un MIRA QUE GRANDE LA TENGO metido en medio del texto, así, en mayúsculas. Vanidad, vacuidad.

Pero, cuando se usan bien, las referencias pueden darle un significado nuevo a todo, más profundo, más real. Creo que el mejor ejemplo que he encontrado de esto es del mismo Cortázar (acá). Leído sin saber más, el dolor de Johnny Carter se entiende como un dolor inmenso. Leído a la luz de lo que dice en realidad, el dolor de Johnny Carter se convierte en lo que realmente debería ser lo que se siente ante la muerte de un hijo: la destrucción del mundo, la desaparición de Dios.

¿Qué hacer, entonces? Robar, robar sin lugar a dudas. Pero robar bien, siendo conscientes que recurrimos a lo que dijeron los demás para expresar esas pulsiones internas que solo pueden ser nuestras. Y hacerlo con una sonrisa de oreja a oreja.

Por lo demás, ya el soundtrack lo tenemos.


La Biblioteca Inexistente (19).

1) Un análisis sobre la dinámica de Farmville y otros espantosos juegos casuales que construyen una economía en la que el que menos disfruta y el que menos gana es quién juega. Para todos aquellos que en su momento se pasaron horas plantando boludeces en una pantalla.

2) Encantador artículo sobre la gastronomía futurista, su odio a la pasta, su inclusión de frutas exóticas como una extensión de su deseo de conquistar África, sus curiosas recetas, todo cubierto por la exageración y la locura que caracterizó siempre a nuestros queridos fascistas italianos.

3) Una breve introducción al garo, un estilo de manga surgido en los años 60, en un principio con una intención pedagógica y adoctrinadora, para luego mutar a una forma de underground japonés famoso por el estilo hetauma («malo-bueno» en su traducción literal) y por su relación con Gary Panter.

4) Corta historia del Napoleón de Stanley Kubrick, la película más cara y ambiciosa jamás filmada, que iba a incluir ejércitos reales de Rumania y para la cual el loco de mierda había reunido 17000 imágenes de archivo napoleónicas.

5) La imposible tarea de hacerle una entrevista a Jonathan Richman: te llama a las 2 de la mañana, de una estación de colectivos, no quiere hablar de su vida ni de su música, solo parece cómodo cuando VOS hablas y, al final, terminas sintiéndote como un boludo. Via Acevedo Kanopa.

6) El Symbion pandora, uno de esos bichos rarísimos que nos da la madre naturaleza: vive en la boca de las langostas noruegas, tiene su propio filo en la taxonomía de las especies, se reproduce bizarrísimamente (es difícil asignarle un sexo, por ejemplo) y su sistema nervioso no se parece a nada conocido.


Fuimos A Ver A Jonathan Richman y Esto Es Lo Que Tenemos Que Decir Al Respecto.

01 . Amadeo.

¿Qué otra expectativa se podía tener frente a la visita de Jonathan Richman que una enorme felicidad? Cuando me enteré que venía estaba en pleno proceso de pre-mudanza hacía la gran ciudad. Se me antojó que era un gran regalo de bienvenida: un artista inclasificable que a todos nos pone de buen humor y nos hace creer que la vida merece la pena de ser vivida. Porque, en definitiva, lo que sorprende y reconforta de Richman es que es un tipo que parece haberse escapado en una especie de burbuja intangible de todo aquello que rodea al rock and roll como forma de vida adulta. O sea, el rock and roll concebido como una alternativa laboral con un grado superior de validez artística. O sea, la «career, career».

Finalmente tuve la fortuna de observarlo en dos oportunidades: en primer lugar en el show / entrevista que dio en Radio Nacional y luego el sábado, en el segundo de los recitales de Buenos Aires. El show / entrevista tuvo una duración restringida (aproximadamente 20 minutos de preguntas y 10 de música, ponele) lo cual era completamente natural, el objetivo del mismo era despertar nuestro apetito para que nos den ganas de ir a verlo a los shows donde había que poner la teca. Una buena maniobra publicitaria, bah. La entrevista era conducida por Alfredo Rosso y Pablo Strozza, y hay que decir que estuvo bien a pesar de ellos y con gran mérito para Richman. Rosso parecía cansado, aunque tenía una sonrisa bonachona, y solo hizo preguntas de la audiencia. Strozza, en cambio, se dedicó a preguntarle exclusivamente por otra gente: «Che, vos viste muchas veces a la Velvet, ¿cómo era?», «Che, ¿y de John Cale que me podés decir?», «Che, ¿en serio conoces a Kiko Veneno?», «¿Es cierto que alguna vez le diste la mano a GG Allin?». Por suerte Richman le puso la mejor onda del mundo, desviando preguntas sobre la Velvet hacia el tema del sonido de los discos actuales y su volumen superior, hablando de la importancia del baile en la música rock, despreciando la sobre intelectualización del rock y a “las palabras” que se escriben alrededor de él y rechazando la posible reunión de los Modern Lovers de manera tajante. Lo interesante de escucharlo en la entrevista fue descubrir que su visión de la música rock es tan pura que se sostiene incluso re-escribiendo la historia: según Richman, los años 50 y 60 eran un período donde lo único que importaba era bailar y pasarla bien. ¿No sería mucho mejor vivir en un mundo donde eso hubiese sido verdad? Era, además, encantador verlo hablar en castellano y observar como abría los ojos y ponía caras cada vez que lograba encontrar la palabra que buscaba.

El recital fue mínimo: tres temas, uno en castellano, uno en italiano y uno en inglés. El baterista tocaba con una bidón de agua vacío.

El del sábado, en cambio, fue algo muy diferente. He leído gente quejándose por la internet, como siempre, pero debo decir que fue un placer escuchar a una persona que estaba tan encantada de estar, sencillamente, tocando música. La puesta en escena y la instrumentación, obviamente, era mínima: guitarra para Jonathan y batería para Larkins, el batero con peinado rockabilly y cara de mala onda. Pero el show funciona extraordinariamente bien dentro de esa «limitación», que de algún modo es solo una expresión del camino que Richman ha tomado en los últimos 10 años, el de ser un trovador callejero, emocional y multilingüe (uno se lo imagina caminando por las calles de una ciudad medieval, con su sombrero de color y sus calzas, tocando canciones por monedas). Y en gran parte la calidad de su actuación tiene que ver con su carisma y con la sensación de que lo que está pasando ahí arriba es algo sincero, que él deposita en ese escenario algo fundamentalmente vital. El sábado, día que fui, tuve la fortuna de que tocase «Vampiresa Mujer» y «I Was Dancing In The Lesbian Bar» (lamentablemente, no tocó “You Can’t Talk To The Dude”, pero de canciones pérdidas están hechos los recitales) en versiones épicas que paraban y arrancaban, en el medio de las cuales bailaba como espástico y en el medio de cuyas estrofas Richman ponía cara de loco salvaje. También tuvo el aliciente de los «covers» de los Modern Lovers, «Pablo Picasso» y «Old World», versiones completamente diferentes que, sin embargo, no puedo evitar ver como esas mismas canciones. O sea, me imagino a Richman a lo largo de los años, tocándolas progresivamente de modos diferentes, cambiando un estribillo aquí o una frase allá o una entonación aculla, lo cual las vuelve versiones evolucionadas orgánicamente, parte de su mismo cambio artístico a lo largo del tiempo.

Es cierto, a pesar de todo esto, que hubo un momento en que mi atención divagó y en el que me aburrí mínimamente, el momento en que se puso a tocar canciones en italiano, de las cuales, sinceramente, no conocía ninguna. Pero fue un momento breve que se contrarrestó con la cantidad de temas que uno lleva adentro que se dedicó a tocar, de esos que hacen que uno escuche sus primeras frases y de pronto reconozca «Let Her Go Into The Darkness» y no pueda menos que sentir que se asomaba un lagrimón.

El recital también me hizo percatar de que Richman está bastante viejito. Hacía el final se lo notaba cansado (creo incluso que se tiró en el escenario durante unos minutos) y su voz tampoco daba para tanto (dicen que luego de cada show se queda callado durante un tiempo para cuidarse la voz). Probablemente eso agregó una dosis de emocionalidad importante, sabiendo que era la primera y probablemente única vez que iba a venir, viendo a una persona grande que sin embargo todavía deja todo en la música, en el escenario, quizás el único lugar donde se siente cómodo y totalmente libre.

02. Ezequiel

Nunca me consideré un gran fan de Richman. No sé bien porqué. Quizás no conecté realmente con su obra del todo, por más que obviamente tengo claro que su obra es muy importante. Pero bueno, es rarísimo que algunos músicos se animen a cruzar el charco hacía Montevideo, y luego de ver algunos videos en vivo que me gustaron mucho, decidí ir.
La experiencia fue particular en parte por mi estado: Me habían robado unos días antes, unas 8 personas se dedicaron a rodearme, sustraerme el celular y en el proceso molerme a golpes dejándome la cara hecha una batata deforme, y con un corte bastante feo en el labio. Solo habían pasado unos días y el show en La Trastienda de Montevideo fue mi primera «presentación en sociedad», donde todos me miraban espantados y, a su vez, yo andaba con bastantes dolores de cabeza y lastimaduras. Pero en fin, en ese estado quizás híper-sensible, disfruté del show.

Lo que hace Richman es una cosa totalmente única, y si alguien lo intentase imitar quedaría irremediablemente como un ridículo total. Es muy improvisado, suelto, desprolijo. El equivalente a tocar en el cumpleaños de un amigo con una criolla. Jonathan es alguien que, al igual que Mark E. Smith, encontró una formula muy básica y esencial, tuvo fe ciega en ella y siguió ese camino, durante más de 30 años. Es un show totalmente fogonero, que no quedaría fuera de lugar en un patio de una casa, o en un pequeño barcito para 50 personas. La amplificación es mínima: Solo 3 micrófonos, uno para la batería, uno para la voz y otro para la guitarra española, que Jojo sostenía a lo campechano, sin correa. Era muy interesante como utilizaba el recurso de la guitarra microfoneada, aprovechándose de las limitaciones y alejándose de forma juguetona, volviendo la guitarra un rasgueo casi imperceptible. El lugar no estaba lleno, lo cual para mí fue muy positivo – estábamos todos a pocos metros de él, cómodos, sin apretarnos. Le preguntó al público por si querían algún tema, y algunos los tocó. El set, por lo que veo, fue bastante parecido a los shows que dio en argentina (‘A Que Vinimos Si No Es a Caer’, ‘Pablo Picasso’, ‘I Was Dancing In The Lesbian Bar’, ‘Her Beauty Is Raw And Wild’, ‘Harpo En Su Harpa’, etc). Fue corto, duró una hora aproximadamente.

El show en sí fue muy encantador y sencillo. Me parece que podría ser muy disfrutable para cualquier persona, incluso que apenas lo conociera. Bah, en realidad, de la mayoría de las personas con las que hable, la mayoría solo conocia un puñado de los temas que tocó. No era algo necesario para disfrutarlo. Era, como dijo Amadeo, un viejo que disfrutaba mucho tocando música y le ponía todo su amor y cariño.

Pero sí, también me afectó un poco el hecho de que estaba viejito. Y la mirada terriblemente triste que tenía. Estaba cansado. Me paso lo mismo con el show de Kiko Veneno, que andará también por los 60 años, y se le nota la mirada cansada, y esa sonrisa eterna y fija, que solo alguna gente mayor puede tener. Y eran músicos. Y en lo personal a mi me golpea por ese lado, por el hecho de la profesión de músico, de seguir ahí, tan de grande, quizás extrañando a la familia, o al hogar, o a simplemente estar tranquilo sin hacer nada, y cambiarlo por una gira con tu banda. Hasta cuanto es amor por lo que uno hace, y hasta cuanto es oficio.

03. Dario.

No pensaba que fuera a ver nunca en vivo a Jonathan Richman pero pasé años deseándolo. Pasé años imaginándome como sería un show suyo. Cómo actuaría arriba del escenario, qué temas tocaría. Después de tanta idealización casi tenía miedo de verlo. ¿Cómo va uno a un show de verdad que va a comparar con ese show de fantasía? La cuestión es que aún yendo con expectativas tan altas como las que llevaba yo encima podía esperarme lo que realmente fue. Lo voy a decir claramente, el show del viernes fue el mejor show que vi en mi vida. Fue divertido e intenso y emotivo y fue distinto a lo que esperaba y fue más de lo que esperaba: fue un show de Jonathan Richman de verdad.

No, no tocó todos los temas que yo hubiese querido. Si hago cuentas tal vez no tocó ninguno de mis favoritos siquiera. No tocó «Harpo en su harpa», no tocó «Better than Before», ni «Abdul y Cleopatra» ni «Una Fuerza Allá» ni «Vampiresa mujer», ¿y a quién le importa? ¿Quién se va a quejar de algo después de ver «El joven Se Estremece»? Tocó un montón de otros temas, y algunos no se parecían en nada a ninguna versión grabada, es lo mismo, podían ser un tema u otro. No se trataba de las canciones, se trataba de él. Se trataba de su conexión con el público, de su entusiasmo, de la despreocupación y la alegría con la que tocó.

Nunca salí de un show con tal certeza de que nunca voy a volver a ver algo como lo que acababa de ver. Y no lo digo solo por lo bueno que fue, no lo digo como fan a ultranza de Jojo, sino porque realmente no se parece a ningún show que haya visto. Richman se aleja del micrófono sin importarle que no se escuche, deja la guitarra para ponerse a bailar solo, se pone a golpear un cencerro o a sacudir una pandereta olvidándose de la canción que estaba tocando, improvisa, cambia las letras, canta pedazos en castellano de las canciones en inglés. Y todo el tiempo parece estar disfrutando el show tanto o más que uno. Richman arriba del escenario es pura alegría y pura emoción. Es exactamente todo lo que uno espera de Richman.

Después de años de esperar de repente uno tiene a solo un metro a Jonathan Richman diciéndote «¿A qué venimos sino a fracasar? ¿A qué venimos sino a caer?» y todo cierra. Verlo en vivo es la conclusión lógica de haber pasado todo este tiempo escuchándolo y pensando sobre su música, sobre sus letras, sobre su mensaje. Su show en vivo es la conclusión lógica de todo eso. Te das cuenta que es el mismo tipo que hace 40 años cantaba «Let’s talk about love or sex or starving hearts, or just shut up», que le pedía a su público que no se rindiera porque algún día todos íbamos a llegar a ser «dignified and old». Y 40 años después, con 40 años de carrera dedicados a la simpleza, la sinceridad, a hablar sobre vida real, al rechazo de las posturas del rock, con casi 60 años está ahí parado con una guitarra sin correa cantando su corazón, bailando, o parado con mirada emocionada y aspecto cansado ante el público que sigue aplaudiendo pidiéndole que no se vaya y arrancando a cantar con la voz que le queda un último tema a capella porque ya había guardado la guitarra. Y uno no puede evitar desear que más músicos fueran así, que más músicos tuvieran en sus 20 la mitad de las ganas de divertirse y de divertir, de ese espíritu fresco y despreocupado que Jonathan tiene a los 60. Ahí arriba Richman parece salido de otro mundo, un mundo mejor y más feliz. Ver a Richman ahí parado no es un solo un show, es la prueba de que un mundo mejor es posible.