Visite Baltimore 03: Omar Little.

(Here be spoilers. Beware)

Come at the king, you best not miss.

… I got the shotgun, you got the brief case … all in the game though

A man got to have a code!

Now you make sure, you tell old Marlo I burned the money cause it ain’t about that paper. Its about me hurting his people and messing with his world. You tell that boy he ain’t man enough to come down to the street with Omar.

– Omar Little.

Omar es el superladrón. El otro día, en una reunión donde todos éramos fanáticos de The Wire, 3 de 6 dijeron que Omar era su personaje favorito. Carajo, es el personaje favorito de Barack Obama.

Lo que cae tan simpático de Omar es que es el único personaje que es prácticamente independiente de todas las instituciones y, encima, se aprovecha de todas ellas. Vive de robarle a los vendedores de droga. Lo hace un poco por el dinero y otro poco por el orgullo, un poco por la emoción y otro poco porque es lo único que sabe hacer, en lo que creció, porque, en el fondo, también es parte de The Game, aunque sea quién mejor lo conoce y quién mejor se mueve en él. A diferencia de McNulty, que también es un independiente un tanto desquiciado, Omar no tiene la desventaja de estar atado formalmente a ninguna institución. Forma parte del mundo de la droga, pero las reglas de ese mundo no lo atan a ninguna cadena de mando. Se supondría que esas mismas reglas, sanguinarias, adeptas a la lealtad ciega, vengativas, impedirían la aparición de alguien como Omar, con una excepción: que sea tan cauto, tan inteligente, tan capaz de predecir los movimientos de los otros participantes de “The Game” y al mismo tiempo tan atrevido, tan audaz, tan confiado en su propia habilidad como él.

Omar es una anomalía aún más extraña en el mundo de The Wire porque todo su personaje parece arrancado de un plano de “realidad” más ficcional, del mundo de las películas noir, de la tradición romántica de los ladrones con corazón. Su trayecto a lo largo de la serie es una continua lucha entre su idealización y su arrastre hacia el mundo de lo terrenal y lo “realista” a la manera de The Wire.

En algún momento le preguntan a Omar como hizo para sobrevivir en su línea de trabajo, a lo cual él contesta que “One day at a time, I suppose”. Esa es la primera anomalía de Omar: ¿Cómo carajo hizo para sobrevivir tanto tiempo? La serie nos provee de unas cuantas respuestas: planeando, observando, sin dañar nunca a un civil, sin faltar a su palabra, sin insultar (una promesa a su madre muerta), viviendo según un código y una implacabilidad que le permite robar a un dealer mientras va a comprar Honey Nuts vestido solo con su pijama, sin portar ni un arma.

Pero esa fascinación con Omar lo vuelve un personaje un tanto disociado del universo de The Wire. Es, indudablemente, el único agente libre de la serie. Es el único que puede ir y volver entre policías y narcotraficantes, el único que solo se preocupa por sí mismo, por sus intereses y no por las necesidades de la institución a la que pertenece. Esto, obviamente, tiene un grado de ventaja pero también cuenta con su dosis de desventaja, ya que si bien no tiene que lidiar con la burocracia y los jefes inútiles e insoportables, Omar tampoco tiene la protección que brindan estas instituciones (uno de los rasgos más destacables de The Wire es el modo en que muestra que, para aquellos de la calle, matar a un policía es lo más estúpido que se puede hacer y debe ser evitado a toda costa, a riesgo de que te caiga encima todo el peso de la fuerza en una caza despiadada). Por ello, los compañeros de Omar están muriendo o desapareciendo continuamente: nadie es tan bueno como él, por lo tanto nadie que labure con él puede sobrevivir mucho tiempo.

Omar es un personaje lateral, aleatorio y contingente, mientras que el resto de los personajes de The Wire son jerárquicos y piramidales. Esto es lo que le permite moverse con la libertad con la que se mueve y, sobre todo, joder a los otros personajes de la serie. No le tiene miedo a nadie, ni a Stringer, ni a Marlo, ni a The Bunk. El único momento en que lo vemos pasarlo un poco mal es cuando realiza una breve estadía en la cárcel, pero prontamente zafa de tan incómoda situación. Porque Omar, justamente porque no tiene el comportamiento predador de otros narcotraficantes, inspira una lealtad entre sus pocos allegados que va más allá de los miedos a la presión por parte de aquellos que tienen la sartén por el mango (sobre todo dentro del mundo de las drogas). La característica que divide a Omar del resto de los personajes de la calle es justamente eso: que no es destructor, que no erige su fortuna sobre la desdicha de aquellos con quienes comparte posición económica sino, justamente, a partir de los hombres que si lo hacen. Además, es homosexual, un detalle tratado sin importancia por los creadores y escritores de la serie pero que forma una parte fundamental de su carácter, hasta el punto de que sus amantes son sus mejores compañeros de tropelías. Ese es un rasgo que es visto con resquemor y asco por los otros gangsters y que también marca su separación en el mundo homofóbico de la calle. No hay más que recordar que Marlo manda a matar a un pobre segundón por implicar que se la comía.

Sin embargo, esta es una verdad a medias. Omar, a pesar de que por momentos quieran pintarlo como un Robin Hood, no lo es. Les roba a los dealers y no mata civiles, pero luego esa droga es revendida sin importar hacia adonde circula y el dinero, obviamente, es para él. Esta es otra arista siempre presente en la relación entre la serie y Omar, la tensión que existe entre mitificarlo o pintarlo como un ladronzuelo más o, lo que es peor, como un mega ladrón, un mega acumulador de ganancia, que se aprovecha de los más débiles a través de los grandes vendedores a los que roba.

El trayecto de Omar por The Wire, entonces, es un clásico caso de ascenso-cenit-caída: se inicia en un punto en que él ya es una leyenda para la calle pero en el cual nosotros, los televidentes, no lo conocemos. Todavía tiene que demostrarnos porque es tan temido. Y de ahí se produce un ascenso imparable frente a todos los king-pins de la droga, una continua burla y farsa a sus estructuras cuidadosamente erigidas. Solo lo veremos dudar, como hemos dicho, brevemente en la tercera temporada, luego del asesinato de uno de sus compañeros y una confrontación con The Bunk y brevemente en la cuarta, luego de ser encarcelado por un crimen que no cometió. Pero su conciencia no lo molestará durante demasiado tiempo y dará un golpe espectacular a finales de la cuarta temporada, robándose toda la provisión de heroína y cocaína de Baltimore y re-vendiéndosela a los mismos dealers.

Esta evolución denota algo particular: de todos los personajes de The Wire, Omar es el que más se acerca a un estereotipo del género policial. Es el delincuente con buen corazón, la leyenda del bajo mundo, el ladrón con código. Su retorno y deconstrucción en la quinta temporada, entonces, sirven como correctivo a esa imagen, trayéndolo de vuelta al mundo falible y destructivo de The Wire y, finalmente, reduciendo su estatura mítica a un lugar cotidiano, a un mero número y estadística. No vale la pena explicarles exactamente qué pasa, baste decir que Omar la pasa muy mal, que se encuentra arrinconado contra la pared y que los escritores logran que, contra todo lo que nos ha enseñado la serie, nos pongamos de su lado y hagamos fuerza para que triunfe, para luego sacarnos la alfombra de debajo de los pies y entregarnos uno de los momentos más brutales y devastadores de la serie.

La última escena de Omar en The Wire es de un carácter burlesco, patético y al mismo tiempo porta una emocionalidad visceral que nos recuerda que tanto los creadores como nosotros no pudimos evitar enamorarnos de Omar Little.


Visite Baltimore 02: Avon Barksdale & Stringer Bell.

(Here be spoilers (de los grandes). Beware)

See, the thing is you only got to fuck up once. Be a little slow, be a little late, just once. And how you ain’t gonna never be slow? Never be late? You can’t plan for no shit like this man, it’s life. Yeah. It scares me.

It’s not about what happened. It’s about what you do about what happened. You either play or get played.

Yeah, I ain’t no suit-wearin’ businessman like you. You know I’m just a gangsta, I suppose. And I want my corners.

– Avon Barksdale.

There’s games beyond the fucking game.

This here game is more than the rep you carry, the corner you hold. You gotta be fierce, I know that, but more than that, you gotta show some flex, give and take on both sides.

– Stringer Bell.

A Avon y Stringer no se los puede entender si no se los toma en conjunto. Yo, al principio, no sabía muy bien quién era quién. Cuando comencé a ver la serie y no comprendía muy bien su historia, me parecía que era un tanto lenta, confundía a los actores y pensaba que eran uno solo. Me tomó un tiempo. Pero una vez que sucedió, el encanto de Avon y Stringer se reveló en la manera en que cada uno de ellos no podía subsistir sin el otro, en el modo en que habían llegado a ser los mayores vendedores de drogas de West Baltimore (otro detalle maravilloso de The Wire: la diferencia fundamental en bandas y barrios entre el oeste y el este, una lucha que tiene orígenes inmemoriales y fútiles) gracias a la inteligencia de uno y la ferocidad callejera del otro. Sin embargo, sus objetivos últimos los alejarán irremediablemente.

La historia de Avon y Stringer es, además, la demostración de lo imposible que es cambiar el negocio de las drogas e intentar pacificarlo, el modo en que la violencia contenida desde siempre en ese circuito a punto de estallar todo el tiempo se devora a quienes intentan modificarlo, rechaza una racionalización, su lugar natural son los códigos continuamente más sanguinarios de la calle.

Avon es un flaco de extremidades largas y trucha grande. Parece un luchador hindú capaz de estirar sus brazos y piernas. También parece un jugador de basket. Se mueve con suavidad y pereza, siempre relajado. Pero es el gangster de la dupla, el tipo que se hizo en las calles, el que seguramente primero comenzó en una esquina miserable con unos cuantos hombres y, en virtud de su fiereza comenzó a trepar hasta expandir su negocio para controlar la mayor cantidad del tráfico de drogas de West Baltimore. Sin embargo, nunca vemos ese ascenso (está es una de las virtudes de The Wire: no hay flashbacks, no hay explicaciones que recurran al psicologismo o al pasado de sus personajes, estos existen en la pantalla, y esos minutos de “presente” es todo lo que explican sus acciones). Cuando conocemos a Avon ya es el jefe, el capo, ya no toca droga, no mata a nadie y tiene millones en propiedades inmobiliarias. Siempre se habla de “cuanto se luchó” para conseguir todo esto, pero nunca se lo ve. Lo cual debería ser el primer indicio de que este ciclo está en su fase descendente.

Stringer es un morocho alto de complexión gorilesca que uno se imagina capaz de partir una espina en medio de un ataque de rabia. Siempre parece ligeramente crispado, tenso, moviéndose como un tejón. Siempre anda con las manos anudadas detrás de la espalda, con esa pose de jefe final arrogante y malísimo. Stringer es la cabeza económica de la dupla: el tipo que controla las finanzas, lava el dinero, hace los libros, maneja las fachadas, compra jugadores de basket universitarios para partidos contra los dealers de East Baltimore, ese tipo de cosas. Tampoco maneja droga y apenas armas (creo que no dispara ni una vez en la serie). Pero es maquiavélico. Es el tipo de persona que manda a asesinar al sobrino de su mejor amigo, mientras está en prisión, y por añadidura, mientras se coge a su mujer.

Sin embargo, como The Wire es una serie sobre las facetas de un diamante, dentro del mundillo en el que se mueve, Stringer es una fuerza positiva. Es un reformador social y económico que busca que el mundo de la droga se vuelva más racional, más ordenado, más similar a una economía “capitalista” (porque entiendan que si bien The Wire no defiende al capitalismo de mercado reinante, al que conducen todos los caminos de la decadencia y la entropía, el formato en el que se presenta al sub mundo de la droga es el más cancerígeno: genera más muertos, más cuerpos desechados, más perdidas, penetra y carcome los huesos de quienes lo sostienen y los deja limpios como una bañera bruñida). Stringer organiza a los traficantes, intenta que discutan las cosas como gente racional, centraliza la distribución de la droga, reparte la torta de un modo equitativo. Además, sueña con abandonar el negocio de la droga y ser un inversor respetable, con tener más propiedades y ser un verdadero hombre de negocios.

Stringer, por supuesto, no estaría en esta posición si no fuese gracias a Avon, quién evidentemente permitió, con su violencia, que llegase al poder. Pero Avon también es una fuerza positiva dentro de ese mundo. Avon es un traficante con códigos, de esos que creen que quienes venden no consumen y que la muerte tiene que ser dispensada juiciosamente. De los que creen en la lealtad de y hacia sus soldados.

Todo funciona bien mientras están en la cima, casi no hay derramamiento de sangre, son invisibles para el poder y la justicia… excepto para un policía rompepelotas de ascendencia irlandesa. Y en el momento en que su mundillo de la droga es invadido por las restantes esferas de la sociedad, no hay modo de que los dejen en paz. La investigación policial es también una infección que destruye los planes mejor dispuestos de los reyes de West Baltimore. Y asimismo, el camino hacia la respetabilidad se encuentra congestionado por tiburones que demostrarán a Stringer que podes ser el más grande en tu pecera, pero siempre va a haber estafadores mucho más peligrosos.

A todo esto se le agregará la amenaza interna de una nueva generación de vendedores y kingpins que no reconocen los mismos códigos de la vieja escuela, que están dispuestos a picar carne todo lo que haga falta para llegar a la cima. Y ésta es la punta de lanza que envía a Stringer y Avon hacia una debacle de proporciones griegas, hacia una guerra (porque otra cosa que tiene el reinado Barksdale es que la guerra es una figura casi legal, que tiene sus refugios, sus momentos y sus declaraciones) en la que nadie sale ganando y que se resume en la frase de Avon: “I ain’t no businessman like you. I’m just a gangster, I suppose. And I want my corners!”

La dicotomía básica que proponen Stringer y Avon es entre el comercio y la calle, entre la vía de las esquinas, de los paquetes, de la venta y las pistolas, y la vía de los trajes, de las clases de economía, de las inversiones inmobiliarias, los abogados y el lavado de dinero. El problema es que, de algún modo, su marca de origen los condena a dos destinos posibles: la muerte o la cárcel. La institución de la droga (“The Game”, para todos aquellos que lo habitan) no permite los saltos salvadores y blanqueadores ni el reinado permanente. La institución de la droga presupone siempre que lo más valioso es ella y el dinero que produce por sobre los planes y las estrategias de dos amigos de juventud tan complementarios como opuestos. El final de Avon y Stringer, entonces, parece arrancado de las páginas de un antiguo relato que habla del destino, de las parcas y de los hados indiferentes.


Visite Baltimore 01: Jimmy McNulty

I am fucked. Fucked is me.

Motherfuckers come to me and say, ‘It’s a new day, Jimmy.’ Talkin’ shit about how it’s gonna change. Shit never fuckin’ changes.

I wonder what it feels like to work in a real fucking police department.

– Jimmy McNulty.

Se puede hablar de The Wire sin hablar de Jimmy Mcnulty, pero sería algo similar a describir a un vertebrado sin mencionar su columna.

McNulty aparece en la primera y en la última escena de la serie, ayuda a lanzar la premisa del programa en su conjunto y el final de su arco dramático es el final de la serie en sí. Sin embargo, The Wire es capaz de hacerlo desaparecer durante toda una temporada, o de obscurecer deliberadamente su protagonismo en los primeros momentos. De algún modo pareciera que la serie misma nos dice “podría ser muy buena incluso sin McNulty, su condición dorsal es sólo una concesión a la estructura dramática”.

McNulty es un policía. Un buen policía de ascendencia irlandesa (un resabio de otro tiempo, de una policía que no dejaba entrar negros en una ciudad mayoritariamente poblada por ellos) rompepelotas, borracho, que escucha a los Pogues en su auto espantoso, irresponsable y ocasionalmente genial. La primera vez que lo vemos esta pidiéndole a un juez que le permita armar un equipo de investigación para hacer caer al capo de las drogas Avon Barksdale (que vende en un conjunto de edificios denominado “The Projects”, moles hacinadas con millones de ventanas y patios internos). La última vez que lo vemos lo han echado de “la fuerza” y esta remolcando a un homeless de vuelta a Baltimore. Que les diga esto no es un gran spoiler, ya que desde el primer momento uno sabe que lo único que le puede pasar a McNulty es que finalmente le peguen una buena patada en el orto.

McNulty es el clásico anti-héroe destructivo que esta tan obsesionado con su don, con su gracia, con aquello en lo que es mínimamente bueno, que todo lo que lo rodea se ve obliterado en un caudal de alcohol, egoísmo, mujerzuelas, odio a sí mismo y encanto. Es el “policía que no trabaja según el libro”, obsesionado con los casos, al que observamos luego despertarse con una resaca que dan ganas de arrancarse los ojos (hay un intercambio maravilloso con un policía de uniforme, de los que caminan la calle, en el que McNulty, hablando de resacas, le dice “You ever wake up with a pillow over your face? There’s mornings with a hangover I hold the pillow over my face, just to keep the light out and the pain down” y el policía le contesta: “Me, I just throw up once or twice and go to work”).

Dentro del Baltimore Police Department, McNulty es una célula extraña, un organismo que debe ser expulsado, porque es un buscapleitos, porque agita el bote, porque fastidia enormemente a sus compañeros y superiores. Es un “buen policía” obsesionado con la verdad y la justicia, pero también consigo mismo y con su imagen de héroe trágico. Es incapaz de darse cuenta del momento en que sus acciones lo alienan de sus compañeros y amigos (su frase de cabecera es “What the fuck did I do?”). Es incapaz de domesticarse un poco e intentar efectuar cambios más amplios desde posiciones más elevadas en la “Cadena de Mando” porque lo que le gusta, en el fondo, es la pelea y odiar a los superiores. Nunca ascenderá. Nunca repetirá las consignas oficiales e intentará aumentar las estadísticas de asesinatos resueltos. Es un milagro que haya durado lo que duró. Para las instituciones es un desastre.

Durante el transcurso de la serie lo veremos sumergirse cada vez más en su idea fija, en la persecución de una presa siempre un poco más lejos de su alcance, cada vez más infeliz. Durante el único período de tiempo en el que alcance una dosis de paz, su figura se desdibujará de la pantalla y sus apariciones parecerán transmitidas desde otra galaxia: sin alcohol, sin puteadas, un tipo serio y responsable. La obsesión policial no concuerda con la responsabilidad en el mundo de McNulty.

Dentro del mundo de The Wire, que el último de los policías honestos sea a la vez el último de los policías renegados, es una gran indicación. Sin embargo, McNulty también puede ser un hijo de puta: puede tirarles un muerto (u once) a sus antiguos compañeros, puede manipular escenas del crimen, puede alienar a todos sus aliados, puede insultar y escupir a aquellos escasos superiores que intentan protegerlo.
Parte del encanto de McNulty viene dado por esa condición de “rogue”, de bribón siempre al borde, pero la inteligencia de The Wire es que nos muestra que esos rasgos son también parte de su innegable decadencia y patetismo.

En el mundo de The Wire, McNulty es una especie de pequeñísimo gusano que opera una porción infinitesimal de una manzana mecánica: muy de vez en cuando sus berrinches, con el impulso y el timing adecuado, se amplifican a mayores distancias y alcanzan el espejismo de un cambio real. Él, sin embargo, se ufana, se desgañita, agota toda su energía golpeando la cabeza contra la pared y más de una vez se abre el cráneo intentándolo.


Visite Baltimore: Una Apreciación de The Wire en 14 partes.

But you know what? The shit out there. The city is worse than when I first came on. So what does that say about me? About my life?

– Howard «Bunny» Colvin.

No one wins. One side just loses more slowly.

– Roland «Prez» Pryzbylewski

¿Qué será posible escribir sobre The Wire que no hayan dicho antes mentes más lúcidas? A ésta altura de la vida ya se han escrito riadas de tinta y bites alabando a esta serie. Se ha dicho que es el mejor policial moderno y la mejor serie dramática de todos los tiempos. Se ha dicho que es como la literatura (el recurso de aquellos sin ideas, ¿por qué siempre que hay que enaltecer un arte considerado menor se recurre al recurso de compararlo con la literatura? ¿Acaso no vivimos en una época en la que la literatura está completamente alejada del pulso de la vida moderna? ¿Dónde su maravilloso carácter de lujo sin valor es su mayor virtud?), han dicho que es un análisis punzante y trágico de la manera en que vivimos en las grandes ciudades (punto de vista que comparto: en The Wire no hay finales felices ni héroes simples ni gente altruista que logra rescatar a sus desdichados protagonistas y víctimas. Hay mugre, hay corrupción, hay acciones bien intencionadas que terminan en desastre, hay cadenas de mando lentas que jamás apresan a quienes, ostensiblemente, son sus presas), se ha puntualizado que es una moderna tragedia griega en la cual los hombres son aplastados por dioses sin nombre en la forma de estado, burocracia, iglesia, escuela, organizaciones criminales (esto, de hecho, fue dicho por el mismo David Simon, “creador” y alma mater de la serie). Curiosamente, casi nadie dijo esto mientras estaba siendo transmitida, momento durante el cual no ganó ningún premio e incluso estuvo al borde de la cancelación en varias oportunidades, situación crónica que se decantó en la última temporada, en la cual hubo un recorte del número de episodios, de 12 / 13 a 10.

Sin embargo, y a pesar de toda la alabanza de la crítica, The Wire no es una serie solemne. Tampoco es una serie que apela al mensaje grandilocuente y mucho, muchísimo menos, es una serie aburrida. The Wire es una serie predominantemente triste y “downbeat”, pero, al mismo tiempo enormemente vital, repleta del mejor humor negro, una serie que defiende nuestro derecho a emborracharnos y cantar canciones en medio de las vías del tren, atestada de grandes frases e intercambios que quedan en la cabeza durante meses y años, una serie en que las discusiones filosóficas se mechan de grandiosas puteadas y, sobre todo, una serie donde actores geniales (que probablemente nunca viste antes) encarnan a personajes que están repletos de aristas y de vértices, de puntos de vista y de humanidad y mediante los cuales uno penetra en aquellos mundillos, en esas estructuras que supuestamente son la base última del relato, su trasfondo de crítica social y política y humanista. The Wire funciona porque uno no puede evitar sentirse identificado con sus dealers, sus políticos, sus policías virtuosos pero fallidos o decididamente perdidos, sus niños, sus maestros, sus estibadores y traficantes rusos o griegos.

The Wire, por último, es una serie que produce el deseo evangelizador. O sea, uno la termina de ver y continúa hablando de ella durante meses con sus amigos. Citando frases. Discutiendo momentos claves. Expresando lo mucho que la extraña. The Wire genera la necesidad imperiosa de compartirla, de grabársela a los amigos, de hablarles de lo grandioso que es McNulty o de lo noble que es Bunny Colvin o de lo extrañamente trágico que es Stringer Bell. Por ello, hace muchos meses, decidí unirme a las legiones de cagatintas que han escrito sobre ella e iniciar una gran empresa: 10 Razones Para Hacerse Fan de The Wire, en la cual cada razón es un personaje y cada personaje arroja luz sobre un aspecto de este diamante de mil caras que es la serie y de la sociedad que intenta retratar. Pero el proyecto creció. Serán, finalmente, 14 posteos, contando está introducción.

A lo largo del próximo mes, se encontraran con seres encantadores y abyectos, muchas veces al mismo tiempo, con perdedores hermosos, con triunfadores pírricos, con manipuladores supremos. Espero que lo disfruten y, en caso de que se enganchen, todavía tengo una buena pila de dvds vírgenes para grabarles.

01 – Jimmy Mc Nulty
02 – Avon Barksdale y Stringer Bell
03 – Omar Little
04 – Frank Sobotka
05 – Lester Freamon
06 – Bodie Broadus
07 – Tommy Carcetti / Clay Davies
08 – Reginald «Bubbles» Cousins
09 – Shakima «Kima» Greggs
10 – Howard «Bunny» Colvin
11 – William «Bunk» Moreland
12 – Michael Lee y Duquan «Dukie» Weems
13 – Algunos ausentes