Adiós A Todo Eso.

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(Por supuesto que el post está lleno de spoilers.)

Ayer terminó Mad Men, una de las grandes, grandes series de la reconversión de la televisión hacia un medio “elevado” que puede contar “historias complejas”. La realidad es que, a pesar de lo que digan los fanáticos de las series de televisión (nada más absurdo que “un fanático de las series”, así en abstracto) las realmente grandiosas son un puñado. Me refiero a aquellas cuya estructura dramática y sus personajes se sostienen de principio a fin y que, más importante, construyen un universo posicionado de forma perfecta y equilibrada entre el mundo que están intentando retratar y las obsesiones de su creador. Digo, son series que plantean un fresco histórico-social profundamente estilizado y que dicen algo no solo del período histórico en el cual están situadas sino también de las líneas de fuerza que conectan a sus héroes y villanos a su medio y entre sí. Mad Men es incluso peculiar en ese conjunto por el hecho de que es una serie que no recurre a muchas de las estrategias empleadas por otras para generar tensión. Es una serie que no tiene violencia. Es una serie donde la muerte cumple un rol muy diferente al de un cambio de velocidades dramático e introducción de un shock radical. Es una serie que no está preocupada con la “marginalidad” y los sectores oscuros de la contemporaneidad. Es una serie teñida de anhedonia, hedonismo, melancolía y nostalgia. Es una serie preciosa y conmovedora y acá nos preguntamos porque nos produce ese efecto.

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Bastardos Melancólicos.

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(Contiene spoilers menores. Para una serie que terminó hace 7 años. El título fue robado a un libro de mi amigo José Villafañe, que se puede bajar aquí.)

1. Sociedad.

Esto es quizás una revelación baladí, pero últimamente estuve pensando que las series que realmente valen la pena tienen algo que decir al respecto del concepto de sociedad. Desde una sociedad moderna que aplasta a los hombres mientras gira en un perfecto funcionamiento viciado (The Wire), pasando por una sociedad familiar con sus propias reglas que van en contra de las reglas de la sociedad más amplia (The Sopranos) hasta una sociedad en un punto límite entre la descomposición y la transformación en algo nuevo (Mad Men).

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S.O.B.

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Es ya un lugar común el comparar las series que aparecen en esta época dorada de la televisión con el arte narrativo que dominó la cultura occidental durante los últimos dos siglos: la novela. Como si fuera menos, por ser televisión, o como si dijera menos, por serlo, la crítica se apresura a justificar su enamoramiento hablando de las “grandes novelas televisivas” [1], herederas de las grandes sagas decimonónicas del Realismo pre-Modernista, con su ciclo narrativo claro, familiar y comprensivo.

En gran parte, sino en toda, esto es producto de la naturaleza episódica y periódica de la televisión, que nos devuelve a los seriales, o a la gran era del folletín. Pero vivimos en un mundo post-Lyotard, en el que la narrativa se cuestiona y no es tan clara, en el que dudamos del sentido general de las cosas y dejamos que esta duda traspase las barreras, como un charco en el piso de arriba que termina de desfondar nuestros techos, hasta hacer que dudemos de nosotros mismos, del lugar que ocupamos en el mundo, de nuestras propias narrativas.

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La Única Serie Que Pudo Hacer Que Me Guste el Ballet.

Hace muchas lunas, cuando todavía era un joven que no había experimentado la dureza de este mundo, había una serie que me atrapaba sin saberlo bien por qué. Trataba sobre una familia disfuncional compuesta por una madre soltera, su hija híper inteligente y sus abuelos formales y llenos de manías. Bah, en realidad si sabía porque me gustaba, sin percibirlo del todo (recuerden que era una época pre-entronización de las series como LA forma de ocio semanal y anual de nuestra era): porque estaba condenadamente bien escrita, porque se solazaba en tirar referencias culturales que yo entendía sin que fuesen mero namedropping, sino que procedían de forma orgánica de los personajes y las situaciones en las que se veían inmersos. Siempre, siempre, voy a recordar cuando el noviecito rebelde de la chica en cuestión la llevaba a “la ciudad” para revolver disquerías de vinilos y mostrarle discos de los Pixies. También lo mostraban leyendo “Please Kill Me”, la historia oral del punk que yo todavía no leí pero que en aquel momento me pasé días buscando en Internet en la forma de un pdf.
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Chicas.

Que serie complicada que es “Girls”. Que serie complicada para recomendar. Es una serie tan polarizante que la han llamado “la ‘Louie’ protagonizada por chicas de 25”, y también la “Sex and the City Hipster”. Y no es perfecta ni ahí, y tiene cosas que me gustaron mucho y otras que me parecieron desastrosas, pero igual, puedo decirlo: La banco.

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