Visite Baltimore 02: Avon Barksdale & Stringer Bell.

(Here be spoilers (de los grandes). Beware)

See, the thing is you only got to fuck up once. Be a little slow, be a little late, just once. And how you ain’t gonna never be slow? Never be late? You can’t plan for no shit like this man, it’s life. Yeah. It scares me.

It’s not about what happened. It’s about what you do about what happened. You either play or get played.

Yeah, I ain’t no suit-wearin’ businessman like you. You know I’m just a gangsta, I suppose. And I want my corners.

– Avon Barksdale.

There’s games beyond the fucking game.

This here game is more than the rep you carry, the corner you hold. You gotta be fierce, I know that, but more than that, you gotta show some flex, give and take on both sides.

– Stringer Bell.

A Avon y Stringer no se los puede entender si no se los toma en conjunto. Yo, al principio, no sabía muy bien quién era quién. Cuando comencé a ver la serie y no comprendía muy bien su historia, me parecía que era un tanto lenta, confundía a los actores y pensaba que eran uno solo. Me tomó un tiempo. Pero una vez que sucedió, el encanto de Avon y Stringer se reveló en la manera en que cada uno de ellos no podía subsistir sin el otro, en el modo en que habían llegado a ser los mayores vendedores de drogas de West Baltimore (otro detalle maravilloso de The Wire: la diferencia fundamental en bandas y barrios entre el oeste y el este, una lucha que tiene orígenes inmemoriales y fútiles) gracias a la inteligencia de uno y la ferocidad callejera del otro. Sin embargo, sus objetivos últimos los alejarán irremediablemente.

La historia de Avon y Stringer es, además, la demostración de lo imposible que es cambiar el negocio de las drogas e intentar pacificarlo, el modo en que la violencia contenida desde siempre en ese circuito a punto de estallar todo el tiempo se devora a quienes intentan modificarlo, rechaza una racionalización, su lugar natural son los códigos continuamente más sanguinarios de la calle.

Avon es un flaco de extremidades largas y trucha grande. Parece un luchador hindú capaz de estirar sus brazos y piernas. También parece un jugador de basket. Se mueve con suavidad y pereza, siempre relajado. Pero es el gangster de la dupla, el tipo que se hizo en las calles, el que seguramente primero comenzó en una esquina miserable con unos cuantos hombres y, en virtud de su fiereza comenzó a trepar hasta expandir su negocio para controlar la mayor cantidad del tráfico de drogas de West Baltimore. Sin embargo, nunca vemos ese ascenso (está es una de las virtudes de The Wire: no hay flashbacks, no hay explicaciones que recurran al psicologismo o al pasado de sus personajes, estos existen en la pantalla, y esos minutos de “presente” es todo lo que explican sus acciones). Cuando conocemos a Avon ya es el jefe, el capo, ya no toca droga, no mata a nadie y tiene millones en propiedades inmobiliarias. Siempre se habla de “cuanto se luchó” para conseguir todo esto, pero nunca se lo ve. Lo cual debería ser el primer indicio de que este ciclo está en su fase descendente.

Stringer es un morocho alto de complexión gorilesca que uno se imagina capaz de partir una espina en medio de un ataque de rabia. Siempre parece ligeramente crispado, tenso, moviéndose como un tejón. Siempre anda con las manos anudadas detrás de la espalda, con esa pose de jefe final arrogante y malísimo. Stringer es la cabeza económica de la dupla: el tipo que controla las finanzas, lava el dinero, hace los libros, maneja las fachadas, compra jugadores de basket universitarios para partidos contra los dealers de East Baltimore, ese tipo de cosas. Tampoco maneja droga y apenas armas (creo que no dispara ni una vez en la serie). Pero es maquiavélico. Es el tipo de persona que manda a asesinar al sobrino de su mejor amigo, mientras está en prisión, y por añadidura, mientras se coge a su mujer.

Sin embargo, como The Wire es una serie sobre las facetas de un diamante, dentro del mundillo en el que se mueve, Stringer es una fuerza positiva. Es un reformador social y económico que busca que el mundo de la droga se vuelva más racional, más ordenado, más similar a una economía “capitalista” (porque entiendan que si bien The Wire no defiende al capitalismo de mercado reinante, al que conducen todos los caminos de la decadencia y la entropía, el formato en el que se presenta al sub mundo de la droga es el más cancerígeno: genera más muertos, más cuerpos desechados, más perdidas, penetra y carcome los huesos de quienes lo sostienen y los deja limpios como una bañera bruñida). Stringer organiza a los traficantes, intenta que discutan las cosas como gente racional, centraliza la distribución de la droga, reparte la torta de un modo equitativo. Además, sueña con abandonar el negocio de la droga y ser un inversor respetable, con tener más propiedades y ser un verdadero hombre de negocios.

Stringer, por supuesto, no estaría en esta posición si no fuese gracias a Avon, quién evidentemente permitió, con su violencia, que llegase al poder. Pero Avon también es una fuerza positiva dentro de ese mundo. Avon es un traficante con códigos, de esos que creen que quienes venden no consumen y que la muerte tiene que ser dispensada juiciosamente. De los que creen en la lealtad de y hacia sus soldados.

Todo funciona bien mientras están en la cima, casi no hay derramamiento de sangre, son invisibles para el poder y la justicia… excepto para un policía rompepelotas de ascendencia irlandesa. Y en el momento en que su mundillo de la droga es invadido por las restantes esferas de la sociedad, no hay modo de que los dejen en paz. La investigación policial es también una infección que destruye los planes mejor dispuestos de los reyes de West Baltimore. Y asimismo, el camino hacia la respetabilidad se encuentra congestionado por tiburones que demostrarán a Stringer que podes ser el más grande en tu pecera, pero siempre va a haber estafadores mucho más peligrosos.

A todo esto se le agregará la amenaza interna de una nueva generación de vendedores y kingpins que no reconocen los mismos códigos de la vieja escuela, que están dispuestos a picar carne todo lo que haga falta para llegar a la cima. Y ésta es la punta de lanza que envía a Stringer y Avon hacia una debacle de proporciones griegas, hacia una guerra (porque otra cosa que tiene el reinado Barksdale es que la guerra es una figura casi legal, que tiene sus refugios, sus momentos y sus declaraciones) en la que nadie sale ganando y que se resume en la frase de Avon: “I ain’t no businessman like you. I’m just a gangster, I suppose. And I want my corners!”

La dicotomía básica que proponen Stringer y Avon es entre el comercio y la calle, entre la vía de las esquinas, de los paquetes, de la venta y las pistolas, y la vía de los trajes, de las clases de economía, de las inversiones inmobiliarias, los abogados y el lavado de dinero. El problema es que, de algún modo, su marca de origen los condena a dos destinos posibles: la muerte o la cárcel. La institución de la droga (“The Game”, para todos aquellos que lo habitan) no permite los saltos salvadores y blanqueadores ni el reinado permanente. La institución de la droga presupone siempre que lo más valioso es ella y el dinero que produce por sobre los planes y las estrategias de dos amigos de juventud tan complementarios como opuestos. El final de Avon y Stringer, entonces, parece arrancado de las páginas de un antiguo relato que habla del destino, de las parcas y de los hados indiferentes.


Visite Baltimore 01: Jimmy McNulty

I am fucked. Fucked is me.

Motherfuckers come to me and say, ‘It’s a new day, Jimmy.’ Talkin’ shit about how it’s gonna change. Shit never fuckin’ changes.

I wonder what it feels like to work in a real fucking police department.

– Jimmy McNulty.

Se puede hablar de The Wire sin hablar de Jimmy Mcnulty, pero sería algo similar a describir a un vertebrado sin mencionar su columna.

McNulty aparece en la primera y en la última escena de la serie, ayuda a lanzar la premisa del programa en su conjunto y el final de su arco dramático es el final de la serie en sí. Sin embargo, The Wire es capaz de hacerlo desaparecer durante toda una temporada, o de obscurecer deliberadamente su protagonismo en los primeros momentos. De algún modo pareciera que la serie misma nos dice “podría ser muy buena incluso sin McNulty, su condición dorsal es sólo una concesión a la estructura dramática”.

McNulty es un policía. Un buen policía de ascendencia irlandesa (un resabio de otro tiempo, de una policía que no dejaba entrar negros en una ciudad mayoritariamente poblada por ellos) rompepelotas, borracho, que escucha a los Pogues en su auto espantoso, irresponsable y ocasionalmente genial. La primera vez que lo vemos esta pidiéndole a un juez que le permita armar un equipo de investigación para hacer caer al capo de las drogas Avon Barksdale (que vende en un conjunto de edificios denominado “The Projects”, moles hacinadas con millones de ventanas y patios internos). La última vez que lo vemos lo han echado de “la fuerza” y esta remolcando a un homeless de vuelta a Baltimore. Que les diga esto no es un gran spoiler, ya que desde el primer momento uno sabe que lo único que le puede pasar a McNulty es que finalmente le peguen una buena patada en el orto.

McNulty es el clásico anti-héroe destructivo que esta tan obsesionado con su don, con su gracia, con aquello en lo que es mínimamente bueno, que todo lo que lo rodea se ve obliterado en un caudal de alcohol, egoísmo, mujerzuelas, odio a sí mismo y encanto. Es el “policía que no trabaja según el libro”, obsesionado con los casos, al que observamos luego despertarse con una resaca que dan ganas de arrancarse los ojos (hay un intercambio maravilloso con un policía de uniforme, de los que caminan la calle, en el que McNulty, hablando de resacas, le dice “You ever wake up with a pillow over your face? There’s mornings with a hangover I hold the pillow over my face, just to keep the light out and the pain down” y el policía le contesta: “Me, I just throw up once or twice and go to work”).

Dentro del Baltimore Police Department, McNulty es una célula extraña, un organismo que debe ser expulsado, porque es un buscapleitos, porque agita el bote, porque fastidia enormemente a sus compañeros y superiores. Es un “buen policía” obsesionado con la verdad y la justicia, pero también consigo mismo y con su imagen de héroe trágico. Es incapaz de darse cuenta del momento en que sus acciones lo alienan de sus compañeros y amigos (su frase de cabecera es “What the fuck did I do?”). Es incapaz de domesticarse un poco e intentar efectuar cambios más amplios desde posiciones más elevadas en la “Cadena de Mando” porque lo que le gusta, en el fondo, es la pelea y odiar a los superiores. Nunca ascenderá. Nunca repetirá las consignas oficiales e intentará aumentar las estadísticas de asesinatos resueltos. Es un milagro que haya durado lo que duró. Para las instituciones es un desastre.

Durante el transcurso de la serie lo veremos sumergirse cada vez más en su idea fija, en la persecución de una presa siempre un poco más lejos de su alcance, cada vez más infeliz. Durante el único período de tiempo en el que alcance una dosis de paz, su figura se desdibujará de la pantalla y sus apariciones parecerán transmitidas desde otra galaxia: sin alcohol, sin puteadas, un tipo serio y responsable. La obsesión policial no concuerda con la responsabilidad en el mundo de McNulty.

Dentro del mundo de The Wire, que el último de los policías honestos sea a la vez el último de los policías renegados, es una gran indicación. Sin embargo, McNulty también puede ser un hijo de puta: puede tirarles un muerto (u once) a sus antiguos compañeros, puede manipular escenas del crimen, puede alienar a todos sus aliados, puede insultar y escupir a aquellos escasos superiores que intentan protegerlo.
Parte del encanto de McNulty viene dado por esa condición de “rogue”, de bribón siempre al borde, pero la inteligencia de The Wire es que nos muestra que esos rasgos son también parte de su innegable decadencia y patetismo.

En el mundo de The Wire, McNulty es una especie de pequeñísimo gusano que opera una porción infinitesimal de una manzana mecánica: muy de vez en cuando sus berrinches, con el impulso y el timing adecuado, se amplifican a mayores distancias y alcanzan el espejismo de un cambio real. Él, sin embargo, se ufana, se desgañita, agota toda su energía golpeando la cabeza contra la pared y más de una vez se abre el cráneo intentándolo.


Visite Baltimore: Una Apreciación de The Wire en 14 partes.

But you know what? The shit out there. The city is worse than when I first came on. So what does that say about me? About my life?

– Howard «Bunny» Colvin.

No one wins. One side just loses more slowly.

– Roland «Prez» Pryzbylewski

¿Qué será posible escribir sobre The Wire que no hayan dicho antes mentes más lúcidas? A ésta altura de la vida ya se han escrito riadas de tinta y bites alabando a esta serie. Se ha dicho que es el mejor policial moderno y la mejor serie dramática de todos los tiempos. Se ha dicho que es como la literatura (el recurso de aquellos sin ideas, ¿por qué siempre que hay que enaltecer un arte considerado menor se recurre al recurso de compararlo con la literatura? ¿Acaso no vivimos en una época en la que la literatura está completamente alejada del pulso de la vida moderna? ¿Dónde su maravilloso carácter de lujo sin valor es su mayor virtud?), han dicho que es un análisis punzante y trágico de la manera en que vivimos en las grandes ciudades (punto de vista que comparto: en The Wire no hay finales felices ni héroes simples ni gente altruista que logra rescatar a sus desdichados protagonistas y víctimas. Hay mugre, hay corrupción, hay acciones bien intencionadas que terminan en desastre, hay cadenas de mando lentas que jamás apresan a quienes, ostensiblemente, son sus presas), se ha puntualizado que es una moderna tragedia griega en la cual los hombres son aplastados por dioses sin nombre en la forma de estado, burocracia, iglesia, escuela, organizaciones criminales (esto, de hecho, fue dicho por el mismo David Simon, “creador” y alma mater de la serie). Curiosamente, casi nadie dijo esto mientras estaba siendo transmitida, momento durante el cual no ganó ningún premio e incluso estuvo al borde de la cancelación en varias oportunidades, situación crónica que se decantó en la última temporada, en la cual hubo un recorte del número de episodios, de 12 / 13 a 10.

Sin embargo, y a pesar de toda la alabanza de la crítica, The Wire no es una serie solemne. Tampoco es una serie que apela al mensaje grandilocuente y mucho, muchísimo menos, es una serie aburrida. The Wire es una serie predominantemente triste y “downbeat”, pero, al mismo tiempo enormemente vital, repleta del mejor humor negro, una serie que defiende nuestro derecho a emborracharnos y cantar canciones en medio de las vías del tren, atestada de grandes frases e intercambios que quedan en la cabeza durante meses y años, una serie en que las discusiones filosóficas se mechan de grandiosas puteadas y, sobre todo, una serie donde actores geniales (que probablemente nunca viste antes) encarnan a personajes que están repletos de aristas y de vértices, de puntos de vista y de humanidad y mediante los cuales uno penetra en aquellos mundillos, en esas estructuras que supuestamente son la base última del relato, su trasfondo de crítica social y política y humanista. The Wire funciona porque uno no puede evitar sentirse identificado con sus dealers, sus políticos, sus policías virtuosos pero fallidos o decididamente perdidos, sus niños, sus maestros, sus estibadores y traficantes rusos o griegos.

The Wire, por último, es una serie que produce el deseo evangelizador. O sea, uno la termina de ver y continúa hablando de ella durante meses con sus amigos. Citando frases. Discutiendo momentos claves. Expresando lo mucho que la extraña. The Wire genera la necesidad imperiosa de compartirla, de grabársela a los amigos, de hablarles de lo grandioso que es McNulty o de lo noble que es Bunny Colvin o de lo extrañamente trágico que es Stringer Bell. Por ello, hace muchos meses, decidí unirme a las legiones de cagatintas que han escrito sobre ella e iniciar una gran empresa: 10 Razones Para Hacerse Fan de The Wire, en la cual cada razón es un personaje y cada personaje arroja luz sobre un aspecto de este diamante de mil caras que es la serie y de la sociedad que intenta retratar. Pero el proyecto creció. Serán, finalmente, 14 posteos, contando está introducción.

A lo largo del próximo mes, se encontraran con seres encantadores y abyectos, muchas veces al mismo tiempo, con perdedores hermosos, con triunfadores pírricos, con manipuladores supremos. Espero que lo disfruten y, en caso de que se enganchen, todavía tengo una buena pila de dvds vírgenes para grabarles.

01 – Jimmy Mc Nulty
02 – Avon Barksdale y Stringer Bell
03 – Omar Little
04 – Frank Sobotka
05 – Lester Freamon
06 – Bodie Broadus
07 – Tommy Carcetti / Clay Davies
08 – Reginald «Bubbles» Cousins
09 – Shakima «Kima» Greggs
10 – Howard «Bunny» Colvin
11 – William «Bunk» Moreland
12 – Michael Lee y Duquan «Dukie» Weems
13 – Algunos ausentes


El Puro Rock.

In addition to Piano’s capriciousness, the band had to deal with the remnants of the once-proud New York Dolls. Thunders, Nolan, and occasionally Arthur Kane were always down in the basement, jamming, and usually shooting up. (“The place was too much of a dump for David Johansen to hang there,” Peter notes) One night, Lenny sat behind his drum kit ready to rehearse when he noticed something peculiar. “I looked down and I thought there was paint on my drums, and then I realized that it was dried, caked-up blood! All over the skin, all over the side of the drums. Jerry Nolan had jabbed himself with a carpet tack because they didn’t have any hypodermics in the house.” (Lenny inadvertently took revenge. There was no bathroom in the basement, and he would regularly urinate in a glass bottle that, unbeknownst to him, Thunders and Nolan were also using to cook their dope in. The fluids would not mix kindly.)

(De Sweat. The Story Of The Fleshtones, America’s Garage Band, de Joe Bonomo, del capítulo que describe sus inicios en New York)


La Dura Vida De Una Celebridad de Internet.

Fluxblog is a corrupt murder investigation created and updated by Detective Inspector Matthew Perpetua.
The investigation began in July 2002 and began to intimidate terrified part-time labourers with learning difficulties into confessing to terrorist atrocities and mass murders at the end of that year. Two gruelling interviews-cum-torture-sessions of naked, crying men are conducted behind closed doors each day, together with questionable forensic evidence obtained from corrupt scientists, threats of harm to the suspect’s family and encouragement to add a scrawled signature to a piece of paper reading «IT WAS ME WHAT DONE THE MURDERS».
Media sources have cited Fluxblog as a key influence in continuing the work pioneered by the West Yorkshire and West Midlands Police in the 1970s.[1][2][3] According to Rolling Stone, «Fluxblog is the training manual for any police force looking to expedite the speedy, headline grabbing conviction of a developmentally disabled teenager»,[4] and an article in The Guardian stated that Fluxblog «is acknowledged as a pioneer of MP3 blogging.»[5], which is par for the fucking course, frankly. Fluxblog was reviewed positively in The New York Times.[6]
Experts anticipate that a public inquiry will overturn several convictions but clear Fluxblog of any wrongdoing in 2018.

Al pobre de Matthew Perpetua le cambian la entrada en Wikipedia de Fluxblog casi diariamente. Lo peor de todo es que la gracia comienza en el 2005 y se mantiene hasta el día de hoy, y que los muy guachos de wikipedia te muestran todas las versiones en orden cronológico.