Visite Baltimore 07: Tommy Carcetti / Clay Davis.
– SHIEEEEEEEEEEEEEEEET!
– Let me tell you something: my neck of the woods, it’s a jungle out there. Everybody living hand to mouth, improvisin’, hustlin’, makin’ do with as little as you can imagine. Man, that tv show, Survivor? Man, they want some good contestants, they need to come around west side. Folks I know, we’ll do great on that show, practice every day of our lives. (…)
Let me tell you somethin’ brother, I don’t how they do it out in Rowland Park, maybe prosecutor Obonda can enlight me on that, but my world is strictly cash and carry and I am Clay Davis. My people need me and they know where to find me. Let me tell you brother, I step up the dough, hit the corner of Mojo and Pennsylvania, you better believe my pockets are bulging, but by the time I get to Robert Street (gets up, turns pockets inside out, empty).
(…)
And if a jury of my peers, you all, deem it right and true for me to walk out of here upright and justified, I’m not gonna lie to you, I am gonna do the same damn thing tomorrow, and the day after that and the day after that until they got me laid out at Marchs’ Funeral Home and truck me off to Mount Albert.
– Clay Davis.
– Yummy, my first bowl of shit.
– It’s Baltimore…..no one lives forever.
– I still wake up white in a city that ain’t.
– Tommy Carcetti.
Tommy Carcetti es el joven concejal, blanquísimo y jovencísimo en una ciudad mayoritariamente negra y cayéndose a pedazos, que se propone ser alcalde y cambiar las cosas. Clay Davis es el senador por el estado de Maryland con cara de pimp de los setenta, empapado por la corrupción. Carcetti se cree el salvador de la ciudad, el hombre providencial que viene a hacer una gestión honesta y recta. Clay Davis es el político más sucio y oscuro del Atlántico Norte, el tipo con la lengua más plateada del mundo. Sin embargo, son uno y lo mismo en el infinito y cambiante mundo de la política de The Wire. Son dos caras de la misma moneda porque ambos pertenecen a la misma maquinaria política y, en última instancia, su única función es perpetuarla.
The Wire probablemente se pone en evidencia en cuanto a donde están sus simpatías porque desde el principio Clay Davis nos cae mejor que Carcetti. Carcetti parece un muchacho progre con culpa, un tipo preocupado e interesado, pero también un espantajo, un figurón sin demasiadas ideas sobre política. Davies, en cambio, pertenece a una estirpe de políticos que, si bien no son eficientes ni probos, al menos son efectivos como seres preocupados por su supervivencia, y nos caen bien por su inimputabilidad, su completa falta de escrúpulos y su habilidad para moverse en ese territorio de hienas. Es un político corrupto, un demagogo, un charlatán, pero fascinante en su conocimiento de las maniobras políticas necesarias para ser a la vez un hábil cobrador de diezmos y estafas y un héroe de la gente y del pueblo. Es notorio que sea casi el único personaje de The Wire con catch-phrase, con muletilla, algo que hace que sea mucho más querible y recordable.
Quizás la diferencia está dada porque Clay Davis es un gran actor, un tipo que ha aprendido que la política es sobre todo gestos y ademanes y sonrisas y apretones de manos y de dinero. Que mientras sepas hacer circular este precioso bien entre unas cuantas manos selectas, entonces no hace falta, realmente, lograr nada en el mundo “real” de la política. Mientras tanto, Carcetti es un político que está aprendiendo a actuar, cuyo traje le queda, aún, muy grande. Lo notamos en sus discursos de indignación más actuada que sentida, en sus caras duras, en su falsa moral impoluta. Su reticencia a jugar el juego político con toda la furia (o sea, con un grado de corrupción, de prebenda y de prepotencia, de PODER) en el fondo lo hacen parecer como un niño, un idealista, un inocentón sin la dosis de manipulación, labia y bilis para triunfar realmente en la práctica más peligrosa de todas.
En términos de su posición estructural, entonces, Clay Davies es casi, casi, un agente libre, solo que perfectamente congraciado con la estructura. Llegó allí gracias a ella y continua allí gracias a ella, pero en el seno de la bestia hace solo lo que quiere y ambiciona. Es un perfecto egoísta que ha entendido que la estructura es más útil si se la aprovecha que en su contra. Lo que Davis ilustra es que en el juego de la política no importa realmente lo que haces, si no tu valor simbólico, tu capital. En realidad, la política es el intercambio de lo inexistente, y el valor último y máximo son tus seguidores. Por eso es que Davis puede “apoyar” a Clarence Royce, el alcalde saliente, cuando Carcetti va por su puesto, solo apareciendo y agitando un poco las manos. Por eso es que, cuando se le viene el juicio político encima y todos lo abandonan, su único poder es su imagen y lo despliega con suprema habilidad. Por eso es que jamás lo vemos inaugurando algo, ni impulsando ninguna ley, solo conspirando y tejemanejando en las sombras. La política es un organismo (como todos en The Wire) al solo le interesa su propia preservación y Davis le sirve porque es el corpúsculo que permite que subsista la creencia en ella, la fe en el hombre providencial, en el político que está un escalón por encima del resto de la población pero tiene la capacidad de cambiar sus vidas.
Si Clay Davis demuestra que el hombre, el político, realmente no necesita de la política concreta para existir, Carcetti demuestra que la política realmente no necesita al hombre. O sea, Carcetti es un “corazón sangrante” con el ego grande que siente, en principio, que la única manera de tener éxito y cambiar las cosas es tener más poder, que escalando la cadena de mando podrá tener más libertad, postular y hacer aprobar mejores propuestas, implementar verdadero cambio. Pero siempre sentimos que hay algo en su postura que no es completamente sincero, que en gran medida está diseñada para aplacar su ego y su complejo de salvador exacerbado. Quizás en esta dicotomía de su carácter se encuentra el motivo por el cual me parece uno de los personajes, en cuanto a emotividad, menos atractivos de la serie. Es estructuralmente importante, pero no recuerdo un momento en que su personalidad me haya conmovido. Es importante porque una vez que Carcetti logra su objetivo primario, se da cuenta de que sigue teniendo alguien a quién responder: el Gobernador de Maryland, y que la política es una estructura de cajas chinas en donde nunca vas a estar en la cima de la montaña y todo gira alrededor del compromiso. Entonces tiene que comenzar a pensar en postularse para gobernador. Carcetti nunca realizará un cambio real porque está atrapado dentro de ese sistema que le hace correr cual hámster en una rueda con un objetivo cada vez más lejano. El hecho de que se deje atrapar demuestra que tampoco tiene la voluntad de cambio: no será un ladrón pero tampoco puede escapar a la lógica del sistema y en lo primero en lo que piensa es en huir hacia adelante.
Lo que The Wire parece decirnos con estos personajes es que la política ha perdido la capacidad para ayudarnos y mejorar nuestras vidas, que solo se preocupa por sí misma y funciona como una vía excelente para el enriquecimiento de aquellos más inescrupulosos, como una perfecta extensión del capitalismo desbocado que penetra en todos los orbes sociales.
Ambos hombres tienen talento para la política, ese curioso sector de la actividad humana (y The Wire cree que para triunfar en la política si hay que tener un talento especial) que consiste en venderse a uno mismo y ser el mejor negociador frente a una multiplicidad de seres humanos. Seguramente ambos sigan siendo políticos a largo plazo, pero uno de ellos terminara decepcionado o con una percepción falsa de su propia importancia, vanagloriándose de los mínimos triunfos que logró, mientras que el otro probablemente termine sus días como un gordo y feliz millonario, al que intentaron juzgar miles de veces pero nunca lograron atrapar. No es difícil saber quién es quién.
Visite Baltimore 06: Bodie Broadus.
Bodie: He’s a cold motherfucker.
Poot: It’s a cold world Bodie.
Bodie: Thought you said it was getting warmer.
Poot: The world goin’ one way, people another yo’
I feel old. I been out there since I was 13. I ain’t never fucked up a count, never stole off a package, never did some shit that I wasn’t told to do. I been straight up. But what come back? Hmm? You’d think if I get jammed up on some shit they’d be like, «A’ight, yeah. Bodie been there. Bodie hang tough. We got his pay lawyer. We got a bail.» They want me to stand with them, right? But where the fuck they at when they supposed to be standing by us? I mean, when shit goes bad and there’s hell to pay, where they at? This game is rigged, man. We like the little bitches on a chessboard.
– Bodie Broadus.
Bodie es uno de esos personajes que The Wire al principio te muestra con distancia y hasta desprecio y que, con el correr de los episodios y las temporadas, finalmente se revela como uno de los más encantadores y sinceros, como uno de los pobres seres de la serie a quién más cariño le tomás.
Bodie es un vendedor de droga de poca monta en la organización de Avon y Stringer. Cuando lo conocemos, está metido en The Projects, esos bloques gigantescos de edificios que los dos capos han luchado tanto por conseguir, moles que parecen pedazos de madera en descomposición ahuecados por las hormigas, llenas de gente, ropa, cartón, colchones, bolsas de plástico y droga. Bajo la mirada atenta de D’Angelo Barksdale, el sobrino de Avon, eternamente sentados en el destartalado sillón rojo que es su base de operaciones, Bodie aprende en todas las materias que tienen que ver con el tráfico de drogas: a quién vendérsela, a quién no, como cuidar a tus soldados, como descubrir quién te está engañando o hablando con la pasma, de qué manera dividir el excedente, como evitar terminar tras las rejas.
Bodie es un aprendiz rápido y voluntarioso y pronto esta escapándose de institutos correccionales sin tirar ni una piña, sin levantar ni una sospecha. Y a medida que avanza la temporada, uno nota que a Bodie le van dando cada vez mayores responsabilidades hasta que hacia el final, bajo las ordenes de Stringer, comete el peor acto atroz y traicionero: el asesinato de uno de sus mejores amigos, compañero de sillón, quién estaba hablando con la policía (porque en The Wire uno siempre “habla” con la policía, la transgresión más atroz dentro del mundo de la droga, que garantiza la muerte, está tipificada con una palabra vulgar e intrascendente). Ante este acto abyecto, el jovencito con cara de avispado, contestaciones rápidas y miradas desconfiadas y compradoras, se transforma en un pobre matón de poca monta, sin códigos.
Pero, por suerte, la serie sigue y Bodie sigue en ella y, a medida, que lo observamos en el cambiante negocio de Avon, nos damos cuenta de que nuestra primera impresión es correcta y que Bodie, antes que un matón sin corazón, es un joven inteligente y leal, quizás demasiado leal, que sabe que el mundo de la calle es el único posible para él pero que se mueve por el mismo con los códigos y las reglas de la vieja escuela, con la idea de que tu pandilla es el único sucedáneo para la familia real y todas las otras estructuras sociales que terminan decepcionándote.
Porque a medida que avanza la serie y la estructura de poder Barksdale se va derrumbando notamos que Bodie nunca ascenderá, que siempre será un mero soldado, un peón en el gran juego del poder, pero también nos damos cuenta de que no es un asesino. No realmente. Creo que nunca mata a nadie más en toda la serie, su único otro tiroteo un ejercicio de ineptitud que demuestra que contraproducente es poner en manos de jóvenes la violencia del tráfico de drogas. Durante la segunda y tercera temporada (junto con su amigo de toda la vida Poot, más interesado en las mujeres que en el negocio) es casi un comic relief o un amable pensador de la calle, un soldado al que le encargan tareas absurdas o que se queda filosofando en la esquina, bajo el sol abrasador o el frio nevado, con su hoodie, sentado en las escalinatas de esas casas que antes eran símbolos de clase media y ahora son el refugio de los vendedores.
Pero al mismo tiempo, imperceptiblemente, notamos a un tipo cuyo mundo se va haciendo cada vez más pequeño y a quien lo va cercando una callada desesperación al notar que un modo de vida, al que entregó todo, va llegando a su fin.
Por algo el mejor momento, el más tranquilo de Bodie es en Hamsterdam, el experimento en legalización controlado de drogas de Bunny Colvin. Porque es esencialmente un buen tipo al que le gustaría seguir haciendo eso que hace (o sea, vender droga) pero sin la violencia, sin la lucha continua, solo un trabajo que te permite no hacer nada todo el día y disfrutar del sol y el viento en la cara.
Son las condiciones cambiantes de este negocio, la aparición brutal de Marlo en escena, lo que hace que Bodie se vea tan disminuido, tan triste, tan acorralado en la cuarta temporada. Los matones de Marlo lo ningunean, le van eliminando los amigos, lo tratan como a un pelotudo de cuarta (lo cual, en cierta manera y sin el amparo de la organización Barksdale, es). Una vez un amigo me dijo: “La cuarta temporada es una maravilla, hay tanta violencia y uno se la pasa en la escuela”. Si algo impregna a ésta es una sensación muy palpable de “dread”, de “todo esto va a terminar muy mal”, de que ahora los psicópatas están controlando el juego.
A lo largo de ésta temporada Bodie abandona progresivamente su lugar de bufón para pasar a ser una especie de coro griego, inexpugnablemente mezclado en la acción, pero también distanciado en espíritu y relegado a los márgenes. Abandonado por sus antiguos jefes, con todo su sistema de soporte hecho trizas, sus colaboradores desaparecidos a diestra y siniestra, por motivos ridículos y minúsculos, que exacerban el instinto predador y la cualidad tiburonesca del negocio de la droga, observa como el sistema gansteril que antes se suponía que lo cuidaba ahora carcome y destruye (o, en realidad, favorece a nuevas figuras y lo condena por pertenecer al pasado, el negocio de la droga es incapaz de evolución porque es incapaz de concatenar generaciones, cada una destruye a la anterior).
Bodie es un hombre leal, inteligente e instruido en los códigos de la calle que, sin embargo, termina siendo un organismo extraño dentro del mismo ambiente que lo ayudó a desarrollarse, del único en el que logro ser algo bueno, algo decente. The Wire, a pesar de todo esto, le provee de una última dignidad, una última victoria, en su escena final. Pero es una victoria amarga, nimia, pírrica hasta el extremo del llano.
Visite Baltimore 05: Lester Freamon.
You follow drugs, you get drug addicts and drug dealers. But you start to follow the money… and you don’t know where the fuck is going to take you.
When you show who gets paid, behind all the tragedy and the fraud. When you show how the money routes itself, how we’re all of us vested, all of us complicit… baby, I could die happy.
I don’t wanna go to no dance unless I can rub some tit.
You’d be surprised what you can get done when no one is looking over your shoulder.
– Lester Freamon.
Ah… Lester, Lester, Lester. El más irreductible policía cabeza dura. Y el más encantador, el más suave, el más elegante. Lester es la evolución natural de McNulty, su futuro yo. Ambos tienen demasiado en común.
Cuando vemos a Freamon por primera vez es como parte del escuadrón cochambroso que logra extirpar McNulty a un juez y sus superiores para cazar a Avon y Stringer. Freamon parece, como el resto del equipo, un perdedor, un inútil, un ridículo. Viene de la división de empeños, un trabajo de mierda, de escritorio, donde sencillamente escribía lo que los policías encontraban en las casas de empeño. Se sienta todo el día armando pequeños muebles para casas de muñecas, imperturbable, parco, la viva imagen del policía ñoqui. Pero a medida que ve que lo de McNulty va en serio y observa el fuego en la barriga del loco irlandés, comienzan a pespuntar gestos de una verdadera brillantez: encuentra una foto, inhallable, de Barksdale, consigue el número de pager de D’Angelo Barksdale, el sobrino y puntero importante de Avon. Y, de pronto, McNulty observa que ese sujeto que había estado atado a un laburo de escritorio durante 13 años (y cuatro meses) algo real y verdadero. Y luego, azuzado por Bunk, que le dice que era “real police” logra reunirse con él e intercambiar historias.
Freamon cuenta: en el 89, desesperado por cerrar un caso de homicidio, acusó a una persona con conexiones políticas dentro de la policía para conseguir su testimonio. El caso se cerró, pero Lester fue castigado igualmente y enviado al ostracismo. Su actividad como constructor de ridículos muebles en madera procede de su soberano aburrimiento en esa unidad y de su incapacidad para realizar “verdadero trabajo policial”. Y resulta que gana más dinero con eso que como agente. Entonces, le dice a McNulty: “cuando todo esto termine te van a preguntar: “¿Adonde no querés ir a parar?” y más vale que contestes adonde QUERÉS ir, porque ahí es donde te van a exiliar”.
Lester es McNulty pero con 13 años (y cuatro meses) de aburrimiento. O sea un McNulty más templado, tranquilo, aburrido, cínico y despreocupado. Un Jimmy que ha visto lo peor que le pueden hacer a un policía decidido a hacer todo lo posible para perseguir un caso. Además, Lester tiene una cosa que McNulty no tiene: su currito particular que lo libera de la policía, lo cual le da la libertad y la arrogancia de hacerse el súper policía y no preocuparse por las consecuencias de sus acciones y sus investigaciones.
Por otro lado, Freamon observa el trabajo policial como una competencia por ver quién es el más inteligente. Freamon es un verdadero detective, en el sentido más puro de la palabra: un tipo al que le interesa la investigación por sobre todas las cosas, seguir las pistas, reconstruir el “camino del papel”, saber más sobre su presa de lo que nadie supo antes, analizar cantidades ingentes de información. Y es allí donde radica su particularidad y su obsesión y donde su modo de concebir el trabajo policial difiere en tareas pero comuna en espíritu con la idea de McNulty: éste es más pasional e intuitivo, un policía de la escena del crimen y de la calle, Freamon es puro seso y cálculo, un policía del archivo y el escritorio, pero a ambos solo les interesa resolver el caso y demostrar que son los mejores.
Freamon, dentro de la estructura policiaca, es un paria tan grande como Jimmy, un tipo incontrolable e individualista que jamás puede acatar órdenes o respetar la cadena de mando. Pero, a diferencia de McNulty, Freamon es también un maestro, alguien capaz de transmitir su evangelio de la buena investigación a las próximas generaciones y de dejar nuevos gusanos esperando el momento adecuado. El caso más notorio de esta práctica es el de Roland «Prez» Pryzbylewski, que comienza la serie siendo un inútil, violento e incompetente policía que, sin embargo, alberga dentro suyo un buen corazón y potencial para mejorar. Y gracias en gran parte a la influencia de Lester, que lo toma bajo su ala y le enseña su habilidad en el manejo de las investigaciones policiales, se vuelve un excelente detective del papel, un tipo de esos que puede llevar una investigación hacia el dinero, más allá de las drogas y la muerte y los adictos. Que luego tenga su propia caída en desgracia no borra todo el buen trabajo que Lester había realizado con él. Es probable que las investigaciones de la Major Crimes Unit no hubiesen llegado a nada de no ser por la magia organizativa de Freamon, por su dedicación a cazar la presa, por su conocimiento de los detalles técnicos necesarios para armar una escucha.
En la cuarta temporada, Lester y el grupo persiguen a un nuevo Kingpin de la venta de drogas, un sociópata con cicatriz llamado Marlo, que anda volteando gente a diestra y siniestra pero frente al cual ningún policía ha logrado encontrar evidencias ni cuerpos aún. Solo se sabe que desaparecen y circulan leyendas urbanas de que sus asesinos son sobrenaturales, todo teñido de una importante oscuridad. La manera en que Lester resuelve el misterio, mediante un par de charlas con la gente correcta, unos cuantos datos precisos, la observación cuidadosa de una puerta y conocimientos básicos de carpintería, es una maravilla de la deducción y confirma que su problema es que es demasiado bueno, que las instituciones tienden a favorecer a los mediocres y los hijos de puta.
Y, sin embargo, a pesar de formar gente y ser un pequeño geniecillo, Freamon no es un líder. En algún momento de la serie se menciona que entró a la policía el mismo año que Bunny Colvin y Edwin Burrell, quienes terminarían siendo comandante de distrito y comisionado de policía respectivamente. Jamás llega ni siquiera a postularse para un cargo. Es que en el fondo debe sentir que ser un líder es un fastidio, que hay que lidiar con superiores y burócratas insoportables que comprometen el trabajo policial, que a él todo lo que le interesa es la libertad para no tener que hablar con esa gente y poder, más bien, darles quebraderos de cabeza, ser la mosca en el ungüento.
Pero, también, es un resultado de que (y aquí está el motivo por el cual Freamon, de vez en cuando, cuando está muy enfrascado en un caso, no le importa nada más y puede ser un verdadero imbécil, tirando la ética y la amistad por la ventana) en el fondo toda ésta tarea, la investigación, la pesquisa, la reconstrucción minuciosa, la paciencia y la obsesión, son solo herramientas para halagar y engrandecer el ego y la reputación sobrehumana del único policía a quien Lester admira y respeta: Lester Freamon.
Visite Baltimore 04: Frank Sobotka.
(Here be spoilers. Beware)
Frank Sobotka: Why the fuck didn’t you tell me what was in that motherfucking can?
Spiros: Now you wanna know what’s in the cans? Before you wanted to know nothing. Now you ask. Guns, OK? Drugs, whore, vodka, BMWs. Beluga caviar, or bombs, maybe? Bad terrorists with big nuclear bombs. I’m kidding you, Frank, it’s a joke. But you don’t ask … because you don’t wanna know.
– Help my union? For 25 years we’ve been dyin’ slow down there. Dry dock’s rustin’, piers standin’ empty. My friends and their kids like we got the cancer. No life-line got thrown all that time, nothin’ from nobody, and now you wanna help us? Help me?
– Frank Sobotka.
Frank Sobotka es un personaje que se encuentra en las antípodas de Omar: atado, agobiado, envuelto en obligaciones para con su familia, el sindicato al que pertenece y, encima, unos misteriosos gangsters “rusos” o “griegos” con los que se ha enredado intentando salvar su trabajo y su forma de vida. Su mismo lenguaje corporal lo traiciona: un hombre retacón, ligeramente gordo, pelado, que por su masa corporal parece anclado a la tierra, con una enorme furia contenida. Cada vez que se entera de una mala noticia, su cara se transforma en una mueca de rabia total a punto de estallar, sus ojos parecen saltar como cohetes de sus órbitas y se agarra la frente como si su cabeza estuviese a punto de convertirse en piñata. En esos momentos, Frank Sobotka parece un tipo a punto de saltar de su asiento y partirte una silla en la cabeza para luego patearte en el suelo hasta que estés bien muerto.
Sin embargo, esto nunca sucede. Creo que no recuerdo ningún momento ni escena en la que Sobotka ejerza violencia real. Frank es pura contención y amenaza, pura mesura. Y, también, pura impotencia. Esto es, probablemente, porque Frank es uno de los hombres buenos de la serie. O sea, si hay una figura realmente trágica en The Wire, ese es Sobotka. Su historia es el ejemplo perfecto y más acabado de la premisa de Simon de “los hombres como protagonistas de tragedias griegas en las cuales el papel de los dioses lo cumplen las instituciones”.
Frank es un estibador. De hecho, es el presidente del sindicato de estibadores, en una ciudad donde el puerto está muriendo y donde los trabajadores honestos, acostumbrados a mover cajas con las manos y el sudor de su frente y a ayudarse unos a otros como familia (cualidad que, además, se refuerza al pertenecer casi todos a la colectividad polaca) están viendo como las opciones de trabajo se reducen cada vez más y como a los políticos lo único que les interesa es destruir el puerto para beneficiar a los inversores inmobiliarios. Frente a esta situación Frank decide echarse el sindicato, sus compañeros, su puerto y su familia al hombro, engancharse con estos mafiosos que traen cosas oscuras a través de su puerto e intentar modificar (mediante la untación de manos gracias a las grandes cantidades de dinero provisto por estos tipos) las políticas que apuntan al puerto.
A pesar de sus buenas intenciones (o quizás por ellas y por la apreciación un tanto excesiva que tiene de su propia persona e importancia) Frank es totalmente paternalista: es la clase de persona que invita rondas para todos, que le consigue laburo a su hijo (que es un completo inútil, un fuck up, con una personalidad por momentos encantadora pero sobre todo insoportable) y a su sobrino (el hijo que le hubiese gustado tener, serio, trabajador, deseoso de progresar) solo porque son familia, que cuida las espaldas de sus trabajadores cuando viene la cana a hacerles preguntas incómodas. Sus problemas comenzarán una vez que se descubra que una de las cajas que traían estos mafiosos globales y de etnicidad desconocida contenía mujeres destinadas a la prostitución que, por una horrible acción de algunos de los marineros del barco en que era transportada, han muerto asfixiadas. En realidad, sus problemas comenzarán, en una de esas ironías y mecanismos de pinzas que tiene The Wire, cuando McNulty, ese soberano hinchapelotas, realice su propia pesquisa y descubra que no fue un accidente, sino asesinato, solo para joderles la vida a sus superiores que luego de la primera temporada lo han condenado a navegar por el río como policía marítimo.
Frank es un hombre bueno porque su estrategia está destinada a proteger a aquellos que cree que están a su cargo, pero esa estrategia lo lleva a comprometer sus ideales, y, también, es un hombre orgulloso y con un ego y un complejo mesiánico importante, que cree que es el único que puede salvar a todos. Es un clásico ejemplo de un paternalismo que en Argentina todos sabemos que sería. Su otro gran defecto es que es dubitativo y temeroso. Sabe el precio que está pagando por sus acciones destinadas a salvar el puerto, sabe que, de alguna manera, está empeñando su alma. E intenta, en varios momentos, darse vuelta, rechazar ese compromiso que ha adoptado. Pero al mismo tiempo su convicción de estar haciendo lo correcto lo detiene continuamente de enmendarse y lo empuja cada vez más a encubrir a esa cara maléfica del capitalismo que son El Griego y sus allegados (los famosos mafiosos globales de los que se viene hablando). Frank es uno de los héroes más trágicos de The Wire, porque es un hombre de principios totalmente aplastado por fuerzas más allá de su control. Y, además, porque al posicionarse como un elemento tan importante, irremplazable, en la estructura de la que forma parte, la condena por completo.
La belleza de la temporada en la que Frank es protagonista absoluto es que es la temporada más autocontenida de la serie y también una de las más descorazonadoras y completamente tristes. Y, al mismo tiempo, es una reflexión sobre la decadencia de una forma de actividad económica, de un modo de vida estadounidense (y mundial por rebote) donde el trabajo manual y la construcción de cosas era lo más importante. Frank lo dice claramente cuando le comenta a Spiros Vondas, uno de los secuaces de El Griego, “We used to build things in this country. Now we stick our hand in the next guy’s pocket”. Y la contraimagen que se propone de Frank es, justamente, El Griego, el capo di tutti capi del conglomerado global-mafioso con el que se engancha. El Griego es un enigma, una persona sin nombre ni identidad, que solo se dedica a transportar bienes y manejar dinero sin ensuciarse jamás las manos (al final de la temporada, cuando escapa de los Estados Unidos, le hacen la consabida pregunta “¿Negocios o placer?” y él contesta “Negocios, siempre negocios”) y sin relacionarse nunca con la cosa que vende. Es la imagen fiel del capital internacional sin nombre, sin nación, inexistente en lo “real”, que no se acerca a la producción, a la manufacturación, solo preocupado por su propia reproducción y su supervivencia.
Frente a esto, un hombre como Frank Sobotka, una persona con defectos y debilidades e inseguridades, contradictorio, parado frente a la tormenta, no puede hacer nada. En la última aparición de Frank se lo ve caminando hacia un encuentro con El Griego bajo un puente, de espaldas, pequeño e insignificante, moviéndose como un pato con las manos en los bolsillos, internándose en una oscuridad que parece amparada por esa pieza gigantesca de arquitectura que jamás perteneció a los trabajadores que la construyeron, sino al comercio y a la ciudad misma.
Visite Baltimore 03: Omar Little.
(Here be spoilers. Beware)
Come at the king, you best not miss.
… I got the shotgun, you got the brief case … all in the game though
A man got to have a code!
Now you make sure, you tell old Marlo I burned the money cause it ain’t about that paper. Its about me hurting his people and messing with his world. You tell that boy he ain’t man enough to come down to the street with Omar.
– Omar Little.
Omar es el superladrón. El otro día, en una reunión donde todos éramos fanáticos de The Wire, 3 de 6 dijeron que Omar era su personaje favorito. Carajo, es el personaje favorito de Barack Obama.
Lo que cae tan simpático de Omar es que es el único personaje que es prácticamente independiente de todas las instituciones y, encima, se aprovecha de todas ellas. Vive de robarle a los vendedores de droga. Lo hace un poco por el dinero y otro poco por el orgullo, un poco por la emoción y otro poco porque es lo único que sabe hacer, en lo que creció, porque, en el fondo, también es parte de The Game, aunque sea quién mejor lo conoce y quién mejor se mueve en él. A diferencia de McNulty, que también es un independiente un tanto desquiciado, Omar no tiene la desventaja de estar atado formalmente a ninguna institución. Forma parte del mundo de la droga, pero las reglas de ese mundo no lo atan a ninguna cadena de mando. Se supondría que esas mismas reglas, sanguinarias, adeptas a la lealtad ciega, vengativas, impedirían la aparición de alguien como Omar, con una excepción: que sea tan cauto, tan inteligente, tan capaz de predecir los movimientos de los otros participantes de “The Game” y al mismo tiempo tan atrevido, tan audaz, tan confiado en su propia habilidad como él.
Omar es una anomalía aún más extraña en el mundo de The Wire porque todo su personaje parece arrancado de un plano de “realidad” más ficcional, del mundo de las películas noir, de la tradición romántica de los ladrones con corazón. Su trayecto a lo largo de la serie es una continua lucha entre su idealización y su arrastre hacia el mundo de lo terrenal y lo “realista” a la manera de The Wire.
En algún momento le preguntan a Omar como hizo para sobrevivir en su línea de trabajo, a lo cual él contesta que “One day at a time, I suppose”. Esa es la primera anomalía de Omar: ¿Cómo carajo hizo para sobrevivir tanto tiempo? La serie nos provee de unas cuantas respuestas: planeando, observando, sin dañar nunca a un civil, sin faltar a su palabra, sin insultar (una promesa a su madre muerta), viviendo según un código y una implacabilidad que le permite robar a un dealer mientras va a comprar Honey Nuts vestido solo con su pijama, sin portar ni un arma.
Pero esa fascinación con Omar lo vuelve un personaje un tanto disociado del universo de The Wire. Es, indudablemente, el único agente libre de la serie. Es el único que puede ir y volver entre policías y narcotraficantes, el único que solo se preocupa por sí mismo, por sus intereses y no por las necesidades de la institución a la que pertenece. Esto, obviamente, tiene un grado de ventaja pero también cuenta con su dosis de desventaja, ya que si bien no tiene que lidiar con la burocracia y los jefes inútiles e insoportables, Omar tampoco tiene la protección que brindan estas instituciones (uno de los rasgos más destacables de The Wire es el modo en que muestra que, para aquellos de la calle, matar a un policía es lo más estúpido que se puede hacer y debe ser evitado a toda costa, a riesgo de que te caiga encima todo el peso de la fuerza en una caza despiadada). Por ello, los compañeros de Omar están muriendo o desapareciendo continuamente: nadie es tan bueno como él, por lo tanto nadie que labure con él puede sobrevivir mucho tiempo.
Omar es un personaje lateral, aleatorio y contingente, mientras que el resto de los personajes de The Wire son jerárquicos y piramidales. Esto es lo que le permite moverse con la libertad con la que se mueve y, sobre todo, joder a los otros personajes de la serie. No le tiene miedo a nadie, ni a Stringer, ni a Marlo, ni a The Bunk. El único momento en que lo vemos pasarlo un poco mal es cuando realiza una breve estadía en la cárcel, pero prontamente zafa de tan incómoda situación. Porque Omar, justamente porque no tiene el comportamiento predador de otros narcotraficantes, inspira una lealtad entre sus pocos allegados que va más allá de los miedos a la presión por parte de aquellos que tienen la sartén por el mango (sobre todo dentro del mundo de las drogas). La característica que divide a Omar del resto de los personajes de la calle es justamente eso: que no es destructor, que no erige su fortuna sobre la desdicha de aquellos con quienes comparte posición económica sino, justamente, a partir de los hombres que si lo hacen. Además, es homosexual, un detalle tratado sin importancia por los creadores y escritores de la serie pero que forma una parte fundamental de su carácter, hasta el punto de que sus amantes son sus mejores compañeros de tropelías. Ese es un rasgo que es visto con resquemor y asco por los otros gangsters y que también marca su separación en el mundo homofóbico de la calle. No hay más que recordar que Marlo manda a matar a un pobre segundón por implicar que se la comía.
Sin embargo, esta es una verdad a medias. Omar, a pesar de que por momentos quieran pintarlo como un Robin Hood, no lo es. Les roba a los dealers y no mata civiles, pero luego esa droga es revendida sin importar hacia adonde circula y el dinero, obviamente, es para él. Esta es otra arista siempre presente en la relación entre la serie y Omar, la tensión que existe entre mitificarlo o pintarlo como un ladronzuelo más o, lo que es peor, como un mega ladrón, un mega acumulador de ganancia, que se aprovecha de los más débiles a través de los grandes vendedores a los que roba.
El trayecto de Omar por The Wire, entonces, es un clásico caso de ascenso-cenit-caída: se inicia en un punto en que él ya es una leyenda para la calle pero en el cual nosotros, los televidentes, no lo conocemos. Todavía tiene que demostrarnos porque es tan temido. Y de ahí se produce un ascenso imparable frente a todos los king-pins de la droga, una continua burla y farsa a sus estructuras cuidadosamente erigidas. Solo lo veremos dudar, como hemos dicho, brevemente en la tercera temporada, luego del asesinato de uno de sus compañeros y una confrontación con The Bunk y brevemente en la cuarta, luego de ser encarcelado por un crimen que no cometió. Pero su conciencia no lo molestará durante demasiado tiempo y dará un golpe espectacular a finales de la cuarta temporada, robándose toda la provisión de heroína y cocaína de Baltimore y re-vendiéndosela a los mismos dealers.
Esta evolución denota algo particular: de todos los personajes de The Wire, Omar es el que más se acerca a un estereotipo del género policial. Es el delincuente con buen corazón, la leyenda del bajo mundo, el ladrón con código. Su retorno y deconstrucción en la quinta temporada, entonces, sirven como correctivo a esa imagen, trayéndolo de vuelta al mundo falible y destructivo de The Wire y, finalmente, reduciendo su estatura mítica a un lugar cotidiano, a un mero número y estadística. No vale la pena explicarles exactamente qué pasa, baste decir que Omar la pasa muy mal, que se encuentra arrinconado contra la pared y que los escritores logran que, contra todo lo que nos ha enseñado la serie, nos pongamos de su lado y hagamos fuerza para que triunfe, para luego sacarnos la alfombra de debajo de los pies y entregarnos uno de los momentos más brutales y devastadores de la serie.
La última escena de Omar en The Wire es de un carácter burlesco, patético y al mismo tiempo porta una emocionalidad visceral que nos recuerda que tanto los creadores como nosotros no pudimos evitar enamorarnos de Omar Little.