Visite Baltimore 12: Michael Lee & Duquan «Dukie» Weems.
– How do you get from here to the rest of the world?
– There ain’t no special dead. There’s just dead.
Dukie: You remember that one day, summer past? When we threw them piss balloons at them Terrace boys? You remember, just before school started up again? You know, I took a beatdown from them boys. I don’t even throw a shadow on it. That was a day. Y’all bought me ice cream off the truck. You remember, Mike?
Michael: [long pause] I don’t.
– Dukie.
– Ya’ll always taught me..Get there early.
– Why not?….i mean..Marlo aint suck no dick right? so if Marlo knows he aint suck no dick then what the fuck he care what Junebug say, what anybody say..Why this boy gotta get dead just for talking shit.
– Why you even wanna do this? What is you thinking Duke? You think if you start carrying somebody ain’t gon try you? Naw…somebodys always gon try you…and if they know that you carrying they gone make you come out with it. And once you come out with it you gotta be willing to go all the way. *gunshot* You can’t bring it out unless you willing to use it. *gunshot* Can’t be no doubt. *3 gunshots*
– Mike.
En el gran análisis de las instituciones y los grupos sociales de una ciudad que hace The Wire (y que podría ir así: policía – delincuentes – puertos / trabajadores – políticos – escuelas – diarios, y una sexta temporada hipótetica y jamás filmada pero que me hace soñar despierto sobre los inmigrantes latinoamericanos) la cuarta temporada es la más amarga y más pesimista, así que no es coincidencia que hable del sistema educativo y lo que sucede con los niños que ingresan a él.
Seguimos la historia a través de 4 niños: Michael, Dukie, Namond y Randy. Todos vienen de trasfondos ligados de un modo u otro a la calle, la ilegalidad, la violencia y el maltrato, pero sus destinos serán muy diferentes. Lo que siempre está claro, sin embargo, es que la escuela no es ninguna salvación para ellos, que no existe el camino de perfeccionamiento, “crecimiento intelectual” (porque, en definitiva, los 4 son realmente inteligentes y no tienen lugar para los conocimientos estándar que no le sirven para nada de la escuela), ascenso social burgués y clase media. Lo único que los encauzará por la vía del bien es un milagro o la influencia de terribles fuerzas externas cuyo interés en alguno de ellos exceda los límites de la legalidad, llegue al cruce de las líneas sociales de acero.
De todos ellos he elegido a Michael y Dukie, en primer lugar, porque son los que más tiempo están en la serie. En segundo lugar, porque son diametralmente opuestos pero a la vez complementarios, porque son ejemplos de cómo una vida rodeado de drogas y violencia pueden desviarte hacia el lado de la indefensión o el lado de la dureza. En tercer lugar, porque son los dos personajes que The Wire sigue más despiadadamente mientras se internan en la gran picadora de carne de la sociedad, ocupando lugares para que se perpetúe el sistema, la sangre y el horror.
Michael es hijo de una adicta y un padre desaparecido o inexistente que tiene que hacerse cargo de su hermano menor, Bug, hijo de su madre y un hombre oscuro cuya presencia pesada y espesa se avizora desde el inicio de la temporada. Esta crianza lo ha vuelto un tipo que no confía en nadie, que no acepta un favor, que siente que está completamente solo en la vida y tiene que mantenerse de ese modo. Es un clásico chico duro de buen corazón como demuestra en la relación con sus amigos y especialmente en la relación con su hermano. Michael es, además, un muchacho grandote, de esos capaces de pegarte una buena paliza a pesar de ser, nominalmente, niños.
Dukie, por su parte, es un perdedor nato, un chico que parece destinado a la mala suerte y la negligencia. Sus padres también son drogadictos, pero a un nivel muy superior y mucho más duro que los de Michael. Drogadictos perdidos, que le roban la ropa y la comida y ni siquiera se preocupan por su higiene o por su salud. Es un milagro que haya llegado a la adolescencia. Y, sin embargo, Dukie es ultra inteligente, sensible y rápido. Podría ser un gran intelectual. Un flacucho, tímido, completamente inadaptado a las calles. Él no pertenece a ese mundo tanto como sus amigos. Es un nerd dentro de un ambiente social muy peligroso y hostil.
La trayectoria de ambos en la serie es espejante y similar. En un primer momento ambos reniegan de ofertas de ayuda, ya sea por orgullo o por vergüenza. Mike se pasa la mitad de la cuarta temporada renegando del negocio de la droga e intentando forjarse un lugar independiente, mientras que Dukie se acerca muy lentamente y con gran pudor a Pryzbylewski, el policía más torpe y desafortunado del mundo devenido profesor. Hacia la mitad de la cuarta temporada, sin embargo, Michael tiene que pedirle un favor a Marlo, el sociópata que ha reemplazado al tándem Bell –Barksdale. Y cuando uno se entromete en ese mundo, ya no hay vuelta atrás. Es venderle el alma al diablo en cuotas y Michael inicia su camino hasta terminar siendo muscle de la operación Marlo (el muscle es el que lleva las armas, el que protege a los vendedores, el que le pega un tiro a las molestias).
Dukie, en cambio, llega lo más cerca que va a estar de emprender el camino de ascenso social burgués. Se destaca, se vuelve un pequeño geniecillo del aula, ayudado por Prez, logra un cierto grado de dignidad. Pero un día sus padres desaparecen así como así y lo único que le queda es mudarse con Mike. Y luego quieren adelantarlo un año, sacarlo de su precario sistema de soporte, quitarle la única figura paterna que tuvo algo de sentido para él.
La cuarta temporada está repleta de padres sustitutos y maestros temporales y es notorio que los únicos que logren convertirse en buenos padres (o al menos, padres efectivos) sean Colvin, con su dedicación a prueba de balas, y Marlo (o, más bien, Snoop y Chris, los matos que instruyen a Michael), quién ofrece a Michael una especialización en el camino más obvio y terrible.
Además, durante toda esta temporada planea sobre los muchachos el espectro de la muerte que cosecha Marlo, de los cuerpos encerrados en casas abandonadas, de las cuales hay millones, dándole a Baltimore el aura de una verdadera ciudad fantasma, de real horror, de ratas detrás de las paredes. Ese monstruo invisible los toca a todos y modifica irreparablemente sus vidas, sobre todo la de Randy, que nunca volverá a ser el mismo.
La quinta temporada encuentra a Michael y Dukie viviendo con un cierto grado de estabilidad, juntos, Mike trabajando para Marlo y Dukie intentándolo aunque sabe que jamás será lo suyo, siendo basureado por todos los otros chicos que trabajan con él. Al mismo tiempo, ejerce de niñera de Bug, en uno de los roles más desvalidos de la serie. El dilema de ambos a lo largo de esta temporada (en la cual ya han dejado muy atrás la escuela) será el cómo salir de las circunstancias en las que se han visto envueltos por sus propias acciones y por el irresistible juego de pinzas de las obligaciones e imposiciones de estructuras más antiguas y devoradoras que ellos.
En quien lo veremos más claramente será en Dukie, que intentará primero perfeccionarse en el mundo de la droga y luego ingresar en el mundo del trabajo, con grandes fracasos en ambos ordenes. Uno no puede más que estar triste, muy triste, y desesperado cuando lo ve practicar con una pistola, intentar aprender a boxear, buscar trabajo y ser rechazado en todos lados por su edad e inexperiencia. Todo se resume en esa escena con el entrenador de box en el que éste, con todo el dolor del mundo, le dice que tiene “otras habilidades” y que tiene que llegar al mundo que está más allá de las esquinas, pero que no tiene ni idea de cómo enseñarle a llegar ahí.
Michael, mientras tanto, comienza a desarrollar una conciencia, y a sentirse incómodo con el accionar de Marlo. Lo que Michael hace para escapar es un tiro por elevación que implica la libertad más pura… dentro del mundo de la droga. Es demasiado inteligente para morir, pero su salvación (su salida) termina siendo, al igual que Omar, funcional al sistema que lo retorció.
El final de Dukie es muchísimo más triste porque no coincide en nada con su promesa y porque, finalmente, todo lo que hace es caerse entre las grietas, desaparecer, volverse una no persona (no es casual que el mismo lugar donde se sitúa Hamsterdam, donde terminan los drogadictos y donde se tiran cuerpos, sean las casas tapiadas, asimilando junkies con cadáveres y desapariciones).
La cuarta temporada empieza con un grupo de niños que se reúnen en lo que parece el patio o pasillo exterior de un galpón abandonado, lleno de escombros y oxido y yuyos, un lugar que exuda abandono y que habla de una ciudad en decadencia que consume todo lo que fue bueno. La última toma de la cuarta es ese mismo galpón, vacío.
Visite Baltimore 11: William «Bunk» Moreland.
Moreland: I’m just a humble motherfucker with a big-ass dick.
Freamon: You give yourself too much credit.
Moreland: Okay then. I ain’t that humble.
Det. William Moreland: Them Greeks sure have some weird-ass names.
Det. James ‘Jimmy’ McNulty: Hey, don’t knock the Greeks. They invented civilization.
Det. William Moreland: Yeah, and ass-fucking, too.
-Jimmy, I just bought brand new lawn chairs and a glass patio table. Now you don’t buy no shit like that if you’re plannin’ to lose your job and go to prison.
-Drink up and die right.
-You can go a long way in this country killin’ black folk. Young males, especially.
-The Bunk is strictly a suit and tie motherfucker.
– The Bunk.
William “Bunk” Moreland es un personaje calladamente importante. Un observador tranquilo que une varios preceptos. Un policía elegante y con pinta de músico de jazz, siempre vestido de trajes pinstripe y fumando puros. Un suave, un tipo que en general está relajado y de buen talante y que intenta no tomarse del todo en serio el marasmo que es ser policía en Baltimore pero que, sin embargo, se preocupa, y mucho, le importa, es capaz de enojarse con la furia de Dios cuando ve que el mejor ejemplo para un montón de pendejos es un ladrón y asesino que solamente es un poco mejor que los demás, o al ver que su mejor amigo y dolor en las bolas constante se ha metido en otro quilombo donde, inevitablemente, se vera arrastrado.
Bunk es un policía que aprecia el viejo y buen trabajo detectivesco, sentarse mirando toneladas de papeles, visitar las escenas del crimen y notar lo que otros han pasado por alto, reconstruir una en impecable detalle (sino, mirenlo en la primera temporada, en ese momento famoso, en la que él y McNulty analizan una escena de homicidio completamente arruinada y oscurecida por los anteriores investigadores mientras repiten incesantemente la palabra “fuck”). Es un tipo que cree en el trabajo honesto y que está orgulloso de lo que hace, algo que demuestra en la forma en que se conduce, con seguridad y certeza, en la manera en que viste sus hermosos trajes, en cómo observa los cuerpos tirados en las esquinas y casas de Baltimore, con sus cejas llenas de desconfianza, su media sonrisa sardónica y la ansiedad dibujándose en el rostro.
Esa es la cosa con Bunk: es un tipo que ama lo que hace y que ama la vida en general. Por eso disfrutamos tanto las escenas de The Bunk emborrachándose junto con McNulty al lado de las vías del tren, bajo un puente, en descampados (todos sitios espantosos, lúgubres, llenos de yuyos, fantasmas y oscuridad, con meadas en las paredes y basura en el piso, lugares adonde no irían jamás si no fuesen policías), o cuando ya completamente ebrio le hace ojitos a alguna que está en el bar y se babea y se va con ella, o cuando la mina lo llama a McNulty para que lo vaya a buscar porque esta borracho, desnudo y llorando en su baño. Y nada de esto parece afectar seriamente su vida matrimonial. The Bunk la pasa bien, The Bunk disfruta, es uno de esos tipos capaces de iluminar una habitación apenas entra.
Al mismo tiempo, el trayecto de Moreland en The Wire es bastante lineal y sin sobresaltos: comienza en Homicidios y termina en Homicidios. Nunca se mete en problemas, nunca hace enojar a los jefes, nunca agita el avispero. Bunk es el perfecto ejemplo de otra mentalidad posible dentro de la policía: la que dice que uno tiene que ser un buen policía pero no hasta el límite de hacer algo que te ponga en la mira de tus superiores, algo que caiga mal, pensar que la policía puede cambiar al mundo o que debería ser más proactiva o embarcarse en alegres quijotadas contra grandes vendedores de drogas de las que nada bueno puede salir. Bunk cumple con el trabajo pero no hace alharaca, patina por la vida con la misma facilidad con la que termina vomitando luego de haber bebido lo suficiente. Tampoco es que sea un chupamedias de los jefes, no, no, no, ese no es The Bunk, no es Jay Landsman. Más bien pareciera que se hace cargo completamente de una de las proposiciones básicas de la serie, tácita pero siempre presente: no te hagas ilusiones, no creas que podes cambiar el mundo, intenta pasar por la vida haciendo el menor daño posible e intentando proveer la mayor cantidad de felicidad y bondad posible, pero no creas que vas a liderar una revolución.
The Bunk es, a fin de cuentas, uno de los personajes más equilibrados y felices de The Wire. La tragedia y la deshonra lo tocan de lejos, no tiene ninguna obsesión que corroe su vida y su entorno social, pero a pesar de ello tampoco es un hijo de puta amoral a quién no le importa nada. Solo es un realista que conoce sus límites y sus objetivos y por lo tanto los cumple y sigue su camino.
Es el tipo que muestra la manera sensata y razonable de vivir dentro de las instituciones, pasando ligeramente desapercibido pero cumpliendo un trabajo importante que nadie más haría en su lugar. Su escena más memorable llega en la quinta temporada y gira sencillamente alrededor de su negativa a acudir a una reunión ridícula y sin sentido, pero sin embargo obligatoria. ¿Para quedarse haciendo qué? Viendo papeles y comparando expedientes, haciendo “trabajo policiaco de verdad”. Es que The Bunk es así, un tipo tan simpático y encantador que no podes evitar quererlo a pesar de (o quizás gracias a) que no está hecho para la tragedia.
Visite Baltimore 10: Howard «Bunny» Colvin.
– Somewheres, back in the dawn of time, this district had itself a civic dilemma of epic proportion. The city council had just passed a law that forbid alcoholic consumption in public places, on the streets and on the corners. But the corner is, and it was, and it always will be the poor man’s lounge. It’s where a man wants to be on a hot summer’s night. It’s cheaper than a bar, catch a nice breeze, you watch the girls go by. But the law is the law. And the Western cops, rolling by, what were they going to do? If they arrested every dude out there tipping back a High Life, there’d be no other time for any other kind of police work. And if they looked the other way, they’d open themselves to all kinds of flaunting, all kinds of disrespect. Now, this is before my time when it happened, but somewhere back in the ’50s or ’60s, there was a small moment of goddamn genius by some nameless smoke hound who comes out the Cut Rate one day and on his way to the corner, he slips that just-bought pint of elderberry into a paper bag. A great moment of civic compromise. That small wrinkled-ass paper bag allowed the corner boys to have their drink in peace, and it gave us permission to go and do police work. The kind of police work that’s worth the effort, that’s worth actually taking a bullet for. Dozerman, he got shot last night trying to buy three vials. Three! There’s never been a paper bag for drugs. Until now.
– I thought I might legalize drugs.
– Bunny: You see that building there? It’s the old Stryker building. It was a funeral parlor. Last stop before the cemetery for west side white folk. Back When there was still some of those around. Right about the time that, uh, Jim Crow was breakin’ up. Back in the early ’60’s. Someboday asked old man Stryker, they said «Stryker, you gon’ change your policy and start buryin’ black folk?» And Stryker said «yeah, on one condition: I can do ‘em all at once.» [Bunny laughs]
Carcetti: That’s sick.
Bunny: But you know somthin’? I had a lot of respect for that man. ‘Cause unlike most folks, I always knew where he stood.
– Bunny Colvin.
Antes de que diga cualquier otra cosa, Bunny es el puto hombre. Es, quizás, el personaje más noble y dedicado a hacer el bien dentro del estamento en el que se encuentra. Y, por ello mismo, no es coincidencia que Bunny sea un reformador social, un tipo dispuesto a apostar todo a las nuevas maneras de hacer las cosas.
Ahora bien, a Bunny lo conocemos ya grande, curtido, a punto de retirarse. No sabemos nada de su pasado ni de su comportamiento antes de la tercera temporada, pero por su carácter, podemos deducir que fue siempre un policía honesto y un gran líder. Porque Bunny, estructuralmente, es un Comandante de distrito, el jefe de toda una sección del Departamento, un jefe, un capo. Lo que implica también que ha tenido que tragar mucha mierda y cuidar muchas posiciones para llegar ahí. Sin embargo, cuando lo conocemos, Bunny es fundamentalmente un policía decente, un tipo de gran corazón, otra persona que a pesar de todo lo que suponemos que ha visto no ha perdido el alma.
Es probablemente esa decencia intrínseca y no la posibilidad del retiro cercano y de tirarse una canita al aire, lo que lo impulsa a poner en marcha su primer gran proyecto de reforma: abrir tres “zonas liberadas” en lugares abandonados y completamente dilapidados de Baltimore (lugares de ladrillos descascarados, de fachadas desmoronadas, de calles sin faroles de luz, cercados por pastos gigantescos, lugares a donde probablemente ni los delincuentes se acerca por el persistente aura de entropía que los rodea) para que allí se concentre todo el comercio de drogas, un lugar donde toda su violencia pueda ser contenida sin dañar al resto de la población. Este sector, que rápidamente hace descender el crimen en el resto del distrito, es bautizado Hamsterdam por parte de sus habitantes y concurrentes.
Es que Bunny es uno de esos tipos que saben que hay una diferencia entre ley y justicia, que la ley existe sobre todo para proteger a los ciudadanos y que, cuando esto no sucede, entonces hay que excederla para que su espíritu se respete. Y es un tipo que, justamente, vemos en su plenitud, en el momento final de su estadía en la fuerza, que está agotado de ver como todas las iniciativas policiales y “el juego de los números” (la manipulación de estadísticas para hacer disminuir los índices de delito) no solo no han logrado hacer descender la criminalidad, sino que incluso han criminalizado y discriminado a aquellos a quienes debían proteger. Es un tipo que está harto de ver como se le mueren policías, como los ciudadanos están cada vez más desvalidos, como han llegado a ver en la policía algo que temer, como la policía ha perdido el contacto con la comunidad.
Bunny, con su cuerpo de gigantón, su pelada brillante, su sonrisa sincera y gigante, su cara de tío bueno, es esencialmente uno de esos policías que a veces se ven en los comics y las películas de época, de uniforme y macana patrullando el barrio, hablando con los niños y las ancianas, recto y sonriente pero inflexible con quienes lo merecen.
Su primer intento de reforma social, entonces, es producto del observar este ideal que venera completamente desvalorizado y devaluado. Y el mayor responsable de esto, nos dice The Wire directamente, es la guerra contra las drogas. La guerra contra las drogas, como dice Bunny, arruinó este trabajo. Lo arruinó porque puso el acento en la represión antes que en la protección, porque volvió a todo el mundo un sospechoso, porque transformó al policía en un ejército invasor en su propio país. Porque en definitiva es una guerra que lo único que hace es marginalizar al pobre y perpetuar un ciclo vicioso en el que los nuevos jóvenes solo tienen por futuro y expectativa ingresar en el mundo de la calle y de la droga, para terminar presos o muertos.
Obviamente que este plan no saldrá nada bien, pero por un momento, por una temporada, nos hacen creer que existe una alternativa, una opción para ese mundo de violencia hermética, asfixiante. Y esa salida está personificada en ese negro de maneras pausadas y gran corazón, que cuando llega el momento de la caída, lo acepta como un hombre y se hace cargo individualmente de todas sus consecuencias.
En la siguiente temporada, por consiguiente, la situación de Bunny es muy diferente y se asemeja a la de muchos personajes que a lo largo de la serie intentan desafiar la manera establecida de hacer las cosas: despojado de poder y de acción, degradado y vuelto una parodia de quién alguna vez fue. Afortunadamente, tendrá otra oportunidad de intentar cambiar las cosas, está vez participando de un programa experimental de enseñanza en escuelas secundarias.
Tiene sentido que Bunny tome esta dirección en su vida y en la serie. Como hemos visto, una de sus mayores preocupaciones en su vida es la de proteger a aquellos que no tienen poder, ha absorbido demasiado bien el ideal de su casta. Bunny es de aquellos que creen que el cambio llega modificando el modo de pensar de las próximas generaciones, un clásico liberal (en el sentido izquierdista en que es utilizado por los norteamericanos) que por su extraña condición de policía puede aplicar esas teorías y no perderse en devaneos teóricos. No por nada uno de sus enfrentamientos más amargos será con Carcetti.
El segundo experimento de cambio social de Bunny Colvin tendrá un final igual de agridulce y un desarrollo aún más terrible y descorazonador. Porque si bien Hamsterdam fue un fracaso, al menos ahí Bunny tenía dos cosas que no tendrá aquí: una autoridad indiscutida y una tropa que, para bien o para mal, estaba dispuesta a obedecerlo. En la escuela es nadie, es peor que nadie, porque es justamente una figura de autoridad y aquellos que deben hacerle caso no son policías a los cuales se les ha inculcado la idea de la cadena de mando sino un grupo de mocosos que se encuentran mucho más cerca de la vereda de enfrente a la que estaba parado Colvin en sus días de polizonte.
La cuarta temporada es terrible por el modo en que plantea que las escuelas, como están organizadas, son solo fábricas que reproducen exactamente el sistema sin intentar modificar la vida de ninguno de aquellos niños que están atrapados en él. Es tristísimo ver como esos jóvenes están condenados a la calle, como se los va amoldando para que lo único que quieran sea abandonar esa institución a la que solo le interesan los números y las estadísticas, protegerse de los gobernadores y los inspectores escolares. La escuela está tan obsesionada con la burocracia como la policía, frente a ello el caos cuasi natural de la calle es una forma de liberación.
La homeóstasis del sistema es, además, dolorosamente patente en el durísimo trabajo que hace Colvin, intentando con mucha compasión y tranquilidad y paciencia llegarles a esos chicos que están tan retraídos y encasquetados en sus vidas que les indican que lo mejor a lo que pueden aspirar es a estar muerto de una manera rápida antes de los 30. La mayoría del tiempo es recibido con hostilidad, indiferencia y odio.
Finalmente, el proyecto será cerrado por una confluencia de desinterés por parte del gobierno local, falta de recursos, desconfianza de las autoridades de la escuela. Un complejo mecanismo de pinzas institucional que se cerrará sobre la esperanza de Colvin. Los efímeros avances que Colvin había realizado se desvanecerán en el aire y, en algunos casos, degenerarán en algo peor. Solo rescatará un efímero y personal triunfo de todo el asunto, la “adopción” de uno de los niños de su clase especial, en un desenlace que, en manos menos hábiles hubiese sido un final de película de Hallmark pero que, acá, está resuelto con tal elegancia y caballerosidad, en un mano a mano entre dos hombres con mucha historia (con mayúsculas) sobre sus espaldas, que conocen los códigos de la calle y de la ley, en una de las mejores escenas de la serie.
Este triunfo solo demostrará que Bunny cambia el sistema a un nivel microscópico, conclusión cuyo corolario es que termina expulsado de todas las instituciones a las que perteneció. Es sorprendente que todo su periplo, sin embargo, no lo vuelva un hombre derrotado y amargado, sino que siga siendo el mismo tipo optimista e, incluso, que todo su arco nos parezca tener un final feliz. Es que en The Wire, las pequeñas y casi insignificantes victorias son las únicas posibles y tenemos que agradecer y estar felices por lo poco que vamos a obtener.
Visite Baltimore 09: Shakima «Kima» Greggs.
How complex a code can it be if these knuckleheads are usin’ it? Then again, what does it say about us if we can’t break it?
How come they know you’re police when they hook up with you. And they know you’re police when they move in. And they know you’re police when they decide to start a family with you. And all that shit is just fine until one day it ain’t no more. One day, it’s ‘You should have a regular job.’ and ‘You need to be home at five o’clock’.
Stand around some shiny shit and get paid. Work murders and starve. What kinda shit is that?
Millenium been n’ gone and we still fucking around with Smith Corona.
– Kima Greggs
Si hay algo donde The Wire quizás hace agua es en el territorio de las protagonistas femeninas. No es que no las haya (Ronnie, Beadie, Snoop son buenos ejemplos) sino que la mayoría de ellas no tienen grandes arcos dentro de la macro-historia de The Wire e incluso, por momentos, parecen accesorios de los hombres. Diría que esto es así porque los mundos que cubre The Wire son eminentemente masculinos (la policía, la droga, el puerto) pero luego recuerdo que en realidad su tema es la ciudad moderna y llegó a la conclusión que las explicaciones posibles son dos: o los autores (todos hombres), a pesar de toda su buena voluntad, no lograron quitarse las anteojeras frente a la femeneidad, o simplemente el mundo es mucho más machista y desigual de lo que nos mentimos que es.
De entre todos los personajes femeninos, sin embargo, hay 3 que sobresalen: Ronnie, Kima y Snoop. Ronnie por momentos se pierde y desdibuja (y, por otro lado, si hay algo que recordamos es a ella en relación con, ya sea McNulty o Daniels) y Snoop, si bien encantadora, es mucho menos compleja que Kima, que para mí es la gran estrella femenina de la serie.
Kima es uno de esos personajes impredecibles y multifacéticos que tiene The Wire en cantidad. Una policía lesbiana que no soporta a los imbéciles (pero que es mentora de varios de ellos a lo largo de la serie), con una relación establecida que la empuja a la maternidad, aunque no está completamente convencida del asunto. Bardera y borracha pero fiel. Con una ética y una disciplina de trabajo puramente femeninas (esa encanto de las mujeres obsesivas, trabajadoras, preocupadas por el detalle, fastidiosas).
Dentro de la estructura de la serie, Kima es el reflejo de Bodie en la policía: un soldado con código que no está dispuesta a cruzar ciertas líneas, líneas que se impone pero también forman parte de su imagen ideal de lo que la policía debería ser. La diferencia con Bodie es que Kima tiene una estructura que la protege y la ampara continuamente. De hecho, Kima es uno de los escasos personajes de la ley que corre un riesgo real en toda la serie (en la primera temporada le disparan en un confuso trabajo de infiltración). En The Wire quienes sufren y mueren no son los policías sino la gente verdaderamente desprotegida: calle o civiles. Ese disparo es uno de los arcos dramáticos (en el sentido de OH THE DRAMA) más altos de la primera temporada. Un momento en que The Wire se aproxima un poco a la emocionalidad de una serie tradicional pero que es insuflado de una realidad y grosor muy superior mediante la enorme escena entre Jimmy McNulty y el mayor William Rawls en la que este último lo putea y lo exonera de culpa al mismo tiempo, y también mediante la transmisión muy real de la solidaridad de estamento, de esa angustia y violencia tan extraña (para alguien que nunca ha sido policía, supongo) producto de saberse parte de un grupo que está en la línea de la muerte.
Luego de este incidente, y de la primera temporada como un todo, Kima sufre una mcnultización a lo largo de la segunda y la tercera temporada, aceptando los consejos del irlandés y precipitándose en las buenas y viejas maneras del precinto oeste. El desencadenante del cambio es algo que a la vez define y espanta a Kima: su condición maternal. Kima es una de las grandes profesoras y, en líneas generales, protectoras de la serie. En primer lugar, con los insondablemente cabeza hueca de Herc y Carver, y sus concepciones bastante imbéciles (pero no por eso menos reales) del trabajo policial, que tendrán destinos opuestos a lo largo de la serie. Uno de ellos absorberá la ética y el espíritu de Kima, el otro no. Con Bubs tiene una relación casi fraterna y, de todos los agentes de la ley que tratan con él, es la única que demuestra un interés sincero, un atisbo de ayuda a un desclasado. De hecho, es el contacto que hace que Bubs comience a trabajar con la Major Crimes Unit.
Pero esta tendencia no es suficiente a la hora de encontrarse ante un hijo propio. Kima da un giro hacía lo opuesto que le proponen. Despunta ese rasgo obsesivo que dice que ella solo quiere ser policía. Algo de esa aspiración se encuentra en la raíz de su relación e identificación con McNulty.
Sin embargo, en uno de esos momentos en los que The Wire reconoce sus propias falsedades acerca de la realidad que quiere retratar (en este caso: Rogue Cop McNulty), Kima no está destinada a ser McNulty 2. Tiene una configuración psíquica diferente, más responsable, más caritativa, menos egoísta, más recta, con una concepción del trabajo policial que excede largamente su propia importancia. Es una mujer de pocas palabras, que, como hemos dicho, no soporta a los imbéciles, ¿Por qué se transformaría en uno?
Por ello, para la temporada final, Kima es uno de los pocos personajes que está en paz con sí misma y su lugar en la vida o, por lo menos, lo está intentando. Y esto se refleja en dos hechos y escenas puntuales donde se observa su compromiso con su propio futuro y su posición como agente de la ley. Por un lado, el momento en que decide ser la voz de la conciencia del Departamento de Policía en general y la División Homicidio en particular y revelar la movida más arriesgada del tándem McNulty – Freamon. Con la suficiente honestidad para que semejante actitud no despierte ningun rencor.
El segundo momento involucra a Kima y su hijo adoptivo, mirando por la ventana a una Baltimore oscurísima y helada, lo sostiene en sus rodillas, él tiene una cara de sapito asustado, ella parece estar ahí pero alerta simultáneamente, pescando rastros en la noche. Miran por la ventana, decía y Kima dice: “Goodnight moon, goodnight stars, goodning po po’s, goodnight fiends, goodnight hoppers, goodnight hustlers, goodnight scammers, goodnight to everybody, goodnight to one and all”.
Visite Baltimore 08: Reginald «Bubbles» Cousins.
(Here be spoilers. Beware)
– How y’all do what y’all do every day and not wanna get high?
– Ain’t no rules for dope fiends.
– Bubbles: This pay how much?
Kima: Let’s treat it like a real job. Say $5 an hour, $30 on a day, max.
Bubbles: That’s less than minimum wage.
McNulty: But there’s no withholding, Bubs. It’s tax-free.
– Ain’t no shame in holding onto grief, as long as you make room for other things.
– Bubbles.
Todo el mundo ama a Bubs. Es difícil no hacerlo cuando es uno de los personajes con más corazón e inocencia de todo la serie, cuando se pasa gran parte de ella siendo una víctima, un outcast, un pobre tipo que se merece una mejor vida.
Bubbles es un adicto a la heroína flacucho y petiso, con cara y pelo de insecto, que conoce a todo el mundo en la calle y “trabaja” como informante de la policía. El tipo es un guiñapo sucio que vive tirado bajo un puente o en casas abandonadas, que se reúne con los peores desperdicios a inyectarse y babear, con jeringas sucias y llenas de sangre coagulada, y sin embargo no hay nada enteramente desagradable ni denso en su persona. Porque al mismo tiempo es inteligente, rápido, con conocimiento y practicidad y se las ha ingeniado para sobrevivir sin matar ni cagar a nadie, inclusive enseñando a jóvenes callejeros sin experiencia a bancársela en las calles y a procurarse los mejores medios para mantener su propia adicción. De algún modo, en medio de toda la mugre, no se perdió a sí mismo ni se transformó en una mala persona.
Por eso es que todo el mundo quiere a Bubs, porque cuando ves The Wire y aparece uno está automáticamente de su lado. Pero la tragedia de Bubs es que así como todos lo quieren, nadie puede ni quiere ayudarlo a salir de su circunstancia social. Bubs es, como representante de los drogadictos y los homeless, el eslabón más bajo que vamos a conocer en la serie, un desclasado y marginado real, que no tiene ningún tipo de red o estructura de contención, y los policías con los que negocia (McNulty, Bunk, Kima) solo pueden tenerle lástima y tirarle unos mangos, nunca sacarlo de su situación. Todos estan atrapados en sus obligaciones hacia la institución que sirven, y esas obligaciones pueden ser insoportables, pero siempre serán mejores que no tener ningún tipo de apoyo en el cual recaer.
Bubbles es una de esas piezas de cruda realidad que The Wire inserta por encima del lenguaje televisivo. No hay salvación mágica para los hobos simpáticos e inteligentes. Lo que hay es más indiferencia.
El trayecto de Bubs por la serie es irregular y diverso. Siempre parece estar a punto de rescatarse pero al final nunca lo hace. La tentación es más fuerte que él continuamente y, por añadidura, la vida border que lleva es la única que conoce y sabe vivir. Y The Wire nos deja claro continuamente que su salvación sólo depende de sí mismo. Luego cae, pasa por momentos de confianza en sí mismo y momentos de desolación, de tristeza absoluta. Roba caños y metales, monta un negocio de expendio callejero en un carro de súper, es golpeado por dealers y matones, se babea y está totalmente insensibilizado con gente desconocida, es arrestado, le vende información a la policía, es defraudado por ciertos agentes de esta fuerza y, finalmente, consigue casi el único final completamente feliz de la serie. Ese final es uno de los momentos en que The Wire se acerca a una serie “normal”, pero hemos visto a Bubs sufrir y luchar tanto (la quinta temporada es un periplo terrible que ilustra el modo en que Bubs aprende a dejar atrás, con dolorosa y desesperante complicación, su culpa y angustia y soledad frente al mundo) que ese final nos parece totalmente merecido, ganado.
Bubs es, además, uno de los tantos maestros que tiene la serie. Suele tomar jóvenes bajo su ala, como junk buddies y porque cualquier empresa es mejor de a dos y, también, joder, porque quiere cuidarlos y, dentro de sus magras posibilidades, protegerlos de la vida que él mismo experimentó. El problema es que Bubs no puede ofrecerles ningún tipo de protección real y es incluso más débil que ellos. Es un vano intento de su parte de formar algún tipo de unión dentro del sector social para el cual comunidad es anatema y que está más desprotegido y atomizado de todos.
Bubbles, como todos los personajes de The Wire, no tiene “origen secreto”, no hay un capítulo donde se nos explique cómo llegó a donde está. Los personajes de The Wire existen, sencillamente, mientras están en la pantalla, no importa su pasado y no hay una explicación misteriosa, traumática y psicológica para su comportamiento. Sin embargo, siempre hay pistas, detalles del trasfondo que indican que esos hombres y mujeres tuvieron una vida antes de llegar a la serie. Las visitas tardías de McNulty a sus hijos, la aparición de un tío comatoso de Avon, la abuela de Omar. Siempre son personas concretas que corporizan el hecho de que esos personajes vienen de algún lado. En el caso de Bubbles, esas personas y nombres no son entidades, son susurros. Una sugerencia de un hijo y una ex esposa, un suspiro de una hermana eternamente enojada con él. Esto causa que la condición de Bubs tenga algo de fantasmático, de espectral. Es un hombre que ha caído tan bajo que no tiene lazos con el mundo “oficial” de más allá de la calle. Es por ello, también, que no existen soluciones mágicas a su predicamento: frente a una persona que es casi una no-entidad, un conjunto de rasgos sin anclaje social, la respuesta más común y esperable de los otros personajes de la serie es ignorarlo. Porque, en el fondo, es casi como si no estuviese ahí. Si hasta el hecho de que su “nombre oficial” sea su apodo de la calle denota su espectralidad. La tragedia está en que nosotros, espectadores, no podemos evitar empatizar y rogar por un desenlace feliz. Esa falta de origen, por otro lado, señala que no hay nada de extraordinario en él y que cualquiera que tome algunas decisiones desafortunadas puede caer por el agujero del conejo.
Bubbles es conmovedor porque corporiza una imagen que vemos todos los días en cualquier gran ciudad, un tipo durmiendo en la calle, con ropa sucia y costras de mugre en la piel, con barba repleta de tierra, tirado en un colchón comido por las pulgas o en un cartón, una imagen que despierta una fugaz mezcla de mórbida curiosidad con lástima, que son luego barridas por una ola de indiferencia; y rellena esa imagen con rasgos, pensamientos, historias y personalidad, transformando lo que vemos comúnmente como un número en un personaje extraordinario que debería hacernos sentir un poquito más culpables cada vez que nos ponemos los visores anti-homeless.