Quirky Scottishmen IV.
O, una carta de amor a Billy McKenzie.
(esto viene de aquí, aquí y aquí)
01.
En mis momentos de insomnio me imagino que, en algún futuro lejano, digamos el año 2749, en el planeta Tierra, hay una estatua gigante de Billy McKenzie. Es toda plateada y esta cincelada con golpes lustrosos. Parece un cuadro de acrílico plateado. Mira hacia el futuro, hacia el horizonte que se eleva por sobre el mar (porque esta, obviamente, en una ciudad con vista al mar). Está vestido como un aviador de los años 30, pantalones bombachos holgados en los muslos y ajustados en los tobillos, botas, una de esas camperas peluchonas. Bajo su brazo izquierdo tiene un casco futurista. A pesar de ello, en su cabeza se observa una boina, por supuesto. A su alrededor zumban hombres en jet packs, naves unipersonales, gigantescos cilindros de carga manejados a la distancia, seres mitad murciélago mitad humano, humanoides brillantes que vuelan por el poder de su propia pila atómica incorporada en el torax, medianas unidades de transporte público. En el pedestal en el que se apoya hay una placa dorada en la cual se lee: “Billy McKenzie dice: ‘¡Crean siempre en ustedes mismos, niños!’”.
02.
Como tantas otras cosas valederas de mi vida, The Associates apareció de la mano de un español iconoclasta (que rareza que algunos agentes de España, que tiene ese inmemorial mal gusto musical me hayan recomendado algunas de las bandas más significativas en mi existencia) que hablaba de Billy McKenzie y Alan Rankine como si fuesen la segunda venida de un Cristo melodramático, irónico, demasiado elegante de traje-y-corbata y pelo engominado para ser glam, demasiado histriónico y absurdista para encajar en el mundo del post punk con total comodidad.
Obviamente que lo primero que me llamó la atención cuando finalmente “Sulk” cayó en mis manos fue el falsetto de McKenzie, esa voz que combina perfectamente hastío, ansiedad, desesperación y ambigüedad sexual. Realmente, ¿qué le pasa a la voz de Billy McKenzie? ¿Cómo se volvió tan alta? Me pregunto si hablaba como un tipo normal. Su voz es de aquellas que no te olvidas nunca jamás, y más allá de los arreglos vanguardistas, staccatados, furiosos, de Rankine y compañía, lo queda impreso es ESA voz demasiado cálida para ser una diva (parecía un chico realmente vulnerable y no su mera imitación o alguien que alguna vez fue eso pero ahora está enterrado bajo cincuenta capas de estrellato autoimpuesto) pero demasiado alienígena y alienada para ser normal, procedente de la clase de persona que podría confesarte su más oscuro secreto de la nada y llorar en el medio de la noche.
03.
¿Se acuerdan de cuando en la primaria nos decían a todos que los próceres se habían muerto pobres, olvidados, en un país ignoto, en una habitación de hotel, que lo único que poseían era ese traje con el que los enterraron y su pelela? Bueno, todo eso es obviamente una mentira. Sarmiento quizás murió en Paraguay en una habitación de mierda, vetusta, pero porque Sarmiento estaba LOCO. ¿Todo el resto? Tenían unos pesos en el banco. En realidad, muchachos, la verdadera tragedia es ser un músico más talentoso que la media que ha tenido un roce con la fama, UNO y solo uno, un momento fugaz en que una de sus canciones sonaba en la televisión y en la radio, en las discotecas y en las playas, y después siguió haciendo buena música sin jamás recapturar el oído popular. Esos son los que terminan mal, solos, deprimidos, hinchados y sin un peso.
Imagínense a Billy McKenzie en el cobertizo de herramientas del jardín de la casa de su padre en Dundee (“la cuarta ciudad más grande de Escocia”), deprimido, observando sus 40 años muy de cerca, un hombre que hacía poco había declarado que “se arrullaba cada noche para dormir”, con cicatrices que comenzaban a asomar en su sien de héroe de acción, triste por la muerte de su madre, sentado en una reposera de fierros blancos y tiras de plástico mientras se toma una sobredosis de amitriptyline, temazepam y paracetamol.
Yo ni siquiera sabía que te podías morir tomando paracetamol.
04.
El problema es que una de las canciones que compusieron su breve recorrido por la fama es, probablemente, una de las mejores canciones del siglo XX. ¿Cómo sino se explica de donde sale “Party Fears Two”.
Miren, es una canción que escuché tantas, tantísimas veces que puedo acordarme del principio de memoria, y no hablo de letras, hablo del “ta na nan na nan na nan. tuuuuuntururuntuntuntuntututuntututuntututututuntututututun, tururun”. Bueno, quizás eso sea un mal ejemplo. Pero la manera en que se inicia la canción, con ese piano, como notas distantes en un salón de baile abandonado, con un extraño eco, para luego desatar esa cascada de sintetizadores que nos traen a la mente la imagen de McKenzie y Rankine apareciendo en el escenario subidos a un carro tirado por galgos, ataviados como caballeros españoles del siglo XVII.
Cuando finalmente escuchamos la voz de McKenzie eleva a una canción que ya parecía ser demasiado inteligente para su propio bien, que se balanceaba entre el absurdo y el compromiso, justamente porque no resuelve el conflicto entre lo irónico y lo sincero. McKenzie canta una canción con letras absurdas y surrealistas de un modo totalmente honesto. Los desafío, sino, a escuchar el “awaaaaaaaaaaaaaaaakeeeeeeeeeee meeeeeeee” sin que el esqueleto quiera salírseles por la boca y temblar.
Pero, realmente, ¿de qué carajo habla “Party Fears Two”? En primera instancia, es la descripción de una noche en la ciudad. Lo grandioso es que es una descripción no adjetivizada. O sea: ¿es una noche normal? ¿es una noche desastrosa? ¿el narrador se siente avergonzado de el mismo? Es una canción profundamente dubitativa en un sentido, compuesta de fragmentos de significado que, en algunos casos, chocan y se entremezclan y, si uno lee la porción de una frase significa algo completamente diferente que si se la lee precedida por las estrofas anteriores (el ejemplo más claro es “And you say it’s wonderful / to live with I never will”). La maldita canción está repleta de frases increíbles, de potenciales remeras que son demasiado witty para ser entendidas.
Es, en otras palabras, una composición de fiesta en el sentido más completo y hermoso del término. Una canción confusa, desesperante, repleta de picos de emoción, de momentos de fealdad, de memorias a medio recordar (lo mejor: “Have I done something wrong?” quién sabe, quizás lo hiciste). Con una sabiduría preclara acerca de lo que produce alcohol expresada en una frase telegráfica.
Y, sobre todo, con un deseo poderosísimo de romper algún tipo de restricción. O sea, ¿por qué carajo McKenzie canta de esa manera? ¿Por qué tiene ese coro de almas en pena en momentos puntuales de la melodía? Todo el tiempo McKenzie parece estar arañando un cascarón. Que es lo que hacemos cuando vamos de fiesta. La vida es aburrida, la secuencia tradicional de días se vuelve agobiante y lo único que nos queda es el fin de semana, ese territorio perverso y mítico en cuyas noches se supone que todo puede suceder y que la mayoría de las veces termina siendo una rutina suplementaria. Es un tema jubiloso que lucha contra la frustración todo el tiempo. Qué momento ese del final en el que Billy repite la frase inicial pero con un desgano desolador, que solo expresa la más profunda tristeza.
I’ll have a shower
And then phone my brother up
Within the hour
I’ll smash another cup
Please don’t start saying that
Or I’ll start believing you
If I start believing you
I’ll know that this party fears two
And what if this party fears two?
The alcohol loves you while turning you blue
View it from here
From closer to near
Awake me
Don’t turn around
I won’t have to look at you
And what’s not found
Is all that I see in you
My manners are failing me
I’m left feeling ugly
And you say it’s wonderful
To live with I never will
So what if this party fears two?
The alcohol loves you while turning you blue
View it from here
From closer to near
Awake me
I’m standing still
And you say I dress too well
Still standing still
I might but it’s hard to tell
Even a slight remark
Makes nonsense and turns to shark
Have I done something wrong?
What’s wrong’s the wrong that’s always in wrong
I’ll have a shower
And then phone my brother up
Within the hour
I’ll smash another cup
En definitiva, la fiesta te teme y vos le temes a la fiesta también.
05.
Punto de vista: como si estuvieses dentro de una nave espacial observando por el parabrisas. Se ve un pequeño planetoide de colores rojos y grises que se acerca rápidamente. Cráteres, rocas y polvo.
Vemos la nave que despliega uno de esos anacrónicos trenes de aterrizaje que parecen hechos de caños de hierro (por si importa, la nave es uno de esos transbordadores / jet espaciales. Líder 1 cruzado con Astrotrain). El terreno es, obviamente, baldío y pedregoso, una puna sin hippies.
De pronto aparecen unos bichos que parecen piedras con piel, grandes bocas con dientes cuadrados en el medio de una cara de arcilla, dos ojos redondos de caricatura, sin nariz, sin orejas. Textura rugosa. Dos brazos con cuatro dedo gruesos como velas les salen de los costados. Los bichos se desplazan arrastrándo su triste cuerpo con los brazos. No intentan elevarse ni saltan. Se expresan en un lenguaje que parece producido al chasquear la lengua.
Los astronautas (porque hay astronautas, bajaron de la nave hace instantes) descubren que los bichos son bastante amistosos y que los quieren arrastrar a una caverna cercana. Dubitativamente primero, y luego entusiasmados, los hombres se dirigen al lugar.
Al entrar en la caverna descubren un altar hecho de piedra sobre el que descansa el inmaculado cráneo de Billy Mckenzie. Mediante gestos, los cosmonautas descubren que las bolas de roca han estado venerándolo durante milenios, que cada 50 rotaciones de su planeta (unos 78 días humanos) realizan un ritual con la esperanza de que cante, lo cual, creen más allá de toda duda, traerá el fin de los tiempos.
06.
Q: ¿Tienen alguna fobia?
Alan: Och, solo las usuales. Estar usando un casco espacial con diez escorpiones reptando en su interior (risas) Creo que eso sería muy terrorífico.
Billy: Odio a las ratas. Cada vez que veo una quiero matarla. Y odio a los alsacianos. Hacer las compras – odio los supermercados, y no puedo soportar tiendas como Woolworths o Marks and Spencers, si camino y paso frente a un lugar como Top Man o algo así, realmente me pone enfermo. Y no puedo nadar ni siquiera si mi vida dependiese en ello. Le tengo miedo al agua, especialmente a las aguas profundas.
(De una entrevista con Smash Hits de 1982)
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