Visite Baltimore 10: Howard «Bunny» Colvin.
– Somewheres, back in the dawn of time, this district had itself a civic dilemma of epic proportion. The city council had just passed a law that forbid alcoholic consumption in public places, on the streets and on the corners. But the corner is, and it was, and it always will be the poor man’s lounge. It’s where a man wants to be on a hot summer’s night. It’s cheaper than a bar, catch a nice breeze, you watch the girls go by. But the law is the law. And the Western cops, rolling by, what were they going to do? If they arrested every dude out there tipping back a High Life, there’d be no other time for any other kind of police work. And if they looked the other way, they’d open themselves to all kinds of flaunting, all kinds of disrespect. Now, this is before my time when it happened, but somewhere back in the ’50s or ’60s, there was a small moment of goddamn genius by some nameless smoke hound who comes out the Cut Rate one day and on his way to the corner, he slips that just-bought pint of elderberry into a paper bag. A great moment of civic compromise. That small wrinkled-ass paper bag allowed the corner boys to have their drink in peace, and it gave us permission to go and do police work. The kind of police work that’s worth the effort, that’s worth actually taking a bullet for. Dozerman, he got shot last night trying to buy three vials. Three! There’s never been a paper bag for drugs. Until now.
– I thought I might legalize drugs.
– Bunny: You see that building there? It’s the old Stryker building. It was a funeral parlor. Last stop before the cemetery for west side white folk. Back When there was still some of those around. Right about the time that, uh, Jim Crow was breakin’ up. Back in the early ’60’s. Someboday asked old man Stryker, they said «Stryker, you gon’ change your policy and start buryin’ black folk?» And Stryker said «yeah, on one condition: I can do ‘em all at once.» [Bunny laughs]
Carcetti: That’s sick.
Bunny: But you know somthin’? I had a lot of respect for that man. ‘Cause unlike most folks, I always knew where he stood.
– Bunny Colvin.
Antes de que diga cualquier otra cosa, Bunny es el puto hombre. Es, quizás, el personaje más noble y dedicado a hacer el bien dentro del estamento en el que se encuentra. Y, por ello mismo, no es coincidencia que Bunny sea un reformador social, un tipo dispuesto a apostar todo a las nuevas maneras de hacer las cosas.
Ahora bien, a Bunny lo conocemos ya grande, curtido, a punto de retirarse. No sabemos nada de su pasado ni de su comportamiento antes de la tercera temporada, pero por su carácter, podemos deducir que fue siempre un policía honesto y un gran líder. Porque Bunny, estructuralmente, es un Comandante de distrito, el jefe de toda una sección del Departamento, un jefe, un capo. Lo que implica también que ha tenido que tragar mucha mierda y cuidar muchas posiciones para llegar ahí. Sin embargo, cuando lo conocemos, Bunny es fundamentalmente un policía decente, un tipo de gran corazón, otra persona que a pesar de todo lo que suponemos que ha visto no ha perdido el alma.
Es probablemente esa decencia intrínseca y no la posibilidad del retiro cercano y de tirarse una canita al aire, lo que lo impulsa a poner en marcha su primer gran proyecto de reforma: abrir tres “zonas liberadas” en lugares abandonados y completamente dilapidados de Baltimore (lugares de ladrillos descascarados, de fachadas desmoronadas, de calles sin faroles de luz, cercados por pastos gigantescos, lugares a donde probablemente ni los delincuentes se acerca por el persistente aura de entropía que los rodea) para que allí se concentre todo el comercio de drogas, un lugar donde toda su violencia pueda ser contenida sin dañar al resto de la población. Este sector, que rápidamente hace descender el crimen en el resto del distrito, es bautizado Hamsterdam por parte de sus habitantes y concurrentes.
Es que Bunny es uno de esos tipos que saben que hay una diferencia entre ley y justicia, que la ley existe sobre todo para proteger a los ciudadanos y que, cuando esto no sucede, entonces hay que excederla para que su espíritu se respete. Y es un tipo que, justamente, vemos en su plenitud, en el momento final de su estadía en la fuerza, que está agotado de ver como todas las iniciativas policiales y “el juego de los números” (la manipulación de estadísticas para hacer disminuir los índices de delito) no solo no han logrado hacer descender la criminalidad, sino que incluso han criminalizado y discriminado a aquellos a quienes debían proteger. Es un tipo que está harto de ver como se le mueren policías, como los ciudadanos están cada vez más desvalidos, como han llegado a ver en la policía algo que temer, como la policía ha perdido el contacto con la comunidad.
Bunny, con su cuerpo de gigantón, su pelada brillante, su sonrisa sincera y gigante, su cara de tío bueno, es esencialmente uno de esos policías que a veces se ven en los comics y las películas de época, de uniforme y macana patrullando el barrio, hablando con los niños y las ancianas, recto y sonriente pero inflexible con quienes lo merecen.
Su primer intento de reforma social, entonces, es producto del observar este ideal que venera completamente desvalorizado y devaluado. Y el mayor responsable de esto, nos dice The Wire directamente, es la guerra contra las drogas. La guerra contra las drogas, como dice Bunny, arruinó este trabajo. Lo arruinó porque puso el acento en la represión antes que en la protección, porque volvió a todo el mundo un sospechoso, porque transformó al policía en un ejército invasor en su propio país. Porque en definitiva es una guerra que lo único que hace es marginalizar al pobre y perpetuar un ciclo vicioso en el que los nuevos jóvenes solo tienen por futuro y expectativa ingresar en el mundo de la calle y de la droga, para terminar presos o muertos.
Obviamente que este plan no saldrá nada bien, pero por un momento, por una temporada, nos hacen creer que existe una alternativa, una opción para ese mundo de violencia hermética, asfixiante. Y esa salida está personificada en ese negro de maneras pausadas y gran corazón, que cuando llega el momento de la caída, lo acepta como un hombre y se hace cargo individualmente de todas sus consecuencias.
En la siguiente temporada, por consiguiente, la situación de Bunny es muy diferente y se asemeja a la de muchos personajes que a lo largo de la serie intentan desafiar la manera establecida de hacer las cosas: despojado de poder y de acción, degradado y vuelto una parodia de quién alguna vez fue. Afortunadamente, tendrá otra oportunidad de intentar cambiar las cosas, está vez participando de un programa experimental de enseñanza en escuelas secundarias.
Tiene sentido que Bunny tome esta dirección en su vida y en la serie. Como hemos visto, una de sus mayores preocupaciones en su vida es la de proteger a aquellos que no tienen poder, ha absorbido demasiado bien el ideal de su casta. Bunny es de aquellos que creen que el cambio llega modificando el modo de pensar de las próximas generaciones, un clásico liberal (en el sentido izquierdista en que es utilizado por los norteamericanos) que por su extraña condición de policía puede aplicar esas teorías y no perderse en devaneos teóricos. No por nada uno de sus enfrentamientos más amargos será con Carcetti.
El segundo experimento de cambio social de Bunny Colvin tendrá un final igual de agridulce y un desarrollo aún más terrible y descorazonador. Porque si bien Hamsterdam fue un fracaso, al menos ahí Bunny tenía dos cosas que no tendrá aquí: una autoridad indiscutida y una tropa que, para bien o para mal, estaba dispuesta a obedecerlo. En la escuela es nadie, es peor que nadie, porque es justamente una figura de autoridad y aquellos que deben hacerle caso no son policías a los cuales se les ha inculcado la idea de la cadena de mando sino un grupo de mocosos que se encuentran mucho más cerca de la vereda de enfrente a la que estaba parado Colvin en sus días de polizonte.
La cuarta temporada es terrible por el modo en que plantea que las escuelas, como están organizadas, son solo fábricas que reproducen exactamente el sistema sin intentar modificar la vida de ninguno de aquellos niños que están atrapados en él. Es tristísimo ver como esos jóvenes están condenados a la calle, como se los va amoldando para que lo único que quieran sea abandonar esa institución a la que solo le interesan los números y las estadísticas, protegerse de los gobernadores y los inspectores escolares. La escuela está tan obsesionada con la burocracia como la policía, frente a ello el caos cuasi natural de la calle es una forma de liberación.
La homeóstasis del sistema es, además, dolorosamente patente en el durísimo trabajo que hace Colvin, intentando con mucha compasión y tranquilidad y paciencia llegarles a esos chicos que están tan retraídos y encasquetados en sus vidas que les indican que lo mejor a lo que pueden aspirar es a estar muerto de una manera rápida antes de los 30. La mayoría del tiempo es recibido con hostilidad, indiferencia y odio.
Finalmente, el proyecto será cerrado por una confluencia de desinterés por parte del gobierno local, falta de recursos, desconfianza de las autoridades de la escuela. Un complejo mecanismo de pinzas institucional que se cerrará sobre la esperanza de Colvin. Los efímeros avances que Colvin había realizado se desvanecerán en el aire y, en algunos casos, degenerarán en algo peor. Solo rescatará un efímero y personal triunfo de todo el asunto, la “adopción” de uno de los niños de su clase especial, en un desenlace que, en manos menos hábiles hubiese sido un final de película de Hallmark pero que, acá, está resuelto con tal elegancia y caballerosidad, en un mano a mano entre dos hombres con mucha historia (con mayúsculas) sobre sus espaldas, que conocen los códigos de la calle y de la ley, en una de las mejores escenas de la serie.
Este triunfo solo demostrará que Bunny cambia el sistema a un nivel microscópico, conclusión cuyo corolario es que termina expulsado de todas las instituciones a las que perteneció. Es sorprendente que todo su periplo, sin embargo, no lo vuelva un hombre derrotado y amargado, sino que siga siendo el mismo tipo optimista e, incluso, que todo su arco nos parezca tener un final feliz. Es que en The Wire, las pequeñas y casi insignificantes victorias son las únicas posibles y tenemos que agradecer y estar felices por lo poco que vamos a obtener.
«Hamsterdam» me parece el experimento urbanístico-sociológico más brillante que se haya hecho en una obra de ficción en una pantalla. Fuck off «La ola» y esos alemanes en la carcel.
que bueno que te esten gustando los posts, exequiel!
que bueno que te guste the wire, me imaginaba que era una serie que sería de tu agrado.
abrazo!
(mi viejo es un careta ;)