Fuimos A Ver A Jonathan Richman y Esto Es Lo Que Tenemos Que Decir Al Respecto.
01 . Amadeo.
¿Qué otra expectativa se podía tener frente a la visita de Jonathan Richman que una enorme felicidad? Cuando me enteré que venía estaba en pleno proceso de pre-mudanza hacía la gran ciudad. Se me antojó que era un gran regalo de bienvenida: un artista inclasificable que a todos nos pone de buen humor y nos hace creer que la vida merece la pena de ser vivida. Porque, en definitiva, lo que sorprende y reconforta de Richman es que es un tipo que parece haberse escapado en una especie de burbuja intangible de todo aquello que rodea al rock and roll como forma de vida adulta. O sea, el rock and roll concebido como una alternativa laboral con un grado superior de validez artística. O sea, la «career, career».
Finalmente tuve la fortuna de observarlo en dos oportunidades: en primer lugar en el show / entrevista que dio en Radio Nacional y luego el sábado, en el segundo de los recitales de Buenos Aires. El show / entrevista tuvo una duración restringida (aproximadamente 20 minutos de preguntas y 10 de música, ponele) lo cual era completamente natural, el objetivo del mismo era despertar nuestro apetito para que nos den ganas de ir a verlo a los shows donde había que poner la teca. Una buena maniobra publicitaria, bah. La entrevista era conducida por Alfredo Rosso y Pablo Strozza, y hay que decir que estuvo bien a pesar de ellos y con gran mérito para Richman. Rosso parecía cansado, aunque tenía una sonrisa bonachona, y solo hizo preguntas de la audiencia. Strozza, en cambio, se dedicó a preguntarle exclusivamente por otra gente: «Che, vos viste muchas veces a la Velvet, ¿cómo era?», «Che, ¿y de John Cale que me podés decir?», «Che, ¿en serio conoces a Kiko Veneno?», «¿Es cierto que alguna vez le diste la mano a GG Allin?». Por suerte Richman le puso la mejor onda del mundo, desviando preguntas sobre la Velvet hacia el tema del sonido de los discos actuales y su volumen superior, hablando de la importancia del baile en la música rock, despreciando la sobre intelectualización del rock y a “las palabras” que se escriben alrededor de él y rechazando la posible reunión de los Modern Lovers de manera tajante. Lo interesante de escucharlo en la entrevista fue descubrir que su visión de la música rock es tan pura que se sostiene incluso re-escribiendo la historia: según Richman, los años 50 y 60 eran un período donde lo único que importaba era bailar y pasarla bien. ¿No sería mucho mejor vivir en un mundo donde eso hubiese sido verdad? Era, además, encantador verlo hablar en castellano y observar como abría los ojos y ponía caras cada vez que lograba encontrar la palabra que buscaba.
El recital fue mínimo: tres temas, uno en castellano, uno en italiano y uno en inglés. El baterista tocaba con una bidón de agua vacío.
El del sábado, en cambio, fue algo muy diferente. He leído gente quejándose por la internet, como siempre, pero debo decir que fue un placer escuchar a una persona que estaba tan encantada de estar, sencillamente, tocando música. La puesta en escena y la instrumentación, obviamente, era mínima: guitarra para Jonathan y batería para Larkins, el batero con peinado rockabilly y cara de mala onda. Pero el show funciona extraordinariamente bien dentro de esa «limitación», que de algún modo es solo una expresión del camino que Richman ha tomado en los últimos 10 años, el de ser un trovador callejero, emocional y multilingüe (uno se lo imagina caminando por las calles de una ciudad medieval, con su sombrero de color y sus calzas, tocando canciones por monedas). Y en gran parte la calidad de su actuación tiene que ver con su carisma y con la sensación de que lo que está pasando ahí arriba es algo sincero, que él deposita en ese escenario algo fundamentalmente vital. El sábado, día que fui, tuve la fortuna de que tocase «Vampiresa Mujer» y «I Was Dancing In The Lesbian Bar» (lamentablemente, no tocó “You Can’t Talk To The Dude”, pero de canciones pérdidas están hechos los recitales) en versiones épicas que paraban y arrancaban, en el medio de las cuales bailaba como espástico y en el medio de cuyas estrofas Richman ponía cara de loco salvaje. También tuvo el aliciente de los «covers» de los Modern Lovers, «Pablo Picasso» y «Old World», versiones completamente diferentes que, sin embargo, no puedo evitar ver como esas mismas canciones. O sea, me imagino a Richman a lo largo de los años, tocándolas progresivamente de modos diferentes, cambiando un estribillo aquí o una frase allá o una entonación aculla, lo cual las vuelve versiones evolucionadas orgánicamente, parte de su mismo cambio artístico a lo largo del tiempo.
Es cierto, a pesar de todo esto, que hubo un momento en que mi atención divagó y en el que me aburrí mínimamente, el momento en que se puso a tocar canciones en italiano, de las cuales, sinceramente, no conocía ninguna. Pero fue un momento breve que se contrarrestó con la cantidad de temas que uno lleva adentro que se dedicó a tocar, de esos que hacen que uno escuche sus primeras frases y de pronto reconozca «Let Her Go Into The Darkness» y no pueda menos que sentir que se asomaba un lagrimón.
El recital también me hizo percatar de que Richman está bastante viejito. Hacía el final se lo notaba cansado (creo incluso que se tiró en el escenario durante unos minutos) y su voz tampoco daba para tanto (dicen que luego de cada show se queda callado durante un tiempo para cuidarse la voz). Probablemente eso agregó una dosis de emocionalidad importante, sabiendo que era la primera y probablemente única vez que iba a venir, viendo a una persona grande que sin embargo todavía deja todo en la música, en el escenario, quizás el único lugar donde se siente cómodo y totalmente libre.
02. Ezequiel
Nunca me consideré un gran fan de Richman. No sé bien porqué. Quizás no conecté realmente con su obra del todo, por más que obviamente tengo claro que su obra es muy importante. Pero bueno, es rarísimo que algunos músicos se animen a cruzar el charco hacía Montevideo, y luego de ver algunos videos en vivo que me gustaron mucho, decidí ir.
La experiencia fue particular en parte por mi estado: Me habían robado unos días antes, unas 8 personas se dedicaron a rodearme, sustraerme el celular y en el proceso molerme a golpes dejándome la cara hecha una batata deforme, y con un corte bastante feo en el labio. Solo habían pasado unos días y el show en La Trastienda de Montevideo fue mi primera «presentación en sociedad», donde todos me miraban espantados y, a su vez, yo andaba con bastantes dolores de cabeza y lastimaduras. Pero en fin, en ese estado quizás híper-sensible, disfruté del show.
Lo que hace Richman es una cosa totalmente única, y si alguien lo intentase imitar quedaría irremediablemente como un ridículo total. Es muy improvisado, suelto, desprolijo. El equivalente a tocar en el cumpleaños de un amigo con una criolla. Jonathan es alguien que, al igual que Mark E. Smith, encontró una formula muy básica y esencial, tuvo fe ciega en ella y siguió ese camino, durante más de 30 años. Es un show totalmente fogonero, que no quedaría fuera de lugar en un patio de una casa, o en un pequeño barcito para 50 personas. La amplificación es mínima: Solo 3 micrófonos, uno para la batería, uno para la voz y otro para la guitarra española, que Jojo sostenía a lo campechano, sin correa. Era muy interesante como utilizaba el recurso de la guitarra microfoneada, aprovechándose de las limitaciones y alejándose de forma juguetona, volviendo la guitarra un rasgueo casi imperceptible. El lugar no estaba lleno, lo cual para mí fue muy positivo – estábamos todos a pocos metros de él, cómodos, sin apretarnos. Le preguntó al público por si querían algún tema, y algunos los tocó. El set, por lo que veo, fue bastante parecido a los shows que dio en argentina (‘A Que Vinimos Si No Es a Caer’, ‘Pablo Picasso’, ‘I Was Dancing In The Lesbian Bar’, ‘Her Beauty Is Raw And Wild’, ‘Harpo En Su Harpa’, etc). Fue corto, duró una hora aproximadamente.
El show en sí fue muy encantador y sencillo. Me parece que podría ser muy disfrutable para cualquier persona, incluso que apenas lo conociera. Bah, en realidad, de la mayoría de las personas con las que hable, la mayoría solo conocia un puñado de los temas que tocó. No era algo necesario para disfrutarlo. Era, como dijo Amadeo, un viejo que disfrutaba mucho tocando música y le ponía todo su amor y cariño.
Pero sí, también me afectó un poco el hecho de que estaba viejito. Y la mirada terriblemente triste que tenía. Estaba cansado. Me paso lo mismo con el show de Kiko Veneno, que andará también por los 60 años, y se le nota la mirada cansada, y esa sonrisa eterna y fija, que solo alguna gente mayor puede tener. Y eran músicos. Y en lo personal a mi me golpea por ese lado, por el hecho de la profesión de músico, de seguir ahí, tan de grande, quizás extrañando a la familia, o al hogar, o a simplemente estar tranquilo sin hacer nada, y cambiarlo por una gira con tu banda. Hasta cuanto es amor por lo que uno hace, y hasta cuanto es oficio.
03. Dario.
No pensaba que fuera a ver nunca en vivo a Jonathan Richman pero pasé años deseándolo. Pasé años imaginándome como sería un show suyo. Cómo actuaría arriba del escenario, qué temas tocaría. Después de tanta idealización casi tenía miedo de verlo. ¿Cómo va uno a un show de verdad que va a comparar con ese show de fantasía? La cuestión es que aún yendo con expectativas tan altas como las que llevaba yo encima podía esperarme lo que realmente fue. Lo voy a decir claramente, el show del viernes fue el mejor show que vi en mi vida. Fue divertido e intenso y emotivo y fue distinto a lo que esperaba y fue más de lo que esperaba: fue un show de Jonathan Richman de verdad.
No, no tocó todos los temas que yo hubiese querido. Si hago cuentas tal vez no tocó ninguno de mis favoritos siquiera. No tocó «Harpo en su harpa», no tocó «Better than Before», ni «Abdul y Cleopatra» ni «Una Fuerza Allá» ni «Vampiresa mujer», ¿y a quién le importa? ¿Quién se va a quejar de algo después de ver «El joven Se Estremece»? Tocó un montón de otros temas, y algunos no se parecían en nada a ninguna versión grabada, es lo mismo, podían ser un tema u otro. No se trataba de las canciones, se trataba de él. Se trataba de su conexión con el público, de su entusiasmo, de la despreocupación y la alegría con la que tocó.
Nunca salí de un show con tal certeza de que nunca voy a volver a ver algo como lo que acababa de ver. Y no lo digo solo por lo bueno que fue, no lo digo como fan a ultranza de Jojo, sino porque realmente no se parece a ningún show que haya visto. Richman se aleja del micrófono sin importarle que no se escuche, deja la guitarra para ponerse a bailar solo, se pone a golpear un cencerro o a sacudir una pandereta olvidándose de la canción que estaba tocando, improvisa, cambia las letras, canta pedazos en castellano de las canciones en inglés. Y todo el tiempo parece estar disfrutando el show tanto o más que uno. Richman arriba del escenario es pura alegría y pura emoción. Es exactamente todo lo que uno espera de Richman.
Después de años de esperar de repente uno tiene a solo un metro a Jonathan Richman diciéndote «¿A qué venimos sino a fracasar? ¿A qué venimos sino a caer?» y todo cierra. Verlo en vivo es la conclusión lógica de haber pasado todo este tiempo escuchándolo y pensando sobre su música, sobre sus letras, sobre su mensaje. Su show en vivo es la conclusión lógica de todo eso. Te das cuenta que es el mismo tipo que hace 40 años cantaba «Let’s talk about love or sex or starving hearts, or just shut up», que le pedía a su público que no se rindiera porque algún día todos íbamos a llegar a ser «dignified and old». Y 40 años después, con 40 años de carrera dedicados a la simpleza, la sinceridad, a hablar sobre vida real, al rechazo de las posturas del rock, con casi 60 años está ahí parado con una guitarra sin correa cantando su corazón, bailando, o parado con mirada emocionada y aspecto cansado ante el público que sigue aplaudiendo pidiéndole que no se vaya y arrancando a cantar con la voz que le queda un último tema a capella porque ya había guardado la guitarra. Y uno no puede evitar desear que más músicos fueran así, que más músicos tuvieran en sus 20 la mitad de las ganas de divertirse y de divertir, de ese espíritu fresco y despreocupado que Jonathan tiene a los 60. Ahí arriba Richman parece salido de otro mundo, un mundo mejor y más feliz. Ver a Richman ahí parado no es un solo un show, es la prueba de que un mundo mejor es posible.
Adjunto link al muy buen post de mvc sobre Richman:
http://killyourtaste.blogspot.com/
lindo post
che, ni importa, ¿pero tocó o no tocó harpo en su harpa?
saludos
La tocó en montevideo. Los tres vimos shows diferentes: yo el montevideano, Dario el del viernes y Amadeo el del sábado.
pah, esto es muy salado, en este preciso momento estaba escribiendo para la revista guita sobre el toque de jonathan richman
quien fue el salame que le pregunto por una reunion de modern lovers?
un amigo, de puro bardero nomas.
un lindo post, casi ritchmaniano, si se puede decir ritchmaniano sin quedar sumamente ridículo
a mi no me gustó nada, lo vi el viernes en buenos aires, y la verdad, es que me parece que no da, para tocar en fiestas de cumpleaños, no me invitas a pagar 120 mangos y ni siquiera hay torta
a favor, es que no decepcionó, el error fue mío en ir.
en fin
saludos
n
el que avisa no es traidor!
por favor leer la carta de jonathan sus fans sudamericanos:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-5961-2010-02-28.html
creo que de los tres relatos, el mio fue mas cercano al de dario.
puse mi granito de arena y subi mi experiencia del toque de richman en degollando cisnes.
http://degollandocisnes.blogspot.com/2010/05/queremos-tanto-richman-esta-es-la.html