Reunión En La Cumbre.

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Siempre creí que los eventos comiqueros eran ocasiones importantes. Colarse en la medianoche en unas jornadas de comic y anime oscuras y de dudosa reputación en Tucumán para poder ver hentai. Esperar para escuchar a Gaiman en un auditorio lleno de gente que se quejaba de la traducción y observar el horrible Neverwhere. Perseguir a Frank Quitely en una Crack Bang Boom. Con el paso de los años, además, pienso que, lejos de la actitud de niño deslumbrado revolviendo las bateas llenas de comics de mi infancia, lo más divertido de estos momentos es conocer gente nueva. Que es una de las mejores cosas del mundo. Un evento es un espacio mental muy especial, donde la euforia y el cansancio de estar metido en el mismo lugar mucho tiempo generan una especie de camaradería de barco en llamas.

Muchas veces, por supuesto, esto no es lo que sucede. Una convención se transforma en un galpón polvoriento y discusiones antiquísimas, en estatuas y muñequitos y figuritas y películas grabadas en dvd proyectadas en pantallas mugrosas, todo amontonado en una versión del infierno.

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Lo cual me trae a Comicopolis, lugar donde estuve metido estos últimos cuatro días preso de una alegría inmensa. Es difícil comenzar a hablar de semejante evento sin caer en el entusiasmo desmedido o la sensiblería. Es algo impresionante como continúa creciendo desde su primera edición y sigue superando las expectativas de todos aquellos que tenemos que ver con esto del comic.


Lo primero que hay que destacar de Comicopolis es su foco en los artistas. O mejor dicho, en el vínculo entre artistas y público. Yo no sé muy bien como lo lograron, pero se las han ingeniado para conseguir un festival de historieta donde la labor de escribir o dibujar o escribir con dibujos, que generalmente es aburrida y solitaria, se transforme en una cuestión social capaz de llamar la atención y divertir. No solamente en las mesas, sino también en la multitud de actividades que giran alrededor de ello. Por ejemplo: el combate de dibujantes, una tontera que podría devenir en algo muy ridículo se transforma en un espectáculo divertídisimo, con Gustavo Sala conduciendo como el “Osvaldo Principi de la historieta”; y en algo que a la vez escenifica una faceta de lo que realmente hacen, solo que en un espacio público donde está permitido emplear las tácticas más sucias de la lucha libre. Genera algo comunal. Por ejemplo: el espacio de originales donde en distintos horarios se realizaban serigrafías o dibujaban retratos de la gente que circulaba por ahí. ¡Arte instantáneo! Por ejemplo, y esto puede ser una sandez, los espacios de firmas, algo tan importante y significativo como poder pararte frente a tu artista favorito mientras garrapatea un personajito en tu libro y vos mirás nervioso y hacés conversación tartamuda. Creo que no he visto ningún evento en donde la situación de las firmas esté tan bien manejada y los dibujantes estén tan predispuestos y predispuestas a ello.

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Y esto sin mencionar, por supuesto, las charlas, que en ocasiones pueden decaer en la monotonía y el aburrimiento. Todos sabemos que sentás a 4 o 5 dibujantes a charlar y puede suceder cualquier cosa, desde las anécdotas más repetitivas y escuchadas hasta las batallas campales, pero la programación de este año logró momentos muy buenos ¿En dónde más se puede escuchar a Parés decirle a Miguel Gallardo que la novela gráfica empobrece el lenguaje de la historieta y que si le quitás fantasía al comic se vuelve una cosa aburrida y Gallardo contestar enojado con la declaración “Yo hago historietas sobre mi hija autista y ella tiene un montón de fantasías en su vida”? ¿En dónde más te podés dar el lujo (y el placer) de escuchar a Howard Chaykin citar a Rupaul (“Like Rupaul says: “You gotta work””) y bardear a John Byrne (“As long as John Byrne lives I won’t be the most despised person in the comics industry”)?

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Esto me lleva al segundo punto y es que estaban pasando cosas TODO EL TIEMPO. Yo ni siquiera hice el intento de concurrir a ninguno de los eventos con Art Spiegelman, la mega estrella del festival, un poco porque ya lo escuché hablar hace poco tiempo, otro poco porque tampoco quería tener que luchar por un lugar frente a su eminencia. Algo me arrepiento de no haber estado en Wordless, pero no importa. De cualquier modo, en ese hormiguero de actividad, durante muchos días preferí simplemente circular por los pasillos, mirando los puestos y charlando con amigos, antes que meterme en un auditorio oscuro. De cualquier modo era imposible ver todo, era imposible hacer todo, mucho menos si además estabas comprometido con alguna actividad. Para cada cual, su propio Comicopolis, su propia experiencia. Lograr que un festival de comics sea muchísimo más que una mera feria de venta es algo increíble.

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En tercer lugar, una vez que uno se decidía a tratarlo como una feria de compras (que también es eso, al fin y al cabo) lo que se percibe es la increíble prolificidad y multiplicidad de la escena y la industria argentina de historieta. En esta ocasión (casi) solo compré cosas nacionales, y a pesar de que gasté mucha plasta y conseguí la mayoría de lo que quería, viendo las clásicas fotos de botines-después-del-evento de otras personas observaba revistas y libros que no había percibido en el momento pero que me hubiese gustado comprar. Y todas diferentes. En todos los rangos. Desde libros tapa dura hasta fanzines anárquicos y preciosos. Por supuesto que podríamos volver a quejarnos de lo mismo de siempre, de la falta de revistas, de la desaparición de una industria que solo se sostiene en el libro eventual… Pero para eso tenemos todos los otros días de la semana. Hay que destacar es que se está editando mucho y muy bien, con una pata en la recuperación de cosas inaccesibles y otra en la producción de material nuevo, y en gran parte esto también responde al crecimiento de estos eventos, a la lenta y progresiva instauración de un calendario en el marco del cual lanzar cosas y hacerlas circular tiene un sentido. Como dije antes de que comience Comicopolis: las pre-ventas van a arruinar mi economía.

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Por último, hay que destacar también el contexto: todo esto se realiza en el marco de Tecnopolis, en ese predio gigantesco construido con los sueños del kirchnerismo. Hace 10 o 15 años atrás era impensable imaginar que el estado nacional iba a poner algo de dinero en esa cosa que nos gustaba tanto que es la historieta. Y es un estado de ánimo muy particular el que te produce llegar un día de sol a un lugar como Tecnopolis a compartir un evento como este, con auriculares, en lo posible fumado, escuchando canciones con guitarras alegres. Es una perfecta destilación de peronismo que si no te llena el corazón de alegría jamás podré explicar. Pero además implica otra cosa: implica que el festival esté en un lugar donde circula mucha gente, todo el tiempo, muchas familias, muchos niños. Es gratificante mezclarse con la masa, salir del ghetto, reprogramar las coordenadas en las cuales se entiende un evento como este.

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Porque en definitiva lo que Comicopolis parecería entender perfectamente es todas las facetas de la historieta. Como un hecho artístico, como un hecho comercial, como un hecho “intelectual”, y sobre todas las cosas como un hecho social. Hay que compartir. Hay que juntarse a beber. Hay que parar a los amigos en los pasillos y tener discusiones bizantinas. Hay que apoyar a la escena local. Es una comunidad creciente y vital, una comunidad del cual estoy agradecido de formar parte y espero que Comicopolis siga por muchos años más. Es una fiesta.


2 comentarios en “Reunión En La Cumbre.

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